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Una partitocracia, vaya

Solo espero que no les dé por redactar otra constitución, ni siquiera abrir el melón de esta

Carlos Taranilla

Miércoles, 16 de diciembre 2020, 10:28

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Un nuevo aniversario de la Constitución de 1978, el 42º de una carta magna tan ambigua como polivalente, que debía haber servido para cerrar heridas y, corrido el tiempo, ha originado otras, precisamente, por su calculada ambigüedad, que pergeñaron dos insomnes de pro: Alfonso Guerra y Abril Martorell (según declaraciones del primero), mientras a los otros cinco 'padres' les rendía el sueño; todo para dejar al albur de las circunstancias políticas su difusa interpretación.

El tribunal garante, el TC, funciona como una última instancia que, más de una vez, ha enmendado la plana al mismísimo TS. De modo que el poder judicial se ve rebasado por el ejecutivo, pues, al cabo, la mayoría de miembros del TC son elegidos por los partidos políticos con representación parlamentaria, una partitocracia, vaya, que solo deja dos de los doce miembros en manos del órgano de gobierno de los jueces (el Consejo General del Poder Judicial). Por no hablar del derecho de gracia, que compete al gobierno, situándole, pues, por encima de las resoluciones judiciales. El rey, que por imperativo legal debe firmar el indulto, no pudo asistir por decisión gubernamental a la última apertura del año judicial ni siquiera como convidado de piedra, y eso que las sentencias se pronuncian en su nombre.

En lo que no ha dejado de cumplir su función nuestra Constitución es en su cometido de carta fundacional de la gran empresa estatal, creada ad hoc para la recolocación de la clase política en la administración, a todos los niveles: estatal, regional (si es que aún se puede decir de esta manera), provincial, local... Así, sus señorías, cuando pierden la silla, es decir, el puesto, en alguno de los distintos estadios, aún les quedan otros muchos donde asentar sus posaderas. Y, ¡venga hombre!, que aquí cabemos todos; ya se sabe, hoy por ti y mañana por mí.

Si no es un ministerio, el ministrable ocupará la presidencia del Congreso o la del Senado, o la de cualquier autonomía, o le pondrán al frente de la Fiscalía General del Estado, de uno de tantos órganos consultivos, de una diputación provincial, una delegación o subdelegación del Gobierno, un parlamento autonómico, qué sé yo... hay para todos.

Pero la insaciable fiera quiere más y más. La llaman independencia. Porque encabezar un Estado es encabezarlo, no complementarlo. Y, al cabo, como decían aquellas aldeanas de Valle Inclán en El resplandor de la hoguera, «las Españas son grandes, y podrían repartirse de buena conformidad».

Así las cosas, hemos conocido tiempos peores, pero esto no es lo que esperábamos cuando en la España preconstitucional corríamos delante de aquellos 'grises', enfurecidos de permanecer encogidos en sus furgones hasta que les soltaban al grito de «¡Hay que despejar!», que fue lo que exclamó Fraga en el más puro argot policial, quitándose la chaqueta y quedándose en mangas de camisa para lucir sus tirantes, cuando le boicoteaban un mitin en León recordándole sus tiempos de ministro de la Gobernación en el primer gobierno de la monarquía: «¡'Vi-to-ria, Mon-te-ju-rra'!». Era la época de Alianza Popular y los 'siete magníficos'.

«Nacionalidades es lo mismo que naciones», bramó también Fraga. Pero las palabras se las lleva el viento, que es el único dueño de la Tierra, según Zapatero. Aznar, tras llenarles el morral a las CCAA subiendo las transferencias de la recaudación por IRPF desde el 15% hasta nada menos que el 50%, se quejaba de aquellos que querían «poner rumbo a los Balcanes».

«Será por dinero... –dirá don Sánchez–. ¿Cómo que una vicepresidencia?, ¡cuatro de momento! Y ministerios todos los que quepan en el banco azul del Congreso: ¡dieciocho y fuera!». Unidas podemos.

Claro que el dinero es lo de menos, sobre todo, ahora que llega de Europa a paladas. La mitad de la ingente suma habrá que devolverla pero, entretanto, «venga alegría y jarana, que mañana Dios dará», como dice la copla. O, si no, que lo paguen las generaciones futuras, ya híper hipotecadas. Si no fuera por el «virus chino» –como le llama Abascal –, la que montarían... Algunos creen que, a su lado, acordarse de los 68 millardos de euros (o algo así, nunca lo sabremos) que importaron el saqueo y quiebra de las cajas de ahorro, lo que supusieron los dispendios del escándalo de los 'eres' andaluces y otros vicios, sería pararse en niñerías.

Solo espero que no les dé por redactar otra constitución, ni siquiera abrir el melón de esta. Son tan incompetentes, entre otras cosas peores, que destrozan lo que tocan.

Ya se lo echaron en cara los gigantes a Gulliver: «¿Así que en las democracias de vuestro mundo hacéis leyes para transgredirlas con otras leyes?»; o algo parecido.

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