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Ana Vega Pérez de Arlucea
Sábado, 26 de mayo 2018, 08:02
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La publicidad antigua es un pozo sin fondo de locuras e incorrecciones políticas, pero quizás ningún anuncio sea tan fascinante (a la par que risible) como éste que les traigo hoy, una joya gastro-erótica que celebra como ninguna el carácter festivo del porrón. Porque el porrón, ese símbolo del folklore español, ese icono patrio de la alegría compartida, es mucho más que un recipiente para beber. Es una manera de socializar, de pasar el vino de mano en mano y de reírse del que no acierta a encajar el chorro con propiedad.
Puede que nosotros veamos el porrón como un elemento tradicional de nuestra gastronomía o un posible souvenir recuerdo de Matalascañas, pero ha habido mentes que supieron ir más allá y convirtieron el porrón en un instrumento lúbrico, ay. Para muestra, este anuncio de Orgy (orgía), un juego de mesa creada en 1967 por la empresa norteamericana Gaylord James Inc. Les juro por lo más sagrado que es un documento real y que esta maravilla del kitsch se anunció (y lo que es más, se vendió) en Estados Unidos durante varios años. Por el módico precio de 10 dólares, Orgy prometía convertir las veladas amistosas en auténticas bacanales gracias a la sensualidad del porrón de cristal.
Por si no fuera suficiente con la imagen, llena de parejas sirviéndose libaciones en actitudes, ejem, comprometidas, el texto completa el cuadro explicando la misión del juego, que igual no había quedado clara. «Llega el excitante y nuevo deporte de salón para la gente que ama a la gente. Orgy comienza eligiendo equipos (deliciosa costumbre) y se centra alrededor del porrón lleno de su bebida preferida». Aquí se incluye una bizarrísima explicación del término «porrón» pasado por el filtro yanqui, que según el fabricante viene de «to pour it on» (verter, derramar). La cosa prosigue con las bases del juego, cuyo objetivo era «ver qué equipo consigue la trayectoria más larga durante el mayor período de tiempo y con menos derrames». Los premios eran opcionales pero nos los podemos imaginar. Orgy se pedía por correo e incluía un porrón artesanal soplado a mano, baberos, insignias, un cartel de «Orgy in session» para ahuyentar a vecinos y menores de edad y un folleto de instrucciones para enmarcar. «Haga de su próxima fiesta un exitazo crápula por tan sólo 10 dólares».
No sabemos si Orgy tuvo éxito ni cuántas candorosas reuniones de amigos, de ésas que en las películas americanas comienzan con una ensalada de patata traída en fiambreras, acabaron en trapisondas orgiásticas. ¡Y nosotros que veíamos al porrón tan inocente, tan básico, tan de estar al fresco en el pueblo! No me quiero ni imaginar qué hubiese hecho estos señores de haber conocido la bota de vino.
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