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Padres y hermanos de acogida comparten plano con cuatro de los cinco niños bielorrusos que han llegado a León y sus dos monitoras.
Los hijos de Chernóbil

Los hijos de Chernóbil

Cinco niños bielorrusos afectados por el accidente nuclear de la central ucraniana pasan el verano en la provincia de León en una experiencia pionera en el viejo reino, que busca ir cada año a más

nacho barrio

Domingo, 3 de julio 2016, 12:26

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La vida en Baranovichi discurre entre las bajas temperaturas propias de Bielorrusia y el tráfico de una ciudad que, a pesar de no ser demasiado grande, es uno de los principales nudos ferroviarios del país. En sus calles pueden encontrarse, sin tener que buscar demasiado, vestigios del pasado soviético imperante hasta hace no muchos años durante décadas en la órbita comunista.

Uno de esos retales no se ve, pero es tan imponente como el misil balístico que se erige como monumento en una de las calles de la ciudad. A poco más de cuatrocientos kilómetros de Baranovichi se encuentra Prypiat, la ciudad fantasma en la que hasta el 86 la Central de Chernóbil era símbolo de progreso, trabajo y seguridad. El accidente del 26 de abril frustró lo entendido como progreso, acabó con el trabajo (y con un incontable número de vidas) y dejó más que en evidencia la seguridad soviética.

Shasha es una de tantas niñas que viven en Baranovichi. Aunque no llega a los doce años, la pequeña ya suma un rosario de consecuencias en su salud a costa del maldito accidente, en el que nada tuvo que ver pero que le regala de forma cruel unos niveles de radioactividad que exceden los normales.

Como Shasha, otros cuatro niños tienen ahora la oportunidad de dejar atrás Bielorrusia durante el verano para pasar en la provincia los meses de calor, y de paso bajar esos niveles demasiado altos consecuencia de un Chernóbil demasiado próximo.

Carmen es ahora la madre de acogida de Alexandra, una pequeña rubia que aunque al principio sufrió el cambio entre la frialdad del este y «lo besucones que somos nosotros», ahora es una más de la familia. Fue precisamente Carmen la que, tras leer un reportaje en una revista dominical, se animó a ser madre de acogida junto a su pareja: «Me puse en contacto en enero y a los ocho días me llamaron para charlar. No me lo pensé y salí diciendo que lo hacía, y la verdad es que todos estamos muy contentos».

En la labor de contribuir a que el cambio sea lo menos brusco posible están Olga y Tania, las monitoras que llegaron a España con los pequeños. «En Bielorrusia no hay ni calor ni mar, por lo que venir aquí es bueno para ellos». Y no solo por el turismo, ya que la estancia en la provincia leonesa ayuda a bajar los temidos niveles de radioactividad.

Jose y Raquel son los padres de acogida de Shasha, siendo el quinto pequeño que llega a su hogar. «Estuvimos en el orfanato de Novogrudok y aquello hay que vivirlo», asegura Raquel. La pareja se congratula de que en Castilla y León el papeleo haya sido más sencillo, lamentando que las «trabas» puestas en el Principado de Asturias, donde residen.

La hermana de 'Agustinoff'

Agustín padre e hijo y su madre comparten verano con Violeta, una niña bielorrusa que luce diadema y sonrisa enigmática. El humor no falta en la familia, que ha pasado a llamar 'Agustinoff' al pequeño, que se lo toma con risas y cierta sorna. El padre de familia asegura que «es una buena experiencia en la que aprendemos todos», mientras que el pequeño apunta que «son muy buenos, muy felices y aunque a veces lloran un poco comen mucho».

Una manera de pasar el verano de forma emocionante, para pequeños que aún siguen viendo con los ojos como platos cosas tan habituales como la noria o los columpios. Será difícil volver a Baranovichi.

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