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Ilustración: Óscar del Amo
El reto de vivir sin coche

El reto de vivir sin coche

Sea por obligación o por convicción, prescindir del automóvil propio plantea sus dificultades. ¿En qué condiciones resulta compatible con una vida satisfactoria?

Viernes, 5 de marzo 2021, 19:00

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Hace unas cuantas décadas, no tantas, nadie en España se sorprendía de que una familia no tuviese coche. Pero, en los últimos 40 o 50 años, las cosas han cambiado: hoy mucha gente da por hecho que todo el mundo posee un automóvil, como si fuese un apéndice mecánico que nos surge inevitablemente con la edad. Cuando alguien no cumple esas expectativas y explica que no, que no lo tiene, la reacción de sorpresa tiene a menudo un trasfondo de lástima o de recelo, como si incumplir ese mandamiento social convirtiese al otro en una especie de inadaptado, alguien que se ha quedado descolgado del sistema o que no ha sabido madurar como es debido.

«Parece que el automóvil es algo universal, pero hay que cuestionar ese punto de vista. Mucha gente no puede disfrutar de acceso autónomo a un automóvil: por edad, por renta, por condición física...», rebate Alfonso Sanz Alduán, experto en movilidad sostenible y consultor de Gea21. Ciertamente, esta cuestión es mucho más compleja que el cliché de que hoy todo el mundo cuenta con coche. Hay, por supuesto, personas que no lo tienen porque no pueden permitírselo. Y también hay quienes lo tienen porque no pueden permitirse prescindir de él.

Lo primero resulta obvio, porque todos sabemos que un coche no sale barato. Al desembolso de la compra hay que sumarle el combustible, el seguro, los impuestos, las revisiones, los peajes, el aparcamiento, las posibles multas y reparaciones... El resultado es una cifra muy variable, pero los responsables de la app Fintonic calcularon hace un par de años que el coste medio anual ronda los 1.700 euros. Según el INE, alrededor del 5% de los hogares no pueden permitirse el vehículo propio, aunque la proporción se eleva al 12% entre las familias monoparentales.

«Hay un sesgo de renta. Se lo pueden permitir quienes viven en la 'ciudad de los 15 minutos', con los servicios a su alcance, y normalmente son zonas caras»

Alfonso Sanz Alduán

A eso se suman quienes sí podrían tenerlo pero no quieren, sea por convicciones medioambientales, por simple falta de necesidad o porque nunca han integrado el automóvil en su modelo de vida. Y, en cualquier caso, porque sus necesidades de trabajo y movilidad están cubiertas sin él. ¿Es posible vivir bien sin coche? «Según dónde se viva –responde Isabel Tejero, de la asociación madrileña de peatones A Pie–. En mi barrio puedes prescindir del coche, porque a media hora andando tienes todo tipo de servicios, tiendas, hospitales y médicos. Otro tema es si tu movilidad no es buena: en ese caso, el coche es imprescindible. También en los 'barrios dormitorio' o en muchas zonas rurales, donde el transporte público es en muchos casos deficiente o no existe». Sanz Alduán apunta que hay un sesgo de renta: «Se lo pueden permitir quienes viven donde funciona la 'ciudad de los 15 minutos', con los servicios a su alcance y sin tener que hacer la compra a diez kilómetros. Normalmente, son zonas caras. Aunque también se da lo contrario: urbanizaciones periféricas absolutamente dependientes del coche, donde la familia ya no necesita uno sino tres».

Esa 'cultura de la libertad'

Al consultor le entristece que «en cinco décadas hayamos creado una sociedad dependiente del automóvil», con un urbanismo que lo propicia, incluidos esos polígonos sin transporte público. «Yo soy muy pesado con el aparcamiento: la facilidad de aparcar es una singularidad en la historia. La posibilidad de dejar un bien privado en el espacio público tiene un contraejemplo en países como Japón, donde no puedes comprar un coche si no tienes garaje. Y la 'cultura de la libertad' ha realimentado el proceso: parece que eres un paria o un desgraciado si no lo tienes», lamenta Sanz Alduán, que es uno de esos 'sin coche'.

«Me parece muy importante modificar los anuncios de coches, que los venden como imprescindibles y como garantía de una gran libertad»

Isabel Tejero

¿Qué se puede hacer para facilitar la vida 'desmotorizada'? Por supuesto, las instituciones tendrían que potenciar el transporte público y favorecer los desplazamientos en bicicleta y a pie, a la vez que se implantan restricciones al uso del automóvil y se va cambiando el modelo de ciudad, pero tanto Alfonso Sanz Alduán como Isabel Tejero coinciden en destacar la trascendencia del cambio cultural: acostumbrarse a vivir a otra velocidad, contemplar posibilidades como los coches de propiedad compartida, aprovechar el impulso de la descarbonización para relajar nuestro vínculo con los automóviles... «A mí me parece muy importante modificar los anuncios de coches, que los venden como imprescindibles y como garantía de una gran libertad. Me parece una mentira descarada», critica Tejero.

¿Y qué hay de quienes residen, por ejemplo, en una aldea gallega? ¿Se puede hacer algo para que también ellos puedan prescindir más del coche? «Hombre, si vives en la aldea tú solo... –se ríe Sanz Alduán–. Pero si hay más personas se puede compartir un coche, además de implantar transporte a demanda o incluso hacer compatible el transporte escolar con el de adultos. Esto último ya se ha ensayado en algunas zonas, pero en otras hay regulaciones que lo impiden: eso revela lo poco que se ha pensado en estas cosas».

La cifra

27 millones

Es el número de carnés de conducir que hay en España, lo que representa en torno al 69% de los residentes mayores de edad. Hace 30 años rondaban el 50%.

Imagen de un atasco en Madrid. Bernardo Rodríguez/EFE

«A veces nos preguntamos por qué otra gente tiene coche»

Muchas veces, comprar coche es un rito de paso que marca la entrada en la edad adulta. Pero hay personas que, simplemente, siguen viviendo como lo han hecho siempre, sin automóvil propio. «Yo creo que hay mucha gente que ha nacido y se ha criado en Madrid, entendida como lo que rodea la M-30, y que nunca se ha planteado tener un coche: es más eficiente recurrir a la red de transporte público que aguantar una ciudad congestionada, cara y con problemas de aparcamiento. Yo me crie en Móstoles, en la periferia, por lo que soy una rara avis que ha gastado años de su vida en desplazamientos. Durante mucho tiempo, dos horas al día. Pero nunca lo eché de menos», explica Héctor G. Barnés.

El periodista madrileño se sacó el carné en su momento, «por si acaso», y es consciente de las desventajas que acarrea no tener coche, pero a la vez disfruta de la otra cara de la moneda: «El hecho de haber pasado tanto tiempo en el autobús te ayuda a crear unos ciertos hábitos: escucho tanta música en el transporte público que, por ejemplo, el hecho de teletrabajar ha provocado que esté menos al tanto de las novedades discográficas. Me gustaría decir que tengo una motivación ecológica, pero no: es más una mezcla de vaguería, de precio –porque es un dinero y, para cuando me lo he podido permitir, ya me había acostumbrado a no necesitarlo– y de costumbre». Además, no poseer vehículo propio no equivale a no utilizar un coche jamás: «Lo echo de menos a la hora de viajar por la Península, por ejemplo, o a casa de la familia de mi pareja, o para realizar pequeñas excursiones. Pero ahí recurrimos al alquiler eventual, lo que permite un cierto ahorro tanto económico como en quebraderos de cabeza».

Hay personas que reaccionan con sorpresa cuando se les pregunta por qué no tienen coche. ¿Acaso hay que justificarse, como si poseer uno fuese una ley más o menos inexorable? «Nosotros no tenemos coche porque no lo necesitamos. Ni siquiera nos lo hemos planteado nunca», responde Gotzon, informático bilbaíno. Tanto él como su mujer, Gabi, que trabaja en un establecimiento comercial de la capital vizcaína, se han desplazado siempre hasta sus empleos andando o en metro. «Aquí el transporte público es inmejorable», apuntan.

Ni siquiera se dejaron llevar por la corriente hace diez años, cuando tuvieron a su hija, así que parece improbable que cambien de opinión en el futuro. «No es que nos hayamos propuesto no tener coche jamás. De hecho, los dos tenemos carné. Es solo cuestión de prioridades, o de gustos: a veces nos preguntamos por qué otra gente lo tiene», puntualiza Gabi, que ve mil ventajas en moverse a pie: «Andando te enteras de muchas cosas que pasan en tu entorno y que, en coche, te pasarían desapercibidas. Te encuentras con gente, hablas... En Escandinavia existe más cultura de considerar las calles como una extensión de los pasillos de tu casa, a veces creo que nos hemos equivocado de país».

¿Nunca lo echan en falta? ¿En vacaciones, por ejemplo? «Ahí no, porque nos gusta ir lejos y el coche, en cierto modo, te obliga a quedarte más cerca –rechazan–. A lo mejor cuando vamos a comprar algo grande, como las estanterías de Ikea. Pero ahora mismo estamos en una fase de quitar cosas y vaciar espacios: el coche sería otra cosa extra que nos sobraría».

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