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A. SÁNCHEZ
¡Ojo, meditar puede estresar!

¡Ojo, meditar puede estresar!

Una de cada cuatro personas que practican meditación ha tenido alguna experiencia desagradable

Viernes, 18 de septiembre 2020, 19:10

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Maestro, llevo dos años haciendo meditación una hora al día y no acabo de concentrarme del todo. ¿Estaré meditando mal?». La respuesta del lama tranquiliza e inquieta a la vez: «Para una mente no entrenada lo normal es que en una hora no llegue ni a cuatro minutos el tiempo de absoluta concentración. Y esos cuatro minutos, a trocitos». Porque meditar «no es como tomarse una pastilla o darse un atracón de comida o de series de Netflix. Tampoco es un parche para relajarnos. Para relajarnos nos vamos a un spa o nos desparramamos en el sofá». Advierte Alba Valle, psicóloga sanitaria, a aquellos que buscan en la meditación un atajo. «Meditar no es cerrar los ojos y dejar la mente en blanco». Esa, dice, es una imagen distorsionada que ha hecho mucho daño. «Según un estudio de la Universidad de Valencia, una de cada cuatro personas que practican meditación ha experimentado en alguna ocasión una situación psicológica desagradable o perturbadora en forma de ansiedad, agobio, mareo, sensación de claustrofobia, de no controlar el cuerpo...».

Así que, antes de lanzarse a meditar con prisas, conviene aclarar para qué sirve: «Cuando metes en Google la palabra 'bienestar', las imágenes que primero aparecen son una manzana, alguien haciendo deporte y alguien meditando. Y eso es malentender la meditación. Meditar no es relajarse. Meditar implica observar sin juzgar. Cuando uno cierra los ojos, lejos de quedar la mente en blanco, empieza a 'ver': nos viene esa conversación con el compañero de trabajo que ha acabado mal, el plan del fin de semana sin concretar... Y no pasa nada porque nos asalten pensamientos. Pero sí pasa si estoy meditando y me engancho quince minutos en un pensamiento».

– ¿Cómo 'sacar' ese pensamiento de la cabeza?

– Con flexibilidad psicológica. Eso es lo que se entrena con la meditación, la capacidad de nuestra mente para redirigir el pensamiento a donde queremos.

– Parece complejo...

– Hay que aprender a 'soltar' pensamientos. No hay que enfadarse porque nos asalten ni dramatizar, sino tratar de desconectar ese piloto automático para que, cuando ese pensamiento venga a nuestra cabeza, no entremos en bucle y lo dejemos ir. Y así con el siguiente. Es un entrenamiento, como quien hace abdominales.

Y como sucede con el entrenamiento, tiene beneficios duraderos más allá del 'subidón' del momento. «Una persona que tiene entrenada la flexibilidad psicológica, cuando esté en un momento de agobio en el trabajo y se ponga a pensar en que tiene que hacer esto y lo otro, sabrá 'soltar' esos pensamientos y redirigir el foco a lo que estaba haciendo. O, cuando está jugando con su hijo y le empieza a dar vueltas a la discusión con el jefe, será capaz de 'posponer' ese asunto y enfocarse en el juego con el niño. O, cuando está buscando algo en internet, no empezará a vagar de una página a otra olvidando casi lo que estaba buscando, sino que sabrá centrarse en la búsqueda sin perder el tiempo. Otros beneficios de entrenar la flexibilidad mental es que nos volvemos más pacientes, mejora nuestra capacidad de aceptación...», enumera Alba Valle.

Ella, que lleva años ejercitándose, compara la meditación con la actitud de «un científico metido en un laboratorio que observa sin juzgar, mira, analiza y solo cuando adquiere el conocimiento suficiente actúa». En este caso, el laboratorio somos «nosotros mismos» y meditar implica «mirarse adentro». Sin prisas y sin juicios. «Hay quien se pone a meditar con ansiedad, con expectativas rígidas, esperando cerrar los ojos y relajarse. Entonces no lo consigue y se agobia. Y la meditación acaba siendo contraproducente». Es un error, insiste la especialista, recurrir a la meditación «como si fuera un ansiolítico, porque no lo es». Y recurre a otro gráfico ejemplo: «Meditar se puede comparar con la línea blanca con relieve de la autovía. Comienza a sonar al pisarla con las ruedas del vehículo para avisar al conductor de que no se salga del carril, para que recupere el control y no continúe por esa trayectoria. Cuando, al meditar, aparecen esas sensaciones de alerta y en lugar de tener un efecto positivo se toman como amenazas, nos entra la angustia».

Unos consejos para iniciarse

  • La postura: «No nos repantingamos, nos sentamos con la espalda recta, una postura que ayuda a mantener el foco. Podemos sentarnos en una silla o poner unos cojines en el suelo. Las manos, sobre los muslos. Quienes están muy entrenados pueden meditar con los ojos abiertos, pero es más sencillo hacerlo con ellos cerrados», explica Alba Valle.

  • El tiempo: «No hay una regla fija de tiempo, pero una pauta para comenzar pueden ser de diez a quince minutos diarios».

  • La habitación: «Que no esté a oscuras. Mejor un poco iluminada y fresca. No estamos en un spa relajándonos», insiste.

  • El foco: «Las técnicas son variadas. Una sencilla para empezar puede ser hacer inhalaciones contando mentalmente hasta tres y exhalar contando hasta cuatro. O hacer diez respiraciones tratando de observar las sensaciones del cuerpo al exhalar: cómo se contrae el abdomen, los hombros caen... Se puede incluso meter una palabra en este proceso, la palabra 'suelto', por ejemplo. Otra técnica es la de las hojas del río: cuando nos asalte un pensamiento lo visualizamos como si fuese una hoja que soltamos en un río y se va poco a poco. Hay quien se concentra en la música que está escuchando, pone el foco en las sensaciones de cada parte de nuestro cuerpo: la cara, las manos, los pies... En definitiva, se trata de redirigir nuestra mente al lugar donde queremos, de 'enfocarnos'».

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