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Picos de Europa, una vida entre montañas

Picos de Europa, una vida entre montañas

Los valles de Valdeón y Sajambre han sido cuna de grandes montañeros pero también de hombres y mujeres que han hecho historia con sus propias manos en las cumbres, creando los refugios, hoy convertidos en uno de los mayores reclamos de Picos

ANDREA CUBILLAS

Martes, 24 de julio 2018

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Valdeón es, por encima de todo, tierra de montañeros. Hombres y mujeres que hicieron de los Picos además de su pasión su modo de vida.

Basta en pensar en nombres como Gregorio Pérez, 'el Cainejo', o la saga de los Martínez, con Víctor y sus hijos Alfonso y Juan Tomás, escaladores excepcionales a los que se les debe algunas de las rutas más aclamadas y recorridas en la actualidad por montañeros de todo el mundo.

Vídeo. Picos, una tierra de montañeros. INÉS SANTOS

Pero son muchos los valdeoneses que, de una u otra forma, están ligados a la historia de estas montañas.

Es el caso de Teófilo García. Con apenas 17 años, subía cada día al Collado Jermoso. Sobre su hombro, ladrillos, cemento, pizarra y yeso que servirían para construir un refugio, hoy convertido en emblema de Picos.

No olvida la viga que cargó junto con Leodora Guerra, hoy ya fallecida. Hoy se ríe al recordar ese día, pero asegura que fue el porte más duro que realizó. Y eso que estaba acostumbrado a grandes cargas. «Subí 30 kilos de cemento o de ladrillo de una vez. A cuesta por El Sedo». Era la forma durante años de ganarse el jornal. Igual que muchos de sus vecinos. «De todos los que habíamos allí, ya no vive nadie más, sólo este paisano de 93 años».

Tiempos duros que recuerda con una sonrisa. También esa infancia, en la que muchos días no había tiempo ni para la escuela. Porque «cuando había que ir a la hierba, íbamos y lo dejábamos todos para apañarla», recuerda Teofilo, que asegura que no paso hambre. «Siempre hubo para hacer pan».

Teófilo junto a su mujer, en su casa de Prada de Valdeón.
Teófilo junto a su mujer, en su casa de Prada de Valdeón.

Con tan sólo seis años recuerda como sus padres le echaron al monte «para cuidad cuatro cabras y cuatro ovejas. Ya de más mayor, me dejaban cuidar algún jato y vacas. Tengo nietos y no sé qué me harían si les mandase ahora al monte. Me tirarían de las orejas», bromea Teófilo.

En su mente, como la de tantos por esos valles, también estuvo la de emigrar, pero la guerra echó por tierra un sueño y abrió una herida que aún duele. Aunque le permitió vivir en una tierra de la que habla con auténtica pasión y que comparte desde hace 67 años con su mujer con la que recuerda ese tiempo pasado que, como dice el refrán, siempre fue mejor.

«Era un chabalote de 16 años y cada día subía hasta el Collado Jermoso con ladrillos y cementos. No olvidaré cuando subí una viga... era muy larga (se ríe). Fue complicado y eso que no era de hierro ni de roble»

«El pueblo estaba lleno de vecinos. En cada casa había dos o tres mozos. Pero luego se marcharon y se quedó sin nada. Ahora vienen algunos perras a arreglar las casas de los padres pero no hay nadie»

TEÓFILO GARCÍA

No olvida el soniquete de esa lata –porque no había tambor- que anunciaba el baile aunque se sonroja al preguntarle cómo conquisto a su mujer, que se ha convertido en su mejor compañera de vida. «Algo tuve que hacer», broemea, Teofilo, que se dedicó toda la vida a la ganadería. Empezamos con dos vacas, dos cabras y cuatro ovejas y, poco a poco, tratamos de tener más y fuimos viviendo».

A sus 93 y sentado en una casa que construyó con sus propias manos, Teófilo mira ese refugio al que años después de su construcción regresó como montañero pero al que reconoce, con esa sonrisa de pícaro que no borra la edad, no tiene intención de regresar y que seguirá mirando desde su añorado valle, del que, asegura, no sé separará jamás.

Recuerdos del pasado, convertidos en presente.

Julián Morante, guarda del refugio de Vegabaño.
Julián Morante, guarda del refugio de Vegabaño.

A más de 1.400 metros de altitud, en la majada de Vegabaño, antiguo punto de encuentro de pastores, vive Julián Morante desde hace más de tres décadas. Es el responsable de uno de los nueve refugios de Picos de Europa.

Llegó desde Lario, movido por su pasión por la montaña, para compaginar su labor de guía con el de guarda. «Tenía claro que lo mío era funcionar en el monte y la Diputación y la Federación de Montaña querían poner en funcionamiento el refugio y vi que era mi oportunidad».

«El refugio siempre fue una actividad muy concreta centrada en unos meses porque dependes de los turistas y deportistas. Hay que vivir todo el año por eso decidí compaginarlo con la labor de guía»

«Para vivir en un refugio aislado es necesario que te guste el entorno. Así eres feliz. La realidad es que cuando más a gusto estoy es cuando no hay nadie»

JULIÁN MORANTE

Le cuesta reconocerlo, pero sus ojos no engañan. Se siente un afortunado al despertad cada día en un entorno único, al pie de esas montañas que son su vida. Praderías alpinas que se cosen con espectaculares hayedos rodeados por la roca caliza de Picos de Europa.

Un enclave natural mágico que, cada día, durante los nueve meses que está abierto el refugio Julián intenta compartir con todo el que quiera descubrir un pedazo de Picos.

Un anillo de nueve refugios

Picos de Europa cuenta con nueve refugios de montaña, dos de ellos, Vegabaño y el Collado Jermoso, en la provincia de León. A ello se suman los refugios de Vegarrendonda, Vega de Ario, Jou de los Cabrones, Vega de Urrieullo, Tenerosa, Casetón de Andara y Cabaña Verónica.

Los guardas de los refugios impulsaron el 'Anillo de Pico', un proyecto que busca dar a conocer el Parque Nacional a través de un recorrido circular que une todos los refugios y que año tras años capta a más montañeros.

El Anillo de Picos recorre los montes Vindios, recodo de la última tribu cántabra que combatió contra las tropas romanas. Esta tribu conocida como los vadinienses buscó algún refugio en los montes de la Cordillera Cantábrica, ahora conocidos como los Picos de Europa.

El Anillo de Picos tiene tres modalidades, la primera de ellas se conoce como «El Anillo Vindio» que abarca el macizo Occidental, la segunda «El Anillo Extrem» que además del Occidental, sería también el Central y por último «El Anillo Tres macizos» que serían los tres: Occidental, Central y Oriental.

Cada una de las etapas sale siempre desde un refugio o alojamiento colaborador para acabar en otro. La ventaja del Anillo es que no es obligatorio comenzarlo en un sitio concreto, se puede iniciar desde cualquier punto. Más información en la web del Anillo de Picos .

Hoy comparte este pequeño refugio con su mujer - que llegó desde Madrid como cocinera del refugio- y sus dos hijos de 11 y 9 años y, a pesar de que el turismo es su modo de vida, reconoce que la felicidad plena le invade cuando está completamente sólo, su familia y la naturaleza en estado puro.

Aunque añora y mucho el ayer, no sólo porque reconoce, la edad le impide subir a Peña Santa, sino al ver la despoblación que vive el Valle de Sajambre, ese al que cada día, llueva, truene o nieve, baja a sus hijos a la escuela. «Los niños necesitan niños y por muchos que les baja a Oseja, la realidad es que no hay niños porque aquí no alternativa de vida».

Porque la realidad es que el presente y el futuro de Sajambre y Valdeón es quizá más duro y cruel que el pasado más cercano.

En sus calles apenas se escuchan las risas de los niños, el ganado ha desaparecido del paisaje y las chimeneas apenas ahumean.

La vertiente leonesa sufre la enfermedad de la despoblación. Y en primer grado.

Pero eso ya, es otra historia.

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