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Iglesia de San Pedro, en Foncastín, creada en 1950, con las campanas del templo de Oliegos. FUNDACIÓN J. DÍAZ

Los leoneses a los que obligaron a ser vallisoletanos

El 30 de noviembre de 1945 llegaron a esta pedanía de Rueda las 38 familias leonesas de Oliegos, localidad sepultada por las aguas del embalse de Villameca

Domingo, 20 de diciembre 2020, 09:20

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«Nos dieron cuatro perras para que abandonáramos Oliegos». Con esta rotundidad respondía Antonio Suárez, «un hombre que calzaba zuecos», a los redactores de la sección «Ancha es Castilla» en junio de 1968. Hablaba de su nueva vida en Foncastín, localidad perteneciente al término municipal de Rueda, a donde llegó forzosamente el 30 de noviembre de 1945. «Se vive aquí más desahogado, pero allí se trabajaba menos. Estábamos menos esclavos», reconocía Antonio. Lo mismo pensaban las 38 familias que, obligadas a abandonar aquel pueblecito leonés perteneciente al partido judicial de Astorga, se asentaron con sus enseres, ganados y símbolos religiosos para comenzar una nueva vida en la provincia vallisoletana.

Se cumplen 75 años de aquella travesía de tristeza y melancolía que transformó la vida de todos los afectados: de los habitantes de Rueda, que vieron llegar a los «nuevos vallisoletanos», y, sobre todo, de los «olegarios» de León, obligados a dejar atrás sus casas y sus muertos, sepultados bajo las aguas del río Tuerto. El embalse de Villameca había comenzado a construirse en 1934, pero sus obras fueron interrumpidas por la Guerra Civil. En el verano de 1945, a punto de concluirse, el Instituto Nacional de Colonización adquirió la finca «Coto de Foncastín», en el término municipal de Rueda, para alojar a las familias obligadas a abandonar Oliegos debido a la construcción del embalse.

La finca había sido ofrecida en venta por su propietario, Pedro Ignacio Jordán de Urríes y Ulloa, marqués de las Conquistas, por algo más de 4 millones de pesetas. Constaba de 1.800 hectáreas que, según la noticia publicada por este periódico, se dividían en 85 de regadío, 110 de praderas naturales, 330 de tierra labrantía para cereales y legumbres, 175 de viñedo, 500 de pastizales y casi 600 de pinares. El compromiso era alojar a las familias en las viviendas entonces existentes, mientras el Instituto de Colonización construía un nuevo pueblo con casas «más confortables e higiénicas que las que han utilizado hasta ahora». Aunque la información publicada decía que la finca disponía de viviendas y dependencias para el ganado y otros anejos de labor, lo cierto es que testimonios de la época dibujan un panorama muy distinto: hasta la completa urbanización de Foncastín, finalizada en 1949, los «olegarios» hubieron de alojarse en paneras convertidas en casas improvisadas.

Eso sí, trajeron consigo las tallas religiosas de la parroquia y hasta las campanas, que serían colocadas en la nueva iglesia, finalizada en 1950 bajo la advocación de San Pedro. Todo ello en un viaje que comenzó el 28 de noviembre en la estación de Porqueros. Pasaron por Astorga, hicieron parada en León y, tras una comida ofrecida por las autoridades, llegaron a Valladolid el día 29 a las once menos veinte de la noche. Fueron alojados en el Hotel Fernando e Isabel. La mayoría de los 30 vagones iban cargados con pertrechos, ganados y enseres, que serían transportados al día siguiente desde Medina del Campo a Foncastín.

Una vez urbanizado el pueblo, en 1949, se les entregó la vivienda y las tierras correspondientes en condiciones que el Instituto de Colonización calificaba de muy ventajosas: «De momento aportan solamente el 20% del precio de adquisición, amortizando el resto en 20 anualidades iguales y consecutivas y con el módico interés de un tres por ciento». Los de Oliegos tuvieron que abandonar sus casas, que antes de quedar sepultadas bajo las aguas fueron saqueadas por gentes de la zona, y despedirse con dolor de sus muertos, pues también el cementerio quedaría completamente anegado. El nuevo Foncastín comenzó su andadura con cerca de 250 habitantes.

Imagen principal - Los leoneses a los que obligaron a ser vallisoletanos
Imagen secundaria 1 - Los leoneses a los que obligaron a ser vallisoletanos
Imagen secundaria 2 - Los leoneses a los que obligaron a ser vallisoletanos

La propaganda franquista adornó aquel desgarrador episodio con la épica, tan propia del Régimen, del sacrificio por la patria: «Ese orgullo bien nacido de quienes conocen el alto valor de su sacrificio», una vez «estrangulado su egoísmo en aras del beneficio de los demás», decía la noticia, mientras insistía en el «sentimiento bifronte» de aquellas 38 familias: «El dolor de la partida por un lado y, por el otro, el júbilo secreto del que conoce acaba de aportar su grano de arena al fortalecimiento económico de España».

Pero la vida no fue fácil para los recién llegados, el mayor de los cuales tenía 82 años. Los aperos que traían no servían para las nuevas tierras, más rudas que las de Oliegos, y no les fue sencillo cambiar la piedra y los tejados de paja y adobe de su pueblo, plagado de árboles, por el paisaje feraz de la finca, el adobe y la teja curva. «Fueron muchos los sacrificios, hubo que adaptarse al trabajo, eran otras herramientas, otra forma de trabajar la tierra. Hubo que luchar mucho», confesaba Antonio, que, siguiendo la misma costumbre que en «su patria chica», calzaba zuecos porque «son muy buenos para el barro y para trabajar en las cuadras».

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