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Marcial Rodríguez, Jose Luis Boto, Elvira Fernández, Pilar López, Bonifacio Armesto e Ignacio Vega, varios de los profesores jubilados a los que la localidad de Cabañas Raras, rinde homenaje César Sánchez
Un reconocimiento al gremio de la tiza

Un reconocimiento al gremio de la tiza

El municipio berciano de Cabañas Raras rinde homenaje este fin de semana a la labor docente de varios de los maestros que educaron a generaciones de vecinos en las antiguas escuelas de la villa

David Álvarez

Sábado, 11 de mayo 2019, 12:22

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Bonifacio Armesto, Pilar López, Ignacio Vega, Elvira Fernández, Marcial Rodríguez y José Luis Boto son nombres que a los vecinos de Cabañas Raras les cuesta pronunciar si no van precedidos de un «don», o un «doña» en el caso de ellas, ya que ese fue el tratamiento con el que durante muchos años se dirigieron a ellos, sus maestros de la escuela. Este sábado, el Ayuntamiento rinde un sencillo homenaje a estos integrantes del «gremio de la tiza», como ellos mismos se definen, con la entrega de unas placas conmemorativas. El acto simbólico tendrá lugar en el edificio donde antaño se alzaba el colegio en el que alguno de ellos llegó a dar clase, y pretende reconocer la labor llevada a cabo para educar a generaciones enteras de niños nacidos y criados en esta localidad berciana.

En unos tiempos en los que aún imperaba la segregación por sexos, la primera en llegar a la escuela de chicas fue Elvira, que con sólo 22 años aterrizó en Cabañas de la mano de Ignacio, por aquel entonces su novio. Poco más tarde, él también obtuvo su plaza en la escuela de chicos y en 1970 se casaron. De los rincones de su memoria, Ignacio rescata el semáforo, un curioso código de colores con el que los niños gestionaban la carencia de aseos en las instalaciones del colegio. O recuerda también la existencia de un pozo en las inmediaciones de la escuela, en el que de vez en cuando caía la pelota con la que jugaban los niños y habitualmente también el maestro. La solución pasaba porque el adulto cogiera por los pies a un escolar valiente y lo metiera cabeza abajo en busca del esférico perdido. «Si me viesen hacerlo hoy, me metían a la cárcel», confiesa.

El matrimonio de maestros formado por Ignacio y Elvira coincidió en la escuela con Pilar, la más veterana del grupo. «Venía desde Ponferrada todos los días, porque aquí no había donde vivir, las viviendas estaban ocupadas o no se podía vivir en ellas», recuerda. En sus clases, cientos de niñas aprendieron a hacer las famosas «labores». «En fin de curso hacíamos una exposición y eso les encantaba, más que estudiar», admite.

Aunque reconocen que durante esos años «quizás había un exceso de disciplina», los tres coinciden en señalar que «había más respeto antes que ahora». «Era inconcebible eso de que un alumno insultase a un profesor», explica Ignacio. En la misma línea, Elvira critica la existencia de «grupos de 'whatsapp' en los que padres y madres se dedican a insultar y a criticar a los profesores». «Eso va mermando el respeto, porque los niños hacen lo que ven en casa», considera. Por su parte, Pilar subraya que «un aula sin respeto no funciona, si falla eso falla todo lo demás» y recela del «tuteo» entre el maestro y sus alumnos.

Nuevos tiempos

Los aires de cambio en la educación empezaron a soplar en noviembre de 1975, con la muerte del dictador Franco. «Estábamos en clase y nos mandaron un aviso rápido de la Inspección para que cerráramos las escuelas y nos fuéramos para casa. También cerraron las universidades por miedo a líos», recuerda Elvira. «Estuvimos ocho días sin clase, aprovechamos para irnos a pasar una semana de vacaciones a Valladolid», completa su marido.

Más tarde llegó la EGB y todos ellos tuvieron que especializarse, pasando por un curso de casi dos años de duración. «Eso era peor que un máster», asegura Elvira, que se especializó en ciencias sociales. Su marido optó por las lenguas, mientras Pilar ejerció como profesora de matemáticas y ciencias. Al separar de esta manera las materias, algunas clases llegaron a reunir hasta 40 niños en una misma aula, ya que acudían al centro alumnos de otros pueblos cercanos, en un método de trabajo que se bautizó como agrupación escolar mixta.

A principios de los 90, la antigua escuela situada donde hoy se alza la Casa de la Cultura se trasladó a las instalaciones actuales, dependientes del colegio rural agrupado (CRA) La Alborada, que da servicio desde su cabecera de Columbrianos a otras localidades del entorno como Cortiguera y Sancedo. «Tuvimos que meter nosotros mismos el mobiliario, que estaba almacenado, y montar las aulas», explica Marcial, que se encargó de dirigir el traslado y bautizar al nuevo centro desde su puesto de director.

Por su parte, Bonifacio, que aún llegó a conocer la antigua escuela, recuerda con poco agrado los «pupitres dobles de la época de la posguerra» que la caracterizaban y valora que las nuevas instalaciones cerraran la etapa a la que se refiere como «la de los hijos de la cartilla de racionamiento» e inauguraran una nueva, simbolizada con la plantación de árboles en el recinto escolar por parte de los alumnos. «Y eso de ir al monte a plantar árboles por el Día del Árbol, prácticamente también lo inventamos aquí», afirma, subiendo la apuesta.

Marcial, que escucha la conversación, asiente y explica que cada año el Ayuntamiento se encargaba de arar un terreno en el paraje conocido como la fuente del Ciervo, donde se llevaba a cabo una jornada de convivencia que terminaba con la plantación de 200 castaños o robles autóctonos. «Hicimos muchísimas cosas que hoy son impensables, como coger a los niños y marchar en bicicleta, todos en pelotón, y eso sólo se podía hacer en un pueblo, donde a los niños se les controlaba muy bien y nos hacían mucho caso», explica Bonifacio, que destaca a ese respecto la diferencia entre «niños de las zonas rurales y niños de las ciudades».

El papel del docente

Aunque todos sienten un cierto grado de nostalgia por esos tiempos en que la labor del docente resultaba más sencilla, José Luis, que llegó a Cabañas en 1977, opina que «la esencia de la educación hoy en día sigue siendo la misma, lo que ha cambiado son las equipaciones y la tecnología». Este profesor conserva un especial cariño por una promoción de alumnos a la que se refiere como «el curso privilegiado» y muestra su orgullo por el hecho de que una quincena de sus integrantes acabaran cursando estudios superiores.

Marcial coincide con José Luis y señala que la experiencia le ha demostrado que «hay niños que han salido adelante a pesar de que parecía que no estudiaban mucho y que estaban un poco perdidos». «Al final los que tienen que aprender son ellos, nosotros sólo les ayudamos de la mejor manera que podemos», explica. Por su parte, Bonifacio recalca que «en la época de la República, los maestros eran una de las profesiones más valoradas, porque se entendía que ellos eran la base para cambiar la sociedad» y defiende que «hoy en día, con la que está cayendo, el gremio de la tiza requiere un reconocimiento».

Un precedente histórico

Según recoge Aquilino Guerra en su libro 'El final del señorío en Cabañas', el diccionario de Pascual Madoz atestigua que en 1846 ya existía en Cabañas Raras una escuela de primeras letras a la que asistían 60 niños. Sin embargo, los primeros maestros de los que se tiene constancia con nombres y apellidos son Manuel Bardón y Fernanda Cadenas, quienes en 1892 superaron los correspondientes exámenes para acceder a las escuelas, él a la de niños y ella a la de niñas.

Ya en la década de los años 20 del siglo pasado, el número de niños matriculados alcanzaba el centenar, a los que se sumaban 60 niñas y otros 40 alumnos en la escuela mixta de Cortiguera. En 1918, llegó a la escuela de niñas Florinda García, una de las maestras que más tiempo permanecería en el puesto, durante cerca de 25 años.

Ella fue la primera docente a la que vecinos y padres de alumnos quisieron rendir homenaje como «fiel cumplidora de su deber», con un acto en el que la villa le rindió un «voto de gracias» por su «labor esmerada en la escuela con las niñas, y lo mucho que se sacrifica por enseñar a las mismas», tal y como señala un acta fechada en 1928 y recogida en el minucioso libro sobre la historia del municipio escrito por Guerra.

Este nuevo homenaje a los maestros forma parte de los actos con los que el Ayuntamiento conmemora, por tercer año consecutivo, el aniversario de su emancipación del Señorío de Arganza, que ejerció el control sobre la zona y sus habitantes hasta que el 5 de mayo de 1860 los vecinos pagaron 120.000 reales de vellón para dejar de ser vasallos y pasar a ser propietarios de las tierras que trabajaban. Los actos se completarán con la representación del montaje 'Mientras se espera', a cargo del grupo de teatro municipal Corca que dirige José Luís García Alejandre, y con un concierto de la soprano natural de la localidad Nathalie García, que interpretará tangos, boleras y habaneras.

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