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Caballo negro en un camino. Andy Sole
Leyendas de León

El Diañe: el demonio cambia formas de los caminos leoneses

Este ser, es conocido también en la montaña de León como duañu, demo o cochino-puerco

Sábado, 11 de enero 2025

Entre los caminos de las montañas de los Ancares, entre niebla y noches cerradas, aparece una figura de la mitología popular leonesa: el Diañe. Un demonio pequeño, travieso y burlón que no busca el mal, pero sí el desconcierto. Este ser, conocido también como duañu, demo o cochino-puerco, adopta la forma de animales indefensos: un cordero, un cabrito, incluso un burro o un caballo. Su objetivo no es más que jugar con las personas y propiciarles un buen susto, algo que, según cuentan, logra con gran facilidad.

La leyenda más repetida es simple pero inquietante. Un viajero encuentra a un animal desvalido, aterido por el frío. Compasivo, decide llevárselo a casa para que entre en calor. Sin embargo, al calor del fuego, el animal comienza a cambiar: su cuerpo se retuerce, su tamaño crece o disminuye, y su apariencia inocente desaparece. De repente, con una gran carcajada que resuena en toda la estancia, el Diañe recupera su auténtica forma demoníaca, dejando a su víctima sumida en el terror.

La Historia del mozo y el burro de Felmín

En la comarca de Cármenes, existe un relato recogido por Matías Díez Alonso que ilustra bien las fechorías del Diañe. Cuentan que un joven viajaba de noche entre Felmín hasta Getino cuando, cansado de caminar, lanzó al aire un reto: «¿No habrá un demonio de burro que me lleve?». Poco tardó en aparecer un burro oscuro y dócil, como si le esperara.

El mozo se montó sin dudarlo, pero a medida que avanzaban, el burro comenzó a cambiar. Su lomo se hacía cada vez más puntiagudo, más delgado, hasta que empezó a causarle dolor en la entrepierna y a caminar directo hacia el río para hogar al muchacho. El joven, asustado, intentó rezar. Cerca del río, el burro se detuvo, se retorció y lanzó al joven al agua con dos coces, mientras su voz resonaba en la oscuridad: «¡Tururú, turuú, bueno te he dejado el cú!». El muchacho, aún empapado y desafiante, respondió desde el agua: «¡Tururú, turubeichas, buenas van las tus oreichas!».

El Diañe en la cultura y otras figuras similares

La presencia del Diañe no solo vive en relatos orales. Como recoje el libro 'El imaginario tradicional Leonés' de Nicolás Bartolomé Pérez en Parajís, una aldea de Balboa, León, hasta su figura aparece en una ermita junto a un ángel de la guarda, como representación de ese equilibrio entre el bien y el mal.

Fuera de la Península, también existen figuras similares, como el drac en el sur de Francia. Al igual que el Diañe, este ser adopta formas engañosas: gatos, cabras o burros que llevan a los viajeros hacia el peligro. A veces, incluso se transforma en objetos y hacen maldades como restregar estiércol por la cama de los pastores.

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Un demonio travieso y burlón

El Diañe no busca destruir ni causar grandes tragedias. Su esencia es el juego, la burla y el desconcierto. Aparece cuando menos se le espera, en los caminos olvidados, en las noches de invierno o en las brumas de los pueblos. Sus leyendas son un recordatorio de que la bondad y la inocencia pueden ser tan solo una máscara, y que a veces, lo que parece más indefenso puede esconder un espíritu malicioso dispuesto a reír. Pero hay que tener cuidado, ya que en otras historias este Diañe es representado como un caballo negro que aparece en mitad de la noche oscura y cambia su forma para arrastrar a los que en él se suban hasta el río llevándolos todos a la muerte.

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