Pan y circo

En medio de la devastadora situación por la que el mundo y, especialmente nuestro país, atraviesa, la coalición de partidos que conforma el Gobierno de España ha presentado el anteproyecto de Presupuestos para el año próximo.

En circunstancias normales dicho proyecto se presenta un mes antes. Sin embargo, la crisis sanitaria y las desavenencias en el seno del Consejo de Ministros han retrasado ostensiblemente su elaboración. La estrategia por la que ha optado el Ejecutivo ha sido la de azuzar la bronca política y buscar la confrontación con la oposición, y esto, sumado a los incendiarios discursos que políticos de distinto signo han proferido en las Cortes, llevan a la sociedad a una polarización extrema. Todas estas cuestiones no ayudan en nada a solventar los problemas de los ciudadanos. En cambio, son un acicate para un Gobierno maltrecho que intenta salir airoso de su mala gestión del coronavirus, desviando la atención y buscando culpables que le eximan de toda responsabilidad.

El Gobierno ya ha remitido a la Unión Europea el Plan Presupuestario 2021, en el que se recoge que los ingresos crecerán en 33.447 millones, 7.000 de los cuales provendrán de nuevos impuestos. Las nuevas tasas «Google» y «Tobin» son el as que Montero tiene escondido en la manga y que pretenden contrarrestar la paupérrima recaudación, que por el momento, ha llevado a cabo la Agencia Tributaria en esta campaña (según Hacienda ha caído el 5,6% respecto al pasado año). Todo ello con una deuda pública que alcanzará el 120% de nuestro PIB.

En su cruzada contra las rentas más altas el Ejecutivo planeaba aumentarle los impuestos. Sin embargo, ha terminado optando por subir el IVA a las bebidas azucaradas con el pretexto de «favorecer hábitos saludables», a los libros, los impuestos a las primas de seguros, y por no eliminar o reducir al mínimo el IVA a las mascarillas (como ha ocurrido en los países que nos rodean), aumentando con ello la presión fiscal sobre la clase media.

Mientras tanto, el Gobierno sigue al pie de la letra la famosa locución latina panem et circenses, y aprovecha la actual coyuntura de abismo económico, con centenares de miles de personas en ERTE, millones en paro, autónomos en cese de actividad, negocios cerrados, locales vacíos… para intentar hacer comulgar a los ciudadanos con que lo importante no es eso; con que lo importante es la reforma velada del CGPJ, un referéndum monarquía o república, el acercamiento de presos etarras a las cárceles vascas o la cesión a esa comunidad de la competencia penitenciaria. Como en aquella famosa fábula, Sánchez le pone la zanahoria al burro para que no levante la cabeza, para que asuma sus veleidades sin oponer objeción alguna.

Nunca unos PGE duraron tanto como los del exministro popular Cristóbal Montoro, si bien es cierto que les queda poco tiempo: el Gobierno pretende terminar el año con la aprobación de los suyos. Lo harán a costa de cualquier cosa, concediendo todo cuanto pidan los partidos independentistas que negocian desde Bélgica, lo que les exija el PNV que ha logrado que el País Vasco sea un reducto de riqueza y prosperidad a base de los agravios que se han cometido para con el resto de España, y lo que le reclame Revilla o Guitarte. PP y VOX votarán, previsiblemente en contra, y… ¿Ciudadanos?, una incógnita oportunista.

La decepción generalizada que los ciudadanos tenemos con la clase política es, en este momento, un camino unidireccional que solo podrá desandarse con el talante que una situación de esta envergadura requiere, mediante la elaboración de unos pactos similares a los de la Transición en los que se dé cabida a todas las posiciones políticas, en los que se tenga altura de miras. Sin cortapisas.

Aunque, siendo realistas, dichas aspiraciones se nos antojan complicadas y los acontecimientos empiezan a tomar un cariz que nos hace presagiar los tiempos convulsos que se avecinan.