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Trabajadores vulnerables a la covid-19, sujetos al olvido

Nos vemos obligados a convivir durante horas en espacios inferiores a 60 metros cuadrados con veintisiete y veintiocho alumnos imposibles de contener a la distancia de seguridad

Carlos Taranilla

Miércoles, 2 de diciembre 2020, 09:54

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Como si de un Estado aconstitucional estuviéramos hablando, en el que el Estado de Derecho y la democracia quedan cuestionados porque no se garantizan los derechos humanos y las libertades fundamentales, y, entre otras, cae también en el olvido más flagrante la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, las Administraciones central y/o autonómica lanzaron y siguen lanzando a sus profesionales de riesgo a las zonas covid.

Primero fueron los sanitarios protegidos por 'epis' fabricados por ellos mismos a base de bolsas de basura quienes lucharon en el frente como carne de cañón. Jugarse la vida por el pan nuestro de cada día, héroes a la fuerza incluso los que nunca quisieron serlo.

Ahora, con la indiferencia debida, somos los profesionales de la enseñanza catalogados como TES ('Trabajadores especialmente sensibles'), es decir, mayores de 60 años, mujeres embarazadas y/o personas con patologías de riesgo, quienes nos vemos obligados a convivir durante horas en espacios inferiores a 60 metros cuadrados con veintisiete y veintiocho alumnos imposibles de contener a la distancia de seguridad, especialmente en los cambios de clase y de aula, en las salidas a los recreos, por los pasillos y escaleras...

Y la Inspección, tanto sanitaria como educativa, pasándose la pelota, puesto que, al parecer, a nadie pesará sobre su espalda y su conciencia, llegado el caso, un hombre o una mujer menos. La primera afirmando que de acuerdo a los informes de las mutuas de prevención de riesgos laborales, elaborados en modo 'corta y pega', es posible trabajar con las medidas de seguridad establecidas por el ministerio de Sanidad. La segunda midiendo cicateramente los centímetros que separan la cabeza del docente de riesgo cuando está sentado a su mesa, con la del alumno más próximo, como si fuésemos muñecos de porcelana, estáticos, colocados en un escaparate; y como si un aula no estuviera habitada por adolescentes que, en su mayoría, no se respetan ni siquiera a sí mismos, como para respetar continuamente la distancia con el profesor vulnerable.

Cotizar durante toda una vida para jugársela en los últimos compases. Y es que aún falta el primer muerto.

Si no fuera porque este país es también el nuestro, sería como para espetarles a la cara, igual que dijo Sancho Panza: «¡Quédense aquí con su ínsula, señores!».

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