La novísima
La gente está hasta las gonadillas del mamoneo político con la que cae
Eduardo Fernández
León
Miércoles, 7 de octubre 2020, 10:42
Cuando después de 54 venturosos años de normalidad vieja como a mí me gustaba empezaba a cogerle el tranquillo a la nueva normalidad, me han asaltado con otra, novísima. Viene a ser un tertius genus -para los que se han visto educados sin un poso clásico como Dios y Cicerón mandan- un ni una cosa ni la otra: ni la libertad de toda la vida ni la reclusión tipo cárcel modelo del confinamiento del estado de alarma. Pero sin poder entrar en León capital. Habrá quien piense que a los bercianos lo de no poder entrar en León hasta nos pone un poco tiernos, pero no, la cosa no está para bromitas con la territorialidad. Y además uno, como pecadillo que debe hacerse perdonar en Ponferrada, ha nacido en León, si no recuerdo mal es muy probable que en la clínica Aparicio, si bien puede que ahí me falle la memoria, que al fin y al cabo acababa de asomar por este mundo. Vamos, que no me hace triste gracia lo de volver a restricciones más severas. Se empieza cerrando accesos, luego bares y si no se pone coto sensato, se termina por cerrar pastelerías y ahí me viene una saturación peor que la de las ucis.
De modo que la novísima no es ni una recopilación de leyes ni una retrospectiva de poetas de los cincuenta. En la escatología es también lo que viene después de la vida, pero en esta vida después de un susto parece venir solo otro, y así hasta la cuarentena. La novísima es otra normalidad de esas de pena, que ni uno abraza, ni se mama por las noches, ni va en tropel al fútbol, ni nada. Ya saben ustedes que donde pongo azufrarse hasta el coma etílico a mi estilo conviene más apurar hojaldres de Astorga hasta llegar al coma hiperglucémico y donde escribo ir al fútbol podría ser un conciertito de Monteverdi, aunque el ánimo está más para un tiento y batalla de Halffter, que es más nuestro. El caso es que íbamos apañándonos para empezar a hacer algo de provecho con nuestro ocio y vuelta al asunto de la movilidad restringida, que es un eufemismo como cuando se dice que hay una restricción del crédito para indicar que el personal está más tieso que yo en una semana Santa con lluvia.
La novísima normalidad es una cursilería que merecería azotarla hasta sangrar, medida de enojo tan apta para mí como para un vicepresidente del Gobierno, con la atenuante de que él quería azotar a periodista y yo sólo a frase empalagosa. Aquí estamos todos estudiando la subida de contagios como en tiempos la subida de la prima de riesgo, empollando las limitaciones que nos han caído encima, no sé si por azote bíblico o por la estupidez sin paliativos de parte del género humano, también del leonés, que se pone flamenco con quitarse la mascarilla, o salir a jugar la partida en cuarentena, o a un botellón habiendo dado positivo. Yo no sé si nos confina el Ministerio o la Junta, o si somos víctimas de la insolidaridad y la estulticia a partes iguales del más necio de nuestros vecinos. Pero sé que quiero la fiesta en paz con la que nos cae, a los que no podemos movernos mucho y a los que tenemos la economía trastocada por una pandemia que parece el ébola de los autónomos. Si tiene que haber bronca política, que no sea con las medidas a adoptar; excusas hay un ciento con cosas menos relevantes que la salud y la vida. Yo no entendería que la Comunidad Autónoma dijera ahora cosa distinta de la que el sentido común dicta desde hace meses, cuando se juega la integridad y la respiración de muchas personas de León. Para fuegos de artificio y protagonismos desatados, a la Puerta del Sol. Eso sí, quiero tener la seguridad de que el Gobierno no mira con más benevolencia a unas zonas que a otras por el sectario color político de quien las gobierna, la certeza de que se sopesa el daño irreversible a una economía que en León venía tocada ya, la tranquilidad de que ningún amiguete de ministro ha hecho negociete con la compra de material, porque de todas esas intuiciones voy sobrado a estas alturas. Después de años dando lecciones sobre la calidad de la democracia, los politólogos nos entretenemos con el nuevo dardo conceptual de la «fatiga democrática» para explicar el hartazgo y la desafección. Traducido al idioma de la tierra, que la gente está hasta las gonadillas del mamoneo político con la que cae. Así que a ver si en la novísima normalidad no se salta nadie las normas, que no están para incordiar, sino para evitarnos el confinamiento bis que hoy nos cae; si los de la política a corto para ser lideresa o candidatable a autónomicas catalanas asosiegan; si los del gobierno bonito que está como el mejor Frankenstein de Bela Lugosi dejan de enredar con la jefatura del Estado y con deshacer el Estado mismo y se centran en la gente, que desde que van en coche oficial escoltados y con más asesores que para un plan quinquenal, la gente es ya un referente tan lejano que les hace escraches que no comprenden. En fin, si la novísima no deja paso a la vuelta del otoño a una novisísima normalidad.