¿Aprender sin tocar?: los alumnos ciegos o con deficiencia visual, ante el reto de ir a clase en la pandemia
La Once en León atiende a cerca de 80 personas, desde atención temprana hasta educación de adultos, que afrontan un inicio de curso extraño en el que se echan a la espalda las posibles dificultades | Aitana empieza ahora 4º de Primaria, un curso especial en el que llevará a clase una nueva herramienta para su aprendizaje
Aitana, como cualquier niño de su edad (o como cualquiera que recuerde vagamente lo que pensaba cuando la tuvo), no tiene especiales ganas de volver al cole. El verano ha sido raro, sí, pero no han faltado las tardes de piscina y algún baño en Gijón. Si le preguntan dice que no sabe qué día toca volver a Maristas San José, como si eso pudiera ayudar a alargar un poco más los días de calor que van tocando a su fin.
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La verdad es que, si lo piensa, el invierno no está tan mal. Aunque dice que la educación física ni fu ni fa, está federada en esquí adaptado y parece que se maneja a la perfección bajando laderas blancas. Ella es una todoterreno y, como afirma su profe Mar, tiene mucho amor propio. «Demasiado incluso», asegura entre dientes su madre.
Aitana empieza 4º de Primaria y además de la mochila, la mascarilla con dibujos y las ganas relativas, este año llegará a clase con una novedad.
La pequeña leonesa es una de los cientos de alumnos con discapacidad visual o ceguera que vuelven a clase después de duros meses de confinamiento en los que el estudio, sobre todo para los invidentes, se hizo más cuesta arriba de lo habitual. No pueden ser buenos tiempos aquellos en los que tocar es casi una herejía ante el riesgo de contagio.
«Para todo nuestro colectivo Once esta época es dura, hay que tener una serie de técnicas con ellos pero obviamente para una persona que no ve el tacto es importantísimo», explica Mar del Blanco, profesora de apoyo de la organización, si bien es cierto que recuerda que «también tenemos otros sentidos y les podemos explicar muchas cosas».
La Once en León presta su apoyo a cerca de ochenta personas, abarcando desde la atención temprana hasta la educación de adultos. En virtud de un convenio de la organización con la Junta, tres profesionales de Once y otros tres de la administración autonómica trabajan con aquellos que necesitan una mano amiga a la hora de aprender. «Somos un profesor más en los colegios, tenemos que coordinarnos con el profesorado que les atiende y, una vez que conocen sus necesidades, la verdad es que la respuesta siempre ha sido muy positiva», explica Mar. De hecho, el trabajo se extiende a las familias, clave en la evolución de los alumnos, y como es obvio centrándose principalmente en ellos.
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A pesar de la incertidumbre, Aitana asegura con franqueza que domina las matemáticas y lengua y que, además, de mayor quiere ser veterinaria. No se arruga si se le dice que para eso tiene que estudiar mucho, una misión en la que este año tendrá la ayuda de la novedad que antes quedó sin desvelar.
La pequeña llevará consigo la lupa student, una herramienta que le permite ver aumentado en la pantalla aquello que se proyecte. «Uno de los objetivos es la plena inclusión y normalización del alumno, una vez que se introducen las herramientas los compañeros son plenamente conscientes, puede llamar la atención el primer día, pero luego es lo normal», explica su profesora.
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Gracias a esta avanzada lupa, Aitana conseguirá ver sin problemas la pizarra, venciendo así las posibles barreras generadas por su nistagmus y sus cataratas congénitas, lo que le genera una baja agudeza visual.
Para hacer más fácil el curso en esta era del coronavirus, la Once cuenta con su equipo habitual de profesionales, entre los que se encuentran desde el técnico en rehabilitación al instructor tiflotécnico, que se encarga del manejo de las nuevas tecnologías; pasando por la psicóloga o el animador sociocultural.
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Dificultades en la crisis sanitaria
Pero como se puede intuir, el curso será pan comido para Aitana, a la que el confinamiento pilló aprendiendo a escribir con el teclado del ordenador. Más complicado fue para aquellos alumnos invidentes que utilizan el sistema braille. «Había que adaptar todas las tareas que el colegio enviaba, corregirlas y enviarlas al profesorado. Fue más dificultoso pero todos pusimos de nuestra parte y los profesores de los centros hicieron un trabajo admirable».
Aitana recuerda junto a Mar los libros que han ido formando parte de su infancia, desde que siendo muy pequeña empezó a mostrar los primeros problemas visuales. Juntas, bajo la mirada de su padre y su madre, recorren las historias tocando aquellos cuentos que volverán a usarse, eso sí, con las medidas impuestas.
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«Confío en que todo irá bien y ojalá sea así porque sinceramente los niños necesitan seguir el ritmo normal de las clases, para ellos es fundamental», concede Mar. Aitana sonríe y piensa en apurar lo que queda del verano entre el pueblo y León. Es lo que toca.
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