Algún analista ha comparado atinadamente la deserción de Lorena Roldán, de Ciudadanos, hacia el PP, después de que aquella ganara las primarias previas a las elecciones del 14-F y fuera sustituida arbitrariamente por Carlos Carrizosa, con la de Ángel Garrido, que se pasó del PP a Ciudadanos cuando fue preterido al formarse la candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid tras ocuparla interinamente unos meses, y a pesar de que se le había reservado un escaño en el Parlamento Europeo. El sentido de lealtad en la derecha es manifiestamente mejorable –ya se sabe, la izquierda tiene razón (Vernunft) y la derecha entendimiento (Verstand), según Moeller van der Buck–, aunque tampoco la izquierda puede exhibir una gran ejemplaridad.
El caso de Lorena Roldán, sin embargo, tiene un alto simbolismo ya que da idea de la entrada en rápida descomposición del partido que se fundó para contener la escalada nacionalista de la izquierda al encabezar Maragall el tripartito en términos que a muchos socialistas les parecieron inaceptables. Un movimiento intelectual surgido a instancias de caracterizados militantes o simpatizantes del PSC desembocó en un partido político encabezado desde el primer momento por un autodidacta, Albert Rivera.
Hombre de escasas convicciones y de indudable vis política, supo cumplir en primera instancia el objetivo marcado: tras convertirse en partido de ámbito estatal, consiguió ganar las últimas elecciones autonómicas catalanas con algo más del 25% de los votos emitidos (1,1 millones) que le dieron 36 escaños, más que JxCat de Puigdemont (950.000 votos y 34 escaños) y que ERC (935.000 votos y 32 escaños), pero la cosecha sorprendente de Ciudadanos resultó perfectamente inútil: Arrimadas se marchó a la política estatal y ni siquiera hizo pedagogía para mostrar a los catalanes que había otra forma de hacer las cosas.
El resto de la historia es reciente y bien conocido. Albert Rivera, que primero entendió el papel y la función de un partido de centro en el multipartidismo estrenado en España en 2016, pactó una alianza de centro izquierda con el PSOE en febrero de 2016 tras las elecciones de diciembre de 2015 para formar un «Gobierno reformista y de progreso», que no cuajó porque Podemos no lo respaldó (lo que mantuvo a Rajoy en la presidencia). Pero, a partir de entonces, Ciudadanos emprendió una deriva hacia estribor –se arrancó la etiqueta socialdemócrata para dejar apenas la liberal– con la descabellada intención de sustituir al PP en el liderazgo de la derecha.
En las elecciones de abril de 2019, Albert Rivera consiguió 57 escaños, y pudo gobernar tranquilamente con el PSOE con el que reunía 180 escaños, pero se negó a ello y provocó nuevas elecciones en noviembre. en las que sufrió el peor castigo que el electorado ha deparado en esta democracia a partido alguno. C«s pasó de 57 escaños a 10. Rivera se fue de la política y Arrimadas se ha quedado con los despojos, pero todo indica que el hundimiento es irreversible. Las contrariedades catalanas indican que la credibilidad de las propuestas de Ciudadanos, después de tantos errores y renuncios, es prácticamente nula, y dado que el atractivo político de Carrizosa resulta perfectamente descriptible, pocos dudan que el batacazo será mayúsculo el 14F, lo que favorece objetivamente al PSC y también lo haría al PP si no hubiera irrumpido Vox en escena y no estuviera escrita la macabra historia del exministro del Interior, Fernández Díaz, una losa sobre el PP catalán.
El pentapartidismo ha contribuido también al adelgazamiento del espacio de Ciudadanos. La existencia potente de Vox impulsa al PP hacia el centro, e igualmente la coalición del PSOE con UP fuerza a los socialistas a ocupar todo el espacio desde el eje de simetría. Serán los catalanes quienes el 14F decidan si C«s tiene opción de mantenerse o recuperarse, o por el contrario si su trayectoria pública puede darse por clausurada.