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Diario en una enfermera en la trinchera

Diario en una enfermera en la trinchera

Fátima se enfrenta cada noche en la UCI a la cara más amenazante del coronavirus: «Del cansancio, ni hablo ya»

Martes, 10 de noviembre 2020, 19:02

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Siempre he padecido de la garganta y de niña, con 7 u 8 años, me dieron muchas inyecciones de penicilina. Jamás lloré. Miraba a las enfermeras mientras lo hacían y animaba a los otros niños». Si aquello no marcó el destino de Fátima Trinidad (madrileña, 51 años) sí lo encaminó. Desde marzo combate el virus en primerísima línea, en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Fundación Alcorcón (Madrid). De allí salió el otro día Emiliano, «un chico de 46 años, sin antecedentes de riesgo», doscientos cinco días ingresado por culpa del coronavirus. «Siempre tuvo con él las fotos de sus dos hijos. Nos ha dado muchos sustos, pero ya está en planta». A él dedica Fátima unas líneas sentidas y discretas en 'La última mirada. Las emociones de una enfermera en tiempos de pandemia' (La Esfera de los Libros), un desahogo en prosa –hay también algunos versos– que esta sanitaria de Navalcarnero escribió durante su particular 'encierro': dos meses en la habitación 225 de un hotel para no contagiar a sus padres, ya mayores, y a sus dos hijas adolescentes, que cuidaron de los abuelos. El 28 de abril tenía que haber viajado a Londres con su pareja, «dos enamorados celebrando su tercer aniversario juntos», pero la celebración fue a distancia: «En uno de los pocos respiros que el trabajo me da hice un pedido por Internet, tres orquídeas, una por cada año que llevabamos. Luego 'engalané' la mesa de mi habitación con unos cubiertos de plástico y una servilleta blanca y cenamos 'juntos'».

El relato, a modo de diario desordenado, narra sus momentos más duros –«empiezo a tener pesadillas, es casi imposible probar bocado»– y episodios que todavía le arrancan el llanto: «A Carola le di la mano antes de administrarle medicación para que un ventilador mecánico respirase por ella. 'Todo va a salir bien', le dije. Y le fallé. Salí a la calle a gritar, a llorar»–. Los relatos ceden muchas veces el protagonismo a sus compañeras de turno, como esa que acompañó a su abuelo en la cama: «Tiene 84 años y disfruta jugando al fútbol; sus piernas, enclenques. Su nieta cuenta que la morfina le ayuda a descansar: 'Niña vete, que te van a regañar', le decía. Ella enfermó cinco días después de que se fuera su 'yayo'». El libro es también un continuo reconocimiento a los sanitarios que, como ella, se han puesto «equipos agujereados porque no había más» – «¡mamá, mamá, os están aplaudiendo en los balcones!, irrumpen mis hijas en la habitación»–; a esos «valientes» que apenas han acabado la facultad y ve todavía «temblar» cuando llega un paciente crítico; a la celadora del servicio de urgencias que se jubiló entre vítores de sus compañeros –«la Policía y los bomberos han hecho sonar sus sirenas y le han entregado un ramo de flores blancas»–; a esa otra compañera que «dormía con mascarilla para no contagiar a su niño de pecho»–; a Carmen e Isabel, sanitarias también, con quien dió su primer paseo, el 18 de mayo –«sin ellas los días habrían sido mucho peores»–; a su perra Oliva, que se puso malita –«no sabes por qué sales muy poco a la calle. Tu compañía incondicional hace más felices a los míos en tu ausencia. ¡Cuídalos por mí, zalamera!»–... Estas que siguen son algunas páginas de ese 'diario' que nos enfrenta con la realidad más dura de esta pandemia.

  1. 28

    de marzo

«Hoy se pone en marcha el teléfono gratuito de apoyo psicológico para los madrileños. Mientras salgo despavorida hacia la calle voy identificando un punto solitario para realizar la primera llamada. Después, en abril, vendrán otras tantas. Tras una breve locución escucho una voz calmada que quiere que todo lo que me atormenta disminuya. En algunas llamadas se han enfrentado a mis crisis de ansiedad: dolor de pecho, dificultad para respirar, dolores musculares, llanto inconsolable que me impide pronunciar una frase sin interrupciones...».

  1. 2

    de abril

«Llego al hotel, y aquí permaneceré hasta el 30 de mayo. Me traslado dejando atrás mi hogar para proteger a mi mami, enferma de Alzheimer, y a mi padre octogenario. Se quedan a cargo de su cuidado mis dos hijas adolescentes, tremendamente responsables y adorables (...) Vivo en una habitación en la que todo es blanco: paredes, mobiliario, ropa de cama, ropa de baño. Hay un pelín de color en unas tímidas cortinas beige con sosas hojas azules (...) He vivido en soledad sesenta días y os he añorado cada minuto. Me observan las fotos de las personas que dais sentido a mi vida, para apaciguar mi dolor y tristeza. Me habéis observado dormir, escribir y comer cuando las fuerzas para cruzar un interminable pasillo, bajar y subir dos pisos por unas escaleras adornadas con pulcra sencillez marmórea –nunca toqué su pasamanos– y llegar al oprimente comedor, no me alcanzaban».

  1. 15

    de abril

«No será un turno de noche más. Hoy mi mejor amiga cumple años y cumple vida porque hace unos meses le operaron del corazón (...) Es extraño trabajar a tu lado el día de tu cumpleaños y no poder abrazarte. Has restado horas de sueño para elaborar un delicioso bizcocho sin gluten. Lo saboreamos hacia las tres de la madrugada. Juntas brindamos con vasos de refresco con cafeína para que esto acabe pronto».

  1. 3

    de mayo

«Ha sido mi primer Día de la Madre en soledad. No abrazar a mis hijas y a mi madre me colma de tristeza. La noche anterior trabajo en otro de esos turnos sin final, pero guardo las ganas de llevarles una sorpresa dulce. Me dirijo a un obrador magnífico en Madrid que elabora productos libres de gluten. Mi mami, una de mis hijas y yo somos celíacas. Tienen preparadas mis porciones de 'selva negra' y tarta de queso. Deposito la sorpresa dulce y desaparezco antes de tocar algo más que la puerta de entrada a casa».

  1. 8

    de mayo

«Hoy será un turno de trabajo diurno muy especial porque realizo mi primera extubación (retirar a un paciente el tubo orotraqueal que le ayuda a respirar, conectado a un ventilador mecánico) con éxito. Es el tercer intento, en los dos anteriores fracasó (...) He visto el delirio invadiendo tu cabeza y tu mirada. Te observaba, te sonreía a través de mis capas de mascarilla. Tomaba una de tus manos para extraerte de tu infierno de alucinaciones. No podías contarme el trayecto de tu viaje, un tubo en la garganta te impedía gritar lo que veías durante días, de quién huías, hacia dónde ibas. Me paralizaba tu mirada. Sin decirme nada, me lo decías todo».

  1. 24

    de mayo

«Una de nuestras pacientes va a recibir una videollamada de su familia y amigos. Lleva más de 45 días ingresada en la UCI. Disponemos de una tablet comprada por el hospital que enfundamos con folder de un solo uso. La imagen no es completamente nítida, pero la seguridad es mucho más importante. La vorágine de sentimientos la aturde: 'Comadre, ponte buena para poder abrazarte', le dicen. Nombra a las personas que van apareciendo en la pantalla. El tiempo en UCI no es gratuito, y no recuerda nada de los días previos a su ingreso ni de los siguientes. A mi compañera y a mí nos llama poderosamente la atención su serenidad. Su familia y amigos derraman lágrimas que ella tiene encerradas sin saber cuándo las dejará salir. La videollamada concluye con una frase: 'Son ángeles, les debo la vida'».

  1. semana de junio

«Estamos desarrollando síntomas de estrés postraumático. Esas imágenes del hospital nos trastornan, se han quedado grabadas en una memoria imborrable, sin reseteo posible. Empezar a sentir una especie de fobia social nos preocupa. Observar la normalidad que la mayoría de la población percibe, nos enfada. En la UCI sigue habiendo pacientes ingresados desde marzo. Son ajenos para la mayoría. Para nosotros son cercanos. Una compañera llora desconsoladamente en una papelería junto a su hija de corta edad. La pequeña toma su mano y, con sumo cariño, le dice: 'Mami, vámonos, ya compraremos mi libro otro día'. Otra compañera, en plena calle, comienza con dolor de pecho, bloqueo mandibular, dificultad respiratoria, llegando a presentar 'flashbacks' que le hacen retroceder en el tiempo. La tercera compañera tardará unos años en cumplir tres décadas. Sus palabras dudan al contar que lleva semanas durmiendo junto a su madre, las pesadillas son persistentes».

  1. 17

    de agosto

«En la primera quincena de agosto he descansado. Ese tiempo me ha servido para recuperarme física y, bastante, emocionalmente. Los intrusos cada vez tienen menos fuerza. Las pesadillas han desaparecido. Hago varios intentos infructuosos por mantenerme informada, no me siento con fuerzas para escuchar o leer lo que no debería estar sucediendo. El último ingreso de un paciente con Covid-19 positivo de la primera oleada se produjo a primeros de abril. El primer ingreso de un paciente con el mismo diagnóstico de la segunda oleada será el día de mi incorporación (...). Hemos sentido una decepción generalizada, un 'vuelta a empezar'».

«Pongo música en el coche y llego más tranquila al turno»

Fátima atiende a la entrevista una tarde pasadas las seis. Acaba de levantarse de un sueño poco reparador, como lo es casi siempre cuando uno vive al revés. A las ocho comienza el turno de noche. Otro más. «Del cansancio ya ni hablo. Hace cuatro meses que no abrazo a mis padres y he entrado en un bache de enfado. Veo actitudes irresponsables de la gente, a los políticos echándose los trastos a la cabeza... Nos han decepcionado. Entras al hospital y escuchas: '¡70 de saturación!'. Y piensas: 'Otra vez...'. Me siento como si estuviera en un ascensor que no cambia nunca de planta. Pero vas sacando los turnos como puedes. Trabajo con enfermeros que jamás han estado en la UCI y les veo temblar. Entonces pienso que lo último que necesitan es mi enfado, mi desánimo, e intento transmitirles vitalidad». Fátima no puede entretenerse porque la hora se le echa encima así que se encamina al coche –vive en Navalcarnero y trabaja en Alcorcón–. Agarra el volante que ha sido testigo de tantos llantos estos meses y pone música. «Me encanta el jazz, la música clásica, también el rock. La música me hace volar y me ayuda a entrar tranquila al turno». Otro más de esos que dice «sin final».

Juan Castilla, psicólogo clínico

  • ¿Cómo se aguantan otras 12 horas de turno cuando una ya no puede más?: «Porque es una profesión muy vocacional de servicio al otro, 'primero ayudar al necesitado, luego yo. El compañerismo también juega un gran papel»

  • Cuenta Fátima que algunos de sus compañeros no han sido capaces ni de abrir el libro porque dentro se cuentan episodios duros: «Es normal, porque muchos ya lo viven, para qué recrearse más... Lo ideal sería que cada sanitario hiciera su libro o diario emocional para poder canalizar todo lo que viven y poder exteriorizarlo... Ayuda mucho»

  • ¿Cómo se 'anestesian' los sanitarios ante tanto dolor ajeno? ¿Es bueno que se 'anestesien'?: «Pues con la experiencia y una buena gestión emocional , que se debería estudiar en las universidades y colegios. En los tiempos del Covid es todo más complejo. No hay tiempo para casi nada, todo es muy rápido, pero el que no dé tiempo para pensar mucho sirve para 'sobrevivir'. En todo caso, no es bueno trabajar anestesiado porque despersonalizas, y que los pacientes sean números 'Covid o no Covid' no es sano a medio plazo, aunque es comprensible. Es el mecanismo de defensa más automático»

  • ¿Cuál es el principal cuidado que necesitan quienes nos cuidan?: «Lo primero y esencial es que se les escuche, pero el principal cuidado que necesitan es la protección en su puesto de trabajo: mejores ratios, más medios de protección, mayor control de focos y más rastreadores para ayudar a los más vulnerables y a la población de riesgo, para no saturar los recursos asistenciales... También hay que planificar el estrés postraumático que conllevará esta situación. A los sanitarios les pasará factura»

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