En una época en la que a menudo el periodista es rebajado a la condición de tertuliano, por las televisiones -y a veces por los periódicos y las radios también- prolifera quien bajo el prefijo de periodista no se dedica al ejercicio de esta profesión tan vocacional. que algunos amamos tanto, sino a otra bien distinta que es la de la propaganda. Ellos se lo pierden, y yo cuando me dejo arrastrar por este fango que parece que lo cubriera todo hoy en día.
Creo que a nadie que me conozca se le escapará mi amor a León, que no es otro que el amor a lo mío, el amor natural y universal de uno a lo suyo. El desamor a lo propio, algo que se da mucho en España, es algo en mi opinión antinatural y que suele venir de la desinformación, el complejo, o el interés económico. Además de amar a mi tierra, en el ámbito más racional, soy «leonesista» en la acepción del término de quien busca una autonomía propia para la región que, como antiguo Reino, fue la piedra fundacional de lo que hoy el mundo conoce como España. A veces pienso incluso, que León no sólo es piedra fundacional, sino piedra de toque, ese tipo de piedra que sirve para verificar la «veracidad» de un metal precioso. Hay algo fundacional de libertades en nuestra historia que penetra, en mi opinión, lo mejor de lo que somos. Esa forma de ser en Fuenteovejuna, donde el hombre lo es de forma previa al Estado. Me molesta, tengo que reconocer, esta moda de llamarnos -a los españoles- por el término reduccionista de «ciudadanía», como si esta condición fuera superior a la previa que previa. Soy leonés antes que ciudadano y, por tanto, mi gentilicio, no me lo da ningún estatuto. Es algo más esencial. Lo que soy, me lo garantiza o no el estado, pero no me lo otorga, porque es previo. Soy persona, insisto, antes que ciudadano, y mis derechos son inherentes, no otorgados. Ninguna Ley, aunque tenga condición de Ley Orgánica como sucede con los estatutos de autonomía, me puede privar de algo que me pertenece desde la cuna: mi condición de roblano, mi condición de leonés, mi condición de español, mi condición de europeo, mi condición de ser humano del planeta Tierra.
Cuando comencé a escribir un artículo para León Noticias sobre algunos datos erróneos referentes a la historia de León que se aparecen en la serie de Amazon Prime «El Cid», lo hice desde una indignación previa de la que, naturalmente, tuve que desprenderme para ejercer una profesión que ejerzo por vocación: la de periodista. Pero tenía una idea previa. Había manipulación. Y me lancé a investigar para verificar e informar sobre algo que me parecía obvio.
Entrevista tras entrevista, dato tras dato, hecho tras hecho, el reportaje fue desmontando mi premisa de forma a veces dolorosa -no es fácil abandonar algo de lo que uno está convencido-. Pero de forma paralela a ese «dolor», se manifestaba un alivio gratificante, al irme dando cuenta de que el ejercicio profesional esforzado, daba unos frutos capaces de desbancar el prejuicio. Esa es la belleza del periodismo donde no sólo «las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados», sino donde la opinión misma, puede cambiar a la luz de los hechos. El reportaje me descubrió que estaba equivocado. No en que ciertos hechos narrados por la serie fueran erróneos- que lo son-, sino en la intencionalidad.
Y aprendí. Aprendí de forma trabajosa -ah, que cómodo se está en el colchón de las creencias-, que no siempre hay intencionalidad en el daño. Y aprendí que, a veces, el pecado no está en la acción… si no en la omisión. Hay pecado, lo sigo creyendo, en el intento sistemático de eliminación del lo leonés -empezando por el intento de sustitución del gentilicio-, como lo hay, en la discriminación que significa dar a unos españoles -en teoría iguales ante la Ley-, el derecho de votar su estatuto -y montar pollos posteriores al respecto-, mientras a otros se les hurta. Pero como pocas veces, en este artículo descubrí el pecado por «omisión». Lo que nos sucede a los leoneses, lo que nos ha sucedido, pienso, no sólo ha sido cuestión de lo que los demás nos han hecho y hacen, sino de lo que nosotros no hemos hecho o no hacemos.
Nada más lejos de mi que una intención de ofensa. Soy leonés. No he dejado de serlo un segundo de mi vida. Viviendo en Nueva York, pude ser neoyorquino, como en Madrid madrileño, porque ser ambas cosas para mí era serlo «a la leonesa».
Lo que creo -y digo creo porque soy ser propenso al error- haber aprendido con este artículo, es que el «foco», no ha de estar en lo «destructivo» -permítaseme la licencia-, en el «fin de la Comunidad de Castilla y León», sino en lo «constructivo», en el «principio de la Comunidad Leonesa». Y para eso las energías -como en todo lo humano-, han de ponerse en imaginarla, y en imaginar las herramientas, las estrategias y los sueños que a ella lleven. La «Verdad», así con mayúscula, -esa que es de todas, la más esquiva de las amantes- es, mi otra bandera, y la busco a pesar de que sé que la piso cada día porque la Verdad es siempre una cuestión de perspectiva. Quitas la perspectiva desde donde la nombras y no te queda más que sesgo.
Quiero terminar con un homenaje a mi profesor de Teoría de la Comunicación Manuel Martín Serrano, él me enseñó que «información de calidad», es aquella que es objetiva, relevante y veraz. Objetiva, ojo, en cuanto que es atribuible al «objeto» del que habla, porque en lo otro toda información es subjetiva porque siempre está escrita desde el hombre que es el periodista que la publica. Relevante, en cuanto que, por ejemplo, en una manifestación, lo que importa contar es lo que se solicita con ella y el número de personas que acuden… y no si son rubias o morenas, altas o bajas o, en algunos casos, de un partido u otro, que es secundario en relevancia. Finalmente, veraz. Si es verdad que la «Verdad» no existe sino como quimera, no lo es menos que sí existe la intención de buscarla y perseguirla con honestidad. La veracidad, no es solo la acción de no decir mentira, de no falsear o velar los datos, sino de intentar de forma profesional, perseguir la quimera. El periodismo puede dar dinero, pero no suele darlo. La propaganda hace millonarios, pero deshace periodistas. Son malos tiempos para la lírica, pero es más necesaria que nunca.