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Hombres que forjaron Picos de Europa

Hombres que forjaron Picos de Europa

Ni Valdeón ni Sajambre se podrían entender sin sus pobladores, los mismos que impregnaron su carácter en una tierra de ganaderos, de supervivientes y de inmigrantes, hombres y mujeres pegados a la tierra que les vio nacer incluso a miles de kilómetros de distancia

ANDREA CUBILLAS

León

Lunes, 23 de julio 2018

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Que Picos de Europa es paisaje y naturaleza salta a primera vista. Pero qué sería de un territorio sin sus pobladores, los que durante siglos han labrado el carácter de estos valles. Por ello, no podemos hablar de Valdeón y Sajambre sin deteneros en sus gentes.

Vídeo. Hombres que forjaron Picos. INÉS SANTOS

Las mismas que, según cuentan, se disputaron los terrenos al canto del gallo. En su dispuesta por Llavarís, la leyenda cuenta que ambos concejos convinieron que un hombre saldría de cada concejo al canto del gallo y el que antes llegase tomaría posesión. Pero cuenta que una valdeonesa emborrachó al gallo con vino y así partieron antes que los sajambriegos.

Especial picos de europa

Lo cuenta con picardía, Federico Díez, un vecino de Soto de Sajambre, que a sus 86 años presume de una memoria prodigiosa. Recuerda como nadie los años de su infancia, cuando en la escuela había más de 20 muchachos en cada clase, aunque sólo había un maestro y una maestra. «No había tanto que explicar. Si aprendías algo bien y sino, quedabas sin aprender».

Federico Díez, vecino de Soto de Sajambre.
Federico Díez, vecino de Soto de Sajambre.

Con apenas 12 años, sus padres le mandaron al monte a cuidar cabras y ovejas y desde siempre su vida estuvo ligada a la ganadería. «Todo el día trabajando», recuerda Federico. Y en la mesa, patatas para almorzar, comer y cenar. «Ahora no las pongas dos veces que no te las quieren». Pero también había tiempo para divertirse, «más que ahora, que solo es beber y tomar».

Reconoce que la vida en Sajambre es dura, sobre todo en invierno. «Son jorobados. Hasta más de 15 días hemos tenido la carretera cerrada. Ni iba ni venía nadie».

«De Sajambre íbamos mucho a las fiestas de Valdeón. Más que ellos. Íbamos por un día y acabamos tres días allí. Había muchas mozas»

«En invierno tocaba cebar las vacas y trabajar las fincas. En verano, segar la hierba y volver a sembrar. No parabas. Era todo el día trabajando»

FEDERICO DÍEZ

Son muchas las andanzas que recuerda Federico por el valle de Sajambre. También por el vecino, Valdeón. Allí llegaban tras atravesar Vegabaño, Dobres y descender la majada de Jos. Pero no había distancia para visitar a las vecinas y disfrutar de un festejo que se acabaría convirtiendo en tres días de fiestas.

Hoy es uno de la docena de vecinos que vive en Soto y reconoce añorar los tiempos pasados ya que ahora «no ves a nadie por la calle». Al menos así, bromea, «nadie te molesta».

A escasos kilómetros vive Rafael Alonso, el que asumiera el bastón de mando del valle de Sajambre entre 1972 y 1982. Hoy, junto a su mujer, es uno de los pocos vecinos que viven los 12 meses del año en Oseja de Sajambre, una tierra de la reconoce estar orgulloso y a la que ha estado ligado desde la infancia. «Mi padre trabajaba en obras públicas y con apenas 12 años me iba solo al puerto con el ganado», recuerda Rafael.

Rafael Alonso en su casa de Oseja de Sajambre.
Rafael Alonso en su casa de Oseja de Sajambre.

Apenas 10 años en Bilbao le bastaron para saber que su lugar estaba en este pequeño pueblo de Picos de Europa. Aunque recuerda que se planteó emigrar, como hicieron muchos de sus paisanos a México y Argentina. Incluso, recuerda, trabajar en la Marina española. «Tuve hasta la cartilla pero al final me quedé».

Sin embargo, por amor -a su tierra y a su mujer- se quedó en Oseja donde ejerció en la ganadería hast

Mira atrás con añoranza, recordando aquellos domingos de baile en la Casa Concejo del pueblo, «primero con un tambor y luego con tocadiscos». O aquellas reuniones en la época de la siembre donde los vecinos se reunían hasta «las dos o tres de la mañana tomando chocolate y orujo».

a el año 1996 compaginando con su labor política también en la bancada de la oposición.

«En Oseja emigraron muchos para Argentina en los años 40 y 50. Veían que aquí no había futuro. ¿Qué futuro iba a haber? El mismo que ahora. Nada»

«Los domingos íbamos a misa y por la tarde tenía baile en la Casa Concejo. Tan sólo había un tocadiscos pero nos divertimos como nadie. En invierno además nos juntábamos los vecinos y tomábamos chocolate y orujo hasta las dos o tres de la mañana. Nos divertíamos como podíamos»

RAFAEL ALONSO

Pero añoranza por ver como el valle de Sajambre cada vez tiene menos futuro. Ninguno de sus cuatro hijos vive en Oseja y como ellos, lamenta, el resto de los jóvenes «porque aquí ni había ni hay porvenir». Por ello, su deseo más que nunca es que su valle «no desapareciera nunca».

El sueño americano

Pero hablar de Sajambre y Valdeón es hablar de una tierra de emigrantes. De muchos jóvenes que dejaron todo atrás para labrarse un futuro. Esa es la historia de Ángel de la Cuesta, uno de los tantos valdeoneses que emigró a los Estados Unidos.

Ángel de la Cuesta, emigrante a los Estados Unidos y vecino de Soto de Valdeón.
Ángel de la Cuesta, emigrante a los Estados Unidos y vecino de Soto de Valdeón.

Antes, con apenas 16 años y tras una infancia marcada por la escasez, trabajó en los montes de Bilbao, «de sol a sol, sin descanso». «Era una vida muy sacrificada». En ese momento le surgió la oportunidad de emigrar y trabajar como pastor de ovejas. Su destino, el desierto de Mojave en California.

En los años 60 no había sueño americano, solamente el deseo de crearse un futuro. Y pese a la dureza y la soledad, Ángel recuerda que se sentía «una afortunado». Horas que parecía días, semanas que parecía años, en medio del desierto, a miles de kilómetros de tu hogar y con un idioma completamente desconocido.

«Hoy costaría pensar en un chaval de 18 años en un desierto cuidando ovejas, solo día y noche, sin un fin de semana. Y así tres años y medio. Era duro pero pensábamos en lo que habías vivido en España y lo soportabas»

«Vivíamos de lo que producíamos. Sólo la ropa, el aceite, el azúcar y poco más llegaban de fuera. Éramos 10 personas en mi casa y no había para tanta gente. Por ello, emigramos, a Estados Unidos, Bélgica o Francia»

ÁNGEL DE LA CUESTA

«Era un chaval de 18 años que durante meses tan sólo veía al ranchero que me llevaba la comida. Hablaba en inglés y no sabías nada. Te encontrabas aislado del mundo pero recordabas como habías vivido en España y lo soportabas», relata Ángel, que recuerda que fueron tiempos difíciles, en los que no había un día de descanso. «Fueron tres años y medio trabajando día y noche con las ovejas».

Con lágrimas en los ojos que se contagian, Ángel recuerda esos años y los encuentros con sus paisanos que, como él y ante la falta de oportunidades, cogieron sus maletas para cruzar el charco. «Recuerdo con mucho cariño cuando nos juntábamos y recordábamos cosas del pueblo. Era emocionante ver a alguien conocido allí», relata con la voz entrecortada y muy emocionado.

Ángel recuerda que él y las decenas de valdeoneses y cientos de españoles que emigraron esos días fueron utilizados, tanto por Estados Unidos, para conseguir mano de obra barata, como por España, para traer divisas. «Nos mandaron con un contrato de tres años y medio e inicialmente sin derecho de ser residentes ni de obtener la permanecía. Nos mandaban allí para traer divisas en un viaje de ida y vuelta».

Finalmente, consiguió la residencia americana ya allí empezó una andadura que le llevó hasta San Francisco, donde aprendió el oficio de albañil.

Con él, regresó a España y entre Valdeón y León formó una familia con el recuerdo intacto de esa infancia dura en un valle que, a su juicio, siempre estuvo abandonado por la administración. No olvida cómo eran los propios vecinos los que construían los caminos para transitar o que no fue hasta los 11 años cuando vio el primer coche. Hoy la situación, recuerda, no es muy diferente.

Es la historia de Ángel pero también la de tantos y tantos valdeoneses y sajambriegos, fuertes, duros como las peñas que acunan a sus valles, aquellas que algunos subían cada día cargados como mulas para construir el refugio del collado Jermoso, convertido hoy en uno de los emblemas de esta tierra de montañeros.

Pero eso ya, es otra historia.

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