«La agricultura está abocada a la desaparición si no cambian las cosas»
Jorge Herrera. El agricultor de la localidad vallisoletana de Laguna de Duero representa la tercera generación en una explotación hortícola familiar
Lara Arias
Jueves, 15 de mayo 2025, 10:07
En una pequeña explotación hortícola en Laguna de Duero, Jorge Herrera, de apenas treinta años, representa una rara avis: un joven que ha decidido apostar por el campo. En una España rural marcada por el envejecimiento y el abandono progresivo de las labores agrícolas, su testimonio es a la vez esperanzador y crudo, repleto de contradicciones, amor por la tierra y frustración por un sistema que, asegura, no está preparado para el relevo generacional.
«Llevo tres años dedicándome a la agricultura, aunque en realidad lo he mamado desde pequeño», cuenta. Su familia siempre cultivó hortalizas y él no ha querido romper con esa tradición. «Cultivamos tomates, pimientos, calabacines, calabazas, patatas…», enumera. Y aunque lo dice con orgullo, reconoce que mantenerse en el sector se ha convertido en una carrera de obstáculos.
Uno de los principales escollos es la falta de mano de obra. «Nadie quiere trabajar en el campo», afirma con resignación. «Dependemos de temporeros, la mayoría extranjeros, que vienen durante la campaña y luego se van. Españoles, ninguno». Esta carencia no solo encarece los costes, sino que pone en riesgo la viabilidad de cultivos que requieren cuidados intensivos. «Si no tienes mano de obra, no puedes hacer nada en este sector», asegura este profesional.
A las dificultades laborales se suma el impacto del cambio climático. «Antes los cultivos nos duraban de junio a septiembre, pero ahora seguimos recolectando hasta noviembre. Los veranos son más largos, las tormentas más intensas y eso implica más tratamientos, más productos fitosanitarios, más gasto».
Jorge trata de adaptarse con riegos, abonos y tratamientos, pero admite que la planta necesita una ayuda constante que antes no hacía falta.
En cuanto a la comercialización, sus productos se venden en el mercado central de Valladolid. «Allí aún quedan unos pocos fruteros, pero la mayoría de la producción acaba en manos de intermediarios que lo distribuyen por otros lugares. El comercio local está desapareciendo». La imposibilidad de centrar la venta en una sola superficie obliga a diversificar y depender de múltiples canales, lo que complica aún más el trabajo diario.
Frágil equilibrio
El precio, como en tantas explotaciones agrícolas, es otro quebradero de cabeza. «Muchas veces no cubres costes. Si ves que no vas a llegar, quitas el cultivo. Nosotros no somos una empresa grande; necesitamos mucha mano de obra. Y si no tienes mano de obra, estás vendido». Aunque los últimos años han logrado salvar las cuentas, el equilibrio es frágil y depende de la climatología, la demanda y los costes de producción.
A esta tormenta perfecta se suma la competencia de productos importados. «Es la ruina», sentencia Jorge. «Traen cosas mucho más baratas con las que no puedes competir. Solo pueden aguantar las empresas grandes, que se especializan y producen a gran escala. Nosotros, los pequeños, estamos abocados a desaparecer».
Y es aquí donde el discurso de Jorge se vuelve más personal, más visceral. «Me duele decirlo porque soy joven y acabo de empezar, pero si esto sigue así, va a ser imposible continuar».
La burocracia, dice, también ahoga: «Cualquier cosa que quieras hacer implica un papeleo increíble. Si no tienes un gestor, estás perdido. Y eso es más dinero», recuerda.
A esto se suman los costes desorbitados de la maquinaria: «Un tractor nuevo es impensable para nosotros. Si compras algo, tiene que ser de segunda mano o te hipotecas para toda la vida».
A pesar de todo, Jorge no se arrepiente. «Es un trabajo bonito. Desde pequeño venía con mi padre al tractor. Plantar una semilla, verla crecer, recogerla y saber que alguien se alimenta de eso... te llena». Pero no se engaña: «Ahora mismo, no incitaría a nadie a quedarse en el campo. Es muy duro. Sí les invitaría a venir a trabajar, porque, aunque cuesta, es gratificante. Pero si no vienes de una familia agricultora, es imposible empezar de cero».
El futuro y los grandes
El futuro que describe es sombrío: «Si no hay cambio generacional, la agricultura desaparecerá o quedará en manos de cinco empresas grandes. Parece que lo que se busca es recalificar terrenos, llenarlos de placas solares o construir urbanizaciones». Y añade: «Desde que decidí quedarme, nadie me ha dado palabras de ánimo. Pero sigo aquí. Si montas un negocio, es para apostar por él».
Después de todo lo dicho, su voz transmite una mezcla de orgullo y pesimismo. El orgullo de quien cree en lo que hace y no se rinde fácilmente. El pesimismo de quien ve cómo se desmorona un modelo sin que nadie parezca dispuesto a sostenerlo. Al menos esa es la impresión.
Jorge Herrera es el reflejo de una generación de profesionales de la agricultura que quiere, pero no puede, que lucha con pasión, pero sin respaldo.
Y si su testimonio no sirve para cambiar el rumbo, tal vez sirva, al menos, para entender por qué tantos como él están desapareciendo del paisaje agrícola español. Sin duda, una realidad.
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