Borrar
Carta a la madre ausente

Carta a la madre ausente

Cuatro hijas y un hijo escriben en su Día a su madre, que ya no está con ellos

Domingo, 3 de mayo 2020

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Un crítico de cine de cuyo nombre no logro acordarme escribió una vez sobre 'Los puentes de Madison' que después de ver la película todos los maridos deberían correr a besar a su esposa. Se me quedó grabada la frase, allá por 1995, aunque no el autor. Después de leer estas cartas de amor para celebrar el Día de la Madre, es muy posible que le entren unas ganas irrefrenables de abrazar a la suya, si es que aún tiene la suerte de disfrutarla, aunque sea de lejos en este confinamiento... Y si ya no está, haga como las hijas e hijo de este reportaje; las perdieron en diferentes momentos, unos hace años, otros no tanto, y alguna, muy recientemente, por culpa del dichoso virus, sin despedida, abruptamente. Ante estas infinitas ausencias, han querido dedicarles unas líneas en este simbólico día. Atrévase, verá que es terapéutico. Leyéndolas, una cosa queda clara, el poder de la palabra madre, ama, mare, naiciña, mamá... dicha, gritada, susurrada, llorada... como cuando éramos niños. Alivia. También escrita, como en estas cartas llenas de cariño y belleza. Atrévase.

Imagen -

Carta de Mónica Lizarbe a su madre, Margarita Villabona (1938-2006). Olite (Navarra)

Me encantaría poder llamarte y decir de nuevo: ¡Mamá!

Querida mamá, me ha costado 14 años escribirte unas palabras, todavía me produce un escalofrío pensar en aquel pasillo largo y oscuro que recorrimos juntas abrazadas después de aquella cita médica en la que te dijeron con buenas palabras que la vida se te acababa. ¡Qué duro vivir aquel año!¡Qué duro acompañarte en ese camino de degradación física que sufriste! Y, sin embargo, ¡qué feliz me siento a la vez por haberte podido acompañar!

Sabes, ahora algunas personas están muriendo solas. ¡Qué triste, qué dolor! Sin embargo, yo tuve la suerte de poderlo hacer contigo. Cuando repaso ahora los mejores momentos de mi vida, uno de ellos es haberte acompañado en ese camino del final de tu vida. ¡Qué lección nos diste! Viviste tu enfermedad con entereza, con optimismo en que aquello no podría contigo... Sin una queja... Recuerdo que cuando te estaba naciendo de nuevo el pelo y salía blanco, me dijiste: «Yo no me lo voy a dejar blanco, en cuanto salga todo me lo tiño»... No dio tiempo. Pero tú no te rendías a que eso fuese el final...

¡Cuántas veces he echado de menos marcar tu teléfono y pronunciar la palabra MAMÁ... Ahora yo soy mamá y, qué curioso, a partir del momento en que lo fui, todavía pienso más en ti. En la pena que me da que no conocieses a tu nieto. ¿Quién te iba a decir que yo tendría un hijo, eh?... Aunque ya sé que de alguna forma le conoces. Cuando le daba pecho, de bebé, y de repente se soltaba del pezón y miraba como si hubiese entrado alguien, yo sabía que te miraba a ti... que tú nos acompañabas.

Querida mamá, hoy es el Día de la Madre. Me encantaría llamarte y poder decir de nuevo: ¡Mamá! Cuánto te necesito todavía y qué afortunada he sido de ser tu hija... ¡Felicidades, mamá!

Imagen -

Carta de Mari Carmen Navarro a su madre Sagrario Bedoya (1936-2013). Santoña (Cantabria)

Mamá, ¿quedamos en Berria o en San Martín?

El verano comienza cuando quedamos todas juntas en la Playa de San Martín. Como cada año, vuelve nuestra rutina estival. Cuatro generaciones de mujeres haciendo lo mismo que tú. Siguiendo tus pasos. Pasear, bañarse y leer. Por ese orden. Rodeada de tus hijas, tus nietas y tus bisnietas. Después, a comer en el Chili: sardinas, jibiones fritos y ensalada. ¡Qué más se puede desear!

A la tarde, con la marea alta nos volvemos a la playa. Es el momento de las historias.

– «Mamá, cuéntale a las niñas lo de Juanillo».

– «Veréis, yo estaba aquí mismo en la playa con mi madre, mojándome los pies, los tenía muy hinchados, estaba a punto de tener mi segundo hijo. De repente pasó por delante de mí un niño arrastrado por la corriente que no podía salir. Era Juanillo. Sin pensarlo dos veces me tiré a por él. Mi madre empezó a chillar. –¡¡Sagrario estás loca. Ayuden a mi hija por favor, está embarazada!!–. Cuando llegué hasta el niño, estaba muy cansado. Tranquilo –le dije–, vamos a salir poco a poco, los dos juntos. Le sujeté por el pecho y nos dejamos llevar, pero corrigiendo la trayectoria hacia la orilla. Y así llegamos a hacer pie y salir andando. El niño tenía 12 años. Juanillo es hoy un hombre que sale a la mar, sin miedo, pero con respeto. Desde entonces, todos los años cuando sabe que estoy en casa, me trae pescado fresco».

Fue la última vez que contaste esa historia. Era un día perfecto, si no fuera porque el agua estaba fría y porque esa misma noche te fuiste. Sin despedirnos. Un agujero negro se me abrió en el alma. Al cerrar los ojos me veía acurrucada en la oscuridad, agarrada a mis piernas y con la cabeza entre ellas. Para no ver. Para que no me vean. Encapsulada, igual que una crisálida. Cuando avanzo mis manos, veo las tuyas. Cuando camino, mis expresiones, mis gestos, mis arrugas son las tuyas. Después de siete años, esa crisálida va saliendo poco a poco. Me estoy transformando en ti. Te quiero.

Imagen -

Mª del Mar Jiménez, a Ángela Arroyo (1939-1990). Granada

Te recuerdo, mamá, con tu moño a la italiana y tu luz permanente...

A mamá. A tu dulce sonrisa, a tu tierno cariño, a tu especial

cuidado, a tu amoroso gesto. A tu incondicional entrega, a tu continuo sacrificio, a tu comprensión infinita, a tu apoyo amoroso. A tu silencio sereno, a tu mirada bondadosa, a tu beso de flor, a tus manos maltratadas. A tu belleza de niña, a tu alma de ángel, a tu amor a papá, a tu amor a tus hijos, a tu amor a los demás. A tu lucha incansable, a tu cuerpo quebrado de dolor y pesar, a tu inmenso dolor y tu sonrisa a pesar. A tu pena y a tu alma, a tus deseos sin realizar, a tu recuerdo alegre de los días en el hogar. A una estrella que brilla y me observa llorar y me observa reír, y me ayuda a soñar y me ayuda a lograr, y me ayuda a ser y me ayuda a sentir, y me ayuda a vivir… Y a una nube en el cielo, y una lágrima más, a la MUJER que fue y es, a mi madre, a mamá, a... mi mamá. Te recuerdo, mamá, por tu sencilla elegancia, siempre con faldas estrechas y tacones de aguja, tu moño a la italiana y tu luz permanente. Y cómo olvidar tu infinita paciencia con tus hijos, siempre viviendo para nosotros. Y nunca, nunca he vuelto a probar en ningún sitio tu exquisita cocina, que compartías con papá, y que estará ahora contigo.

Imagen -

Idoia Larrabide escribe a Mercedes Ramos (1933-2020). Bilbao

Te me has ido solita y lo siento en el alma. Me quedo con los años que hemos pasado juntas

Mi querida ama: Te me has ido, solita, sin avisar. Siento en el alma no haber podido estar contigo. Pero me quedo con todos los años que hemos pasado juntas. Hemos sido una bonita familia junto a aita. Nos hemos divertido y reído.

Siempre recordaré tu valentía, incluso cuando ya te habías quedado sin vista. Has sido imprescindible para la gente que te rodeaba, dispuesta a ayudar a todos de una forma u otra cuando se te necesitaba. En los últimos tiempos, la ayuda la has necesitado tú, y ahí hemos estado todos juntos guiándote el camino para que nunca te sintieras sola.

A pesar de todo, las circunstancias no han sido las mejores, porque sí, porque la vida no es siempre todo lo justa que nos gustaría. Te has acabado yendo sola, como nunca lo habrías querido ni imaginado. Solo espero que, aunque no hayamos podido estar junto a ti en estos momentos, nos hayas sentido igual de cerca que nosotros a ti.

Ahora estás en paz, te llevaremos toda la vida en nuestro corazón y te vamos a echar muchísimo en falta. Danos fuerzas para seguir este camino sin ti. Te queremos.

Imagen -

Canción 'La Grieta', escrita por Goio Gutiérrez para María Quintana (1928-2018). Bilbao

Ahora sé que estás justo aquí, tú en mí y en ti yo.

La grieta se abrió

y el mundo se partió en dos, en dos...

Las cosas cayeron adentro una tras otra,

como sin alma,

como sin cuerpo...

Unas se rompieron

y otras no lo hicieron,

pero todas cambiaron,

todas cambiaron...

Y nada quedó

ni en un lado ni en el otro,

sólo tú allí

y aquí yo...

¿Qué hacer?, ¿qué hacer?...



Lloré primero,

de nada sirvió,

recé después

y de nada sirvió.



Corrí en busca de un puente

y de nada sirvió,

cerré los ojos y sellé...

mi corazón, mi corazón...



De pronto,

del fondo del abismo,

una voz llegó

y alta y clara así se pronunció:



«No, no va a dejar

la rueda de girar.

No, no hay vuelta atrás,

la grieta no se cerrará.



Si te quieres acercar

a lo que está más allá,

dentro de ti

deberás mirar.

Sólo así lo podrás

encontrar»

Poco a poco

el llanto cesó

y cesó la oración.



Comencé a caminar

y sonreí,

casi feliz, casi feliz...



La grieta a un lado

al otro yo,

abiertos los ojos,

abierto el corazón.



Ahora sé que estás

justo aquí,

tú en mí

y en ti yo.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios