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Las dos jóvenes en el patio del albergue.

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Las dos jóvenes en el patio del albergue. Peio García.

Hadas en el Camino

Lucía y Filipa regentan del albergue vegetariano de Reliegos, reabierto este verano tras un fugaz estreno de dos semanas antes del estado de alarma

Domingo, 30 de agosto 2020, 11:06

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Reliegos, localidad leonesa de poco más de 200 habitantes ubicada en el Camino de Santiago, acoge el albergue Las Hadas, que con capacidad para hasta una veintena de caminantes, ofrece a sus huéspedes la posibilidad de vivir una experiencia que vaya más allá del descanso y el alimento con los que reponer fuerzas para continuar un viaje del que restan 337 kilómetros antes de llegar a la villa compostelana.

Lucía, madrileña de 28 años, y Filipa, portuguesa de 23, son dos viajeras natas que estrenaron con este espacio un capítulo de sus existencias con la Ruta Jacobea como eje de una aventura personal y laboral en la que que combinan un modo de sustento con una forma de entender la vida. Se conocieron hace dos años y, desde entonces, forman el equipo que ha puesto en marcha un establecimiento de ambiente familiar, de confianza, que inspira cercanía y busca que quienes lo habiten, aunque sea por unas horas, se sientan a gusto.

Después de vivir una historia de amor transformada ahora en amistad, estas mujeres comparten la crianza de Aroa, la hija de Lucía a la que Filipa vio nacer en Granada, hasta donde les había llevado por entonces su vida nómada. Vivieron esa experiencia arropadas por otras dos viajeras que quisieron acompañarlas en un momento tan trascendente que tuvo como escenario una 'casa' sobre ruedas.

Con ellas, dos perras juguetonas y cariñosas completan esta alianza femenina que ha hecho parada en Reliegos para tener allí su refugio y el de quien quiera descubrir la dulzura que transmiten más allá de los 'piercings' y las rastas que pueden ser lo más llamativo a primera vista y que pierden protagonismo en cuanto sonríen. «Parecemos muy punkies pero somos súper tiernas», confiesa Lucía. «Vamos permitiéndonos ser nosotras; la parte del aspecto queda atrás porque las personas sienten nuestra energía», asegura Filipa.

La casualidad quiso que una visita a la localidad de Foncebadón -otro punto señalado en la Ruta Jacobea a su paso por la provincia- les hiciera plantearse poner en marcha un negocio que les dejase bastante tiempo libre para viajar; varios meses, en concreto, en el caso del mesonero que cerraba al día siguiente su negocio para iniciar unas vacaciones de medio año. Así se lo contó a ellas, que reaccionaron sorprendidas y pensaron que podrían hacer algo parecido. Descartada la posibilidad inicial de abrir una pizzería, la búsqueda de opciones acabó con la localización del albergue, del que se hicieron cargo a través de un traspaso, con la intención de convertirlo en mucho más que un alojamiento, bautizado con el nombre de El albergue de las hadas (alberguelashadas.com).

Atravesar el portón de madera que da paso al recinto supone para el peregrino adentrarse en un espacio de respeto y amor a la naturaleza; filosofía que quieren transmitir y, si es posible, contagiar. Usan productos biodegradables y ozono, para que la limpieza (ahora intensificada por las circunstancias sanitarias) sea más eficaz y respetuosa con el medio ambiente y en cuanto a alimentación se refiere ofrecen a sus clientes comida vegetariana y vegana, aportando la única opción de este tipo desde Reliegos hasta la capital. Pretenden también, desde su condición de 'flexitarianas', conectar en este terreno con el peregrino y aportar un poco de su experiencia en ese tipo de cocina.

Se ven a sí mismas como hadas, guardianas del planeta y de sus elementos, tan perjudicados por la acción del hombre. «Creemos que la mente humana está capacitada para hacer lo que estamos haciendo, pero de manera más consciente, sin faltar tanto al respeto a la Tierra», argumentan y explican que han conectado mucho con la Naturaleza y para ellas es muy importante «cuidarla y trasladar esta conciencia a la gente. Y parte desde nosotras traer este cambio para que las personas empiecen a mirar que las cosas pueden ser hechas desde otro punto respecto a la Madre Tierra».

Buscan aprovechar que el Camino de Santiago es para muchas personas un viaje de reflexión, de momento de introspección y de preguntas. «También hay gente que lo lleva a la espiritualidad y es un momento perfecto para plantearse ciertas cosas en la vida. Y si a los peregrinos que pasan por aquí podemos aportarles algo sobre decisiones que van a hacer cambiar su vida para un mayor respeto con ellos mismos -porque ellos son la Naturaleza también- y a la Tierra, pues qué mejor», plantean.

«Es más que un camino externo, es hacia adentro contigo mismo; un camino interno de auto-descubrimiento», añaden y en esa atmósfera que crean para los caminantes incluyen la música como ingrediente de acompañamiento, ya que ambas tocan varios instrumentos y cantan. El jardín situado en la parte de atrás del albergue cumple su papel de acogedor escenario, también para malabares y otras ofertas artísticas.

La pandemia

Filipa y Lucía guardaron sus mochilas para poner en marcha un espacio que viajeros de todo el mundo vean como un hogar fugaz del que se llevan -como poco- un recuerdo agradable y, con suerte para las pretensiones de estas entusiastas defensoras de lo natural, una huella permanente. Pusieron en marcha el albergue el pasado 1 de marzo y, tras atender a sus primeros clientes -procedentes de Estados Unidos, Alemania y España-, vieron cómo la declaración del estado de alarma cerraba de golpe sus puertas recién abiertas.

Ahora, tras dos meses de actividad en los que han recibido a peregrinos italianos, alemanes, franceses y nacionales confían en que no se regrese a la situación inicial. «Mientras nos dejen abrir y no cierren las fronteras, estará abierto», señala Lucía y detalla que ya tienen alguna reserva incluso hasta principios de noviembre.

Su intención es cerrar los meses de invierno, en los que no es frecuente el paso de caminantes por la localidad y reabrir quizá en febrero, iniciado ya el Año Jacobeo que esperan poder vivir con relativa calma. «Aunque no pasemos a una normalidad total, al menos que sigamos así, que haya flujo. No pueden dejar la economía a ras», plantea.

«Creo que el albergue está yendo genial, están encantados y disfrutan y nosotras también. Más allá de la sensación gratificante de servir a los peregrinos, te complace lo que estás regalando», comenta

Filipa se muestra optimista sobre el futuro. «Estoy confiada en que el próximo año va a ir súper bien. Todo es nuevo para todos y aprendemos a vivir de otra forma», dice satisfecha también de que ambas sean también de las vecinas más jóvenes del pueblo, a las que sus paisanos se refieren como «las chicas» cuando orientan a algún peregrino para que se dirija al albergue.

Aunque el coronavirus obliga a determinadas medidas de seguridad y restricciones en el establecimiento, recalcan que su forma de entender la vida se mantiene. «La cercanía sigue siendo visible; los peregrinos nos dicen que qué bonito y familiar y cómo se sienten de acogidos. La interacción no se pierde porque haya una pandemia», añade Lucía.

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