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Jefes tribales de Costa de Marfil acceden a un camión para recibir el suero contra el virus. Reuters
África no cree en la covid-19

África no cree en la covid-19

La vacunación no avanza en el continente en el que supuestamente ha surgido la variante Ómicron por la carencia de dosis y medios, por las dificultades logísticas y, sobre todo, por la indiferencia de su población

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 5 de diciembre 2021, 00:22

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El pasado 19 de abril, un avión de carga procedente de India aterrizó en el aeropuerto de Kinshasa, la capital congoleña. La nave transportaba 1,9 millones de dosis de la vacuna AstraZeneca, fabricada por la poderosa empresa de biotecnología Serum Institute. Los responsables de Sanidad repararon en que una parte de los viales caducaba el 23 de junio y otra, el 7 de julio. A pesar de que tan sólo la capital cuenta con más de 17 millones de habitantes, las autoridades locales se consideraron incapaces de gestionar tal montante en el plazo de dos meses, así que se quedaron con 700.000 inyectables y reenviaron 1,2 millones a la República Centroafricana, un estado fallido carente de una Administración eficaz.

La abulense Carmen Terradillos, coordinadora de Médicos sin Fronteras en la ciudad de Bukavu, situada a 1.500 kilómetros, solicitó 200 de aquellas vacunas para su equipo de profesionales. La remesa llegó en mayo. «No tuvimos problemas con los plazos», recuerda. El problema era otro. «Había una gran desconfianza entre los sanitarios y tuvimos que llevar a cabo mucho trabajo de sensibilización, explicar de qué nos previene y su eficacia. En definitiva, proporcionar abundante información para que aceptaran».

Esa reticencia entre profesionales de la salud no resulta excepcional ni en Congo ni en toda la región subsahariana. «Se trata de un reflejo de la sociedad», afirma. «La población muere de lo de siempre: malnutrición, diarreas y otros males que son visibles. El coronavirus no está presente y no se le da importancia. Se vacuna muy poca gente». La enfermera cree que los casos están subestimados en un país con 94 millones de habitantes, pero que reporta menos de 300 casos diarios de covid-19. En cualquier caso, sostiene que su incidencia no resulta apreciable.

Estudiantes de Madagascar sostienen un bebedizo que el presidente asegura que combate el Covid.
Estudiantes de Madagascar sostienen un bebedizo que el presidente asegura que combate el Covid. AFP

«No ven la necesidad»

La vacunación en África es un asunto complejo. Ni se demanda ni podría facilitarse a toda la población congoleña, repartida en un territorio de más de 2,3 millones de kilómetros cuadrados. «Los inconvenientes son diversos y enormes, y tienen que ver con el transporte, la logística o la seguridad», indica la enfermera. «Pero el mayor obstáculo es que la gente no ve la necesidad».

Los pequeños Estados insulares, caso de Seychelles o Mauricio, enfocados al turismo y con poblaciones pequeñas y concentradas, disponen de los mejores registros continentales. Ruanda, también de reducida extensión y dotada de un sistema de salud gratuito y de fácil acceso, también se halla entre los primeros puestos.

En la ribera mediterránea, Marruecos constituye una excepción a la precariedad. Además de presentar altos índices de vacunación, ya ha empezado a aplicar la tercera dosis y anuncia la introducción del pasaporte covid. La ambición también posee incentivos económicos. Su pretensión última es convertirse en plataforma del proceso en todo el continente, mediante la instalación de factorías gracias a acuerdos con Rusia y China, entre otros aliados.

Túnez es el reverso tenebroso. La expansión de la variante Delta provocó el colapso de las instituciones sanitarias y una alta mortalidad en verano. Las protestas callejeras por la falta de respuesta de la Administración propiciaron el golpe de Estado del presidente Kaïs Saied y el fin de su aclamada primavera democrática.

La región subsahariana es la que acumula mayores retrasos y la media global del continente no supera el 7% con la doble pauta. Las causas abarcan un amplio abanico. «En Congo tan sólo se recomienda a sanitarios y a las personas con tratamientos crónicos y mayores de 55 años, que representan una exigua minoría». La obligatoriedad del uso de la mascarilla es un clamor en el desierto. «En Bukavu nadie la lleva», reconoce Terradillos. «Es algo difícil de exigir en un lugar donde comer todos los días supone un lujo».

En su opinión, el envío de más vacunas carece de sentido. «Se trata de un despropósito si no se acompaña de más promoción y mecanismos para facilitar el aprovisionamiento y el reparto», apunta. «La labor del Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19 (Covax) no llega a buen puerto sin herramientas que faciliten la distribución», todo un caballo de batalla en escenarios desprovistos de una red moderna de comunicaciones. «En este país, un viaje con los medicamentos puede exigir el uso de moto, canoa y andar durante varias horas antes de llegar a la aldea, que los campesinos no se hayan desplazado a sus lejanas huertas y que quieran participar», explica. «Pero todo es aún más complicado en aquellos parajes remotos donde no existen condiciones de seguridad».

Un reto mayúsculo

La situación es muy compleja. Terradillos apuesta por la formación de líderes comunitarios o mejorar la detección. En este contexto, conseguir que el 40% de la población del planeta esté vacunado para marzo, tal y como se pretende, parece muy complicado, según su experiencia. «No olvidemos que, además, hay estados que padecen graves conflictos armados y zonas bajo control rebelde a la que no se puede hacer llegar ningún tipo de recurso procedente del área gubernamental».

Ómicron, la variante supuestamente originada en Sudáfrica, no genera alarma en el corazón del continente. «La enfermedad está asociada con aquellos extranjeros que acuden para hacer negocios», alega. «Nosotros la llevamos allí, no son ellos la que la transportan a Europa». La renuencia a participar en la lucha contra la pandemia provoca otras sorprendentes repercusiones. «Emprendimos una campaña para vacunar contra el sarampión y la población desconfiaba, pensaba que se trataba de una treta para introducir subrepticiamente la de la covid-19». Los líderes religiosos negacionistas y políticos como el presidente malgache Andry Rajoelina, que patentó una bebida contra el virus, tampoco favorecen la adhesión de una población crédula que a menudo antepone la fe a la ciencia en el ámbito médico.

Una mujer acaba de ser inmunizada sin bajarse del coche en Pretoria, la ciudad más poblada de Sudáfrica, donde se ha vacunado ya el 24% de la población.
Una mujer acaba de ser inmunizada sin bajarse del coche en Pretoria, la ciudad más poblada de Sudáfrica, donde se ha vacunado ya el 24% de la población. EFE

Vacunar en Congo constituye un reto mayúsculo. No más del 0,06% de sus ciudadanos tienen la pauta completa. Los índices de Camerún son muy superiores ya que alcanzan al 2% de sus habitantes, aunque sigue suponiendo un porcentaje ínfimo frente a la media europea, estimada en un 54%. La barcelonesa Núria Pagespetit y su marido viven en este país desde hace 5 años, han puesto en marcha una escuela de enfermería y construyen un hospital en el puerto de Kribi con apoyo de la ONG española Manos Unidas.

El foco en la malaria

La llegada de la pandemia no les sorprendió. Tenían suficientes tests rápidos y pronto se proveyeron de vacunas. «Las han utilizado cuatro de los 26 profesores», indica. La negativa está fundamentada. «Dicen que llevan esperando 40 años que aparezca la vacuna contra la malaria y que llega la covid-19, y como afecta a los blancos y ricos, sale inmediatamente. No, no se le van a poner, aseguran que es un problema de los europeos y que la utilicen ellos». Los preparados de Sinopharm y Pfizer se encuentran al alcance de la población, pero apenas son utilizados. «Se han perdido al menos unas 60.000 dosis», lamenta.

Camerún posee recursos contra el coronavirus. Se ha implantado un protocolo de actuación y una red de hospitales de referencia en la lucha contra la enfermedad. Pero los problemas de sus nativos son otros. «Es el tifus, el VIH, la tuberculosis o la malaria, que puede afectar cuatro o cinco veces al año y supone la principal causa de muerte entre los niños menores de cinco».

No hay mascarillas en Kribi. La vida permanece ajena al virus y su profilaxis. Procedimientos como el confinamiento se antojan inviables cuando las viviendas son habitáculos diminutos sin acceso a agua potable y saneamientos. «La mayoría de la gente ni siquiera puede lavarse las manos. Este es un país rico con ciudadanos pobres, pero no miserables».

La detección en el hospital local revela dos o tres casos positivos entre medio centenar de pruebas semanales. «Lo suelen hacer aquellos que precisan viajar y son asintomáticos. Les aconsejamos que permanezcan en sus casas, pero a la tarde ya están en el mercado, siempre abarrotado».

¿Qué se puede hacer ante esta situación? «Sinceramente, creo que nada», confiesa Núria Pagespetit, para quien, tal vez, la actitud de los locales sería diferente si Occidente hubiera prestado más atención y recursos a la lucha contra la malaria y otras enfermedades tropicales. «Dicen que los del norte tenemos que aprender a vivir con ela covid-19, lo mismo que ellos vienen haciendo desde que nacen, aunque, en su caso, sea contra una amplia panoplia de virus».

AL DETALLE

  • Cuestión de prioridades El tifus, el VIH, la tuberculosis o la malaria son las enfermedades que más preocupación generan en la población africana. El coronavirus, por contra, es una enfermedad «de occidentales».

  • 'Islas' de bienestar. Los pequeños estados insulares, como Seychelles o Mauricio, enfocados al turismos y con poblaciones concentradas son los que arrojan mejores datos en la lucha contra la infección.

  • 7% es la media global con la doble pauta. La región subsahariana es la que acumula más retraso. bajo mínimos

  • Mascarilla Exigir que la población lleve mascarilla cuando conseguir que coman a diario ya es todo un reto, resulta muy difícil

El peculiar caso sudafricano

Sudáfrica, la primera potencia continental, no es un territorio homogéneo, sino la yuxtaposición de realidades contrapuestas. Poseedor de las mayores desigualdades socioeconómicas del mundo, allí conviven estándares occidentales y situaciones de marginación propias de la región subsahariana. La respuesta al virus también ha sido diferente, aunque ahora todo el país se enfrenta al mismo problema: la aparición de Ómicron, la peligrosa variante del Covid-19, ha disparado los contagios desde los 300 de media en noviembre hasta los más de 11.500 del 2 de diciembre.

Los programas de vacunación de Unicef han creado protocolos que ahora pueden favorecer a los más débiles. «La mortalidad de los niños se ha reducido un 60% en los últimos 30 años, aunque llevamos tres o cuatro de estancamiento, agravados por la irrupción de la pandemia», apunta Blanca Carazo, responsable de Programas y Emergencias.

El desarrollo industrial del cono sur repercute positivamente allí donde ha surgido el mayor peligro de infección. Moderna y BioNTech se han aliado con el Instituto Biovac de Sudáfrica para producir viales en aquel país y usar sus canales de distribución para llegar al corazón del continente.

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