A estas alturas de la disolución de un proyecto compartido de España, yo no sé qué será lo que de verdad importe a cada uno. Al gobierno le estorba la lengua y la cultura común porque perturban a sus socios de investidura y presupuestos, que son esas hermanitas de la caridad que libérrimamente van a sacarle adelante las cuentas públicas sin contraprestación. O sí. Establecer en este país el principio dispositivo en el uso educativo del español, como en el administrativo, es saber de antemano lo que van a hacer algunos gobiernos autonómicos al día siguiente. Pretender lo contrario es insultar la inteligencia del ciudadano y olvidar la historia reciente. El gobierno tiene un especial deber de cuidado de la cultura, que es no sólo sustrato común a toda España, sino un atractivo cultural y lingüístico de primer orden en todo el mundo, y con ello motor económico de buena parte de la actividad de su enseñanza. Abandonarlo de esta manera no es solo negligente, sino intencionado, doloso en términos jurídicos, suicida en términos sociales y bochornoso en términos culturales. Supongo que algunos países se frotarán las manos pensando en ganarnos cuotas en el negocio de la enseñanza del idioma ante la pasividad deliberada del sanchismo.
Si el personal sanitario se condujese con esa ligereza por ahí, sin mascarilla, sin gel, sin distancia y sin miedo, diríamos que su negligente comportamiento tiene repercusiones casi delictivas. Si el gobierno tuviese que ser el médico del español, pasaría de la expansión a la decrepitud en lo que se aprueba la ley Celaá, de la uci al cementerio en lo que se aprueban las leyes autonómicas catalana, navarra, vasca o balear que la desarrollen. ¿De verdad no sabe una doctora que si trabaja con pacientes de riesgo evitar las medidas adecuadas provocará con seguridad el contagio? Lo saben hasta los pobres abuelillos de las residencias y por eso todos los sanitarios cumplen su deber. No su deber laboral ni jurídico, sino deontológico y ético, aspectos estos que le son tan ajenos a este gobierno como la coherencia del que no podría dormir tranquilo con Iglesias de vicepresidente. Ahora duerme y sueña y se le podría decir aquello que Bram Stocker escribió para desvelarnos a todos, «hay muchas pesadillas para aquellos que no duermen sabiamente.» O mejor, el verso de Foix «És quan dormo que hi veig clar», dedicado con amorosa claudicación por Sánchez a los indepes. O el de Xabier Lizardi «O, zein aizen eder loa» dedicado a los de la roja sangre blanqueados de Bildu, socios preferentes del socialismo actual. Los que no los entiendan, que esperen a que les alcance la onda expansiva de la ley Celaá y por ensalmo dejarán de manejar el castellano como lengua vehicular y entenderán estos versos sobre los sueños.
¿De verdad no intuyen los preclaros augures del gobierno lo que sucederá con el español en la enseñanza, antesala de la calle, si permite semejante desprotección? Son profetas de todo y no lo son de esto. Pues no lo creo; cometen una tropelía a sabiendas y pasan de la culpa al dolo irremediablemente. Con la aquiescencia sumisa de muchos políticos socialistas en toda España que, conscientes del daño a generaciones futuras en su patrimonio cultural, miran para otro lado porque el renacido que volvió de la gestora como del más allá igual se los lleva por delante. El renacido tiene por la integridad cultural de España el mismo respeto que por la investigación doctoral, una displicencia relajada que permite las acometidas de toda suerte de atajos y trapicheos.
Es de García Márquez (pero al lado de la Celaá, qué sabrá este que solo fue genial creador mágico y premio Nobel) la idea, cada vez menos factible de que «a pesar de las diferencias existirá un castellano con el que nos entenderemos todos. Y, en cuanto a España, no hay razones para alarmarse, porque con ella nos hemos entendido siempre; incluso en español». Los colombianos probablemente deban sumar al español el catalán o el euskera, que siendo también patrimonios lingüísticos y culturales a preservar y promover en su ámbito, difícilmente podrán calificarse como de patrimonio común.
Ahora, ya saben, a descalificarme con lo de que represento a esa derechona cultural de nacionalismo fácil. Por inconsistente que sea con lo que defiendo de verdad. Eso sí, ruego que quien me ponga a escurrir, maneje un catalán como de Salvador Espriu y un euskera como de Lauaxeta, porque está muy bien lo de ponerse estupendos contra el español, pero en español.
Al menos yo me he tomado la molestia, como ya he presumido aquí con anterioridad, pues a falta de porte uno presume de espíritu, de haber terminado la carrera de Español:Lengua y Literatura, no porque me dé más autoridad, sino porque me da más responsabilidad. Por lo menos para escribirles estoy hoy. La que le falta a todos los que abandonan lo que de verdad importa, el patrimonio común que tendría que servirnos para dentro de cuatro siglos. Los mismos que nos separan de Cervantes, Lope, Calderón, Tirso, del leonés a su pesar Quevedo, los mismos que han visto pasar a Galdós, Juan Ramón, Lorca, Aleixandre, Machado, Cela, Umbral y también a Borges, Rulfo, Paz, Cortázar, Onetti o Vargas Llosa. En este León que ha construido a España, con qué han modelado nuestros sentimientos, nuestros delirios, nuestros anhelos y nuestros dolores, sino con el español, Colinas, Luis Mateo Díez, Merino, Llamazares, de Nora, Mestre, Trapiello, Gamoneda, Aparicio, Guerra Garrido, Sabugal.
Esto no puede ser el castellano contra nada, pero tampoco el español menos que el inglés o el francés en el mundo. El español es el barro con el que se moldean frases como: «es tan corto el amor y es tan largo el olvido», «la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre» o «sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, labios saliendo de la noche dura».
Hay quien no se da por apercibido de que tenemos de frente al fin del mundo y sigue mareándonos con la misma vieja cantinela de siempre. Los presupuestos son la madre de todas las incongruencias en política. Los políticos profesionales critican al de enfrente lo que disculpan al de casa. Si lo sabré yo. Los periodistas van como locos en busca de la obra de la circunvalación de su pueblo, pero cuando a los españoles -entre el contagio y la recesión- se les pregunta por sus quince primeras preocupaciones, no están los presupuestos ni las infraestructuras. Como en el relato del Génesis, por el plato de lentejas presupuestario el Esaú socialista Sánchez vende al Jacob nacionalista lo que sea, lo principal y lo accesorio, su primogenitura y la herencia común de todos que es el español, en lo que será el génesis de más desunión, más ignorancia y más incultura. A este precio, ¿de verdad son esos presupuestos lo que importa?