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Algunos de los retratos pintados por Little en la prisión de Texas donde cumple tres cadenas perpetuas por sus crímenes. Sorprende que recuerde tantos detalles de sus víctimas décadas después de haberlas asesinado. El FBI ha difundido los dibujos para facilitar su identificación. efe
Los perturbadores dibujos del «peor asesino en serie» que sirven de pista a la Policía

Los perturbadores dibujos del «peor asesino en serie» que sirven de pista a la Policía

Samuel Little, camino de convertirse en el peor asesino en serie de la historia de EE UU, retrata en su celda a las mujeres que mató hace décadas. El FBI sigue esas pistas para identificar a todas sus víctimas

FERNANDO MIÑANA

Domingo, 17 de febrero 2019, 17:10

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Samuel Little siempre fue un mal bicho. Ya de niño, todavía en edad escolar, destacó como un alumno problemático. Anécdotas al lado de lo que estaba por venir. Un poco más mayor, en secundaria, fue arrestado y encerrado en una institución para delincuentes juveniles. Un lúgubre panorama para el hijo de «una dama de la noche», como definió a su madre, la mujer que lo tuvo el 7 de junio de 1940 en Reynolds, un pueblo sureño del Estado de Georgia, de donde se mudaron muy pronto para que su abuela cuidara de él en Lorain (Ohio).

Samuel Little es ahora un anciano de 78 años, condenado a una silla de ruedas y tres cadenas perpetuas, con el cuerpo hecho polvo por la diabetes y varios problemas de corazón. Y sigue siendo un mal bicho. «Mirándolo a los ojos, diría que es pura maldad», afirmó, impresionado, Tim Marcia, un detective de la Policía de Los Ángeles, al 'New York Times'. Marcia y su compañero, el agente Mitzi Roberts, comenzaron a seguir su rastro en 2012 en un refugio de personas sin hogar de Kentucky, tras detectar que su ADN coincidía con las muestras halladas en dos víctimas asesinadas en Los Ángeles en los años noventa. En ese momento, Little no había pasado más de diez años a la sombra, aunque acumulaba más de cien arrestos por todo el país fruto de una carrera delincuencial de cinco décadas. Ya en 1975, con 35 años, había sido detenido 26 veces en once estados por diversos delitos.

El 25 de septiembre de 2014 fue condenado a tres cadenas perpetuas por el asesinato de tres mujeres jóvenes. Fueron golpeadas y estranguladas, antes de que Little se deshiciera de sus cuerpos. Por estos cargos acabó con sus huesos en la prisión estatal de California. Un guardabosques de Texas llamado James Holland le visitó y se ganó su confianza. A partir de ese momento, empezó a confesarse.

Little hizo un trato: si lo sacaban de la bulliciosa y caótica penitenciaría del condado de Los Ángeles, desvelaría todos sus crímenes. De camino a la cárcel de Ector, en Texas, empezaron a aflorar sus atrocidades. Y, ya en su nueva celda, terminó de cantar. Reconoció más de noventa asesinatos, de los que ya han sido acreditados 34. «Cuando terminemos, anticipamos que Samuel Little será confirmado como uno de los asesinos en serie más prolíficos de Estados Unidos», augura Bobby Bland, fiscal del distrito del condado de Ector. Gary Ridgway, por tener una referencia demoníaca, fue declarado culpable de 49 crímenes en el Estado de Washington entre los ochenta y los noventa. Hasta ahora, el peor asesino en serie de su historia.

«¿Por qué pedir perdón?»

Las confesiones de Little han sido como un imán para investigadores de todo el país y agentes del FBI, sobrecogidos por la memoria fotográfica de un tipo capaz de recordar y retratar infinidad de detalles de sus víctimas, algunas de hace cuatro décadas. Los rostros que ha perfilado recuerdan los rasgos de estas mujeres, el color de sus ojos, de sus pintalabios, sus peinados y hasta las joyas que llevaban. El FBI las ha difundido para ver si sirven para reconocer a decenas de mujeres cuyas muertes se le pasaron por alto a la Policía.

Samuel Little, que vivía rodeado de chulos y prostitutas, elegía a mujeres pobres, drogadictas, alcohólicas... Personas sin nadie que las reclamara, que presentara una denuncia, que pidiera justicia. Y, a pesar de que el único patrón que pareció seguir el criminal, púgil en su juventud, era el de golpear y asfixiar a sus víctimas, muchas no fueron ni reportadas como desaparecidas y otras se dieron por muertas por sobredosis o accidentes. Como eran lo más bajo de la escala social, la Policía tampoco puso demasiado empeño en resolver los casos.

Ahora, muchos lustros después, Little recuerda que a una la abandonó bajo un nogal, a otra la tiró en un contenedor de basura, a otra en una pocilga... Todo lo recuerda, sin pestañear. Lo único que le indigna es que le acusen de ser un violador, pese a que sus asesinatos tienen una marcada motivación sexual, como informó una investigadora que desveló que solo obtenía placer estrangulando a las mujeres.

Little ha ido recordando todas las barbaridades que cometió a lo largo de una vida muy oscura, cargada de maldad, que no parece haber ahondado en su conciencia. «Si Dios me hizo de esta manera, ¿por qué debería pedir perdón? Dios sabía todo lo que hacía», declaró el reo sin un ápice de arrepentimiento. Un mal bicho. El demonio retratado en el rostro de Samuel Little.

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