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Trudeau y su esposa saludan a sus seguidores. Afp

Trudeau deberá pactar para gobernar

El Partido Liberal renovó el mandato en las urnas pero sin mayoría absoluta ni el lustre de su primer ministro, forzado ahora a negociar cada ley

MERCEDES GALLEGO

Corresponsal. Nueva York

Martes, 22 de octubre 2019, 01:14

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Los cuarenta días y cuarenta noches de la campaña «más sucia y desagradable de la historia», según Justin Trudeau, tuvieron este martes un final de traca. En lugar de dar al rival la opción de conceder su derrota, el primer ministro canadiense salió al escenario un minuto después de que empezase a hablar el líder del Partido Conservador (PC) Andrew Scheer, que había tenido más votos que él pese a perder las elecciones. Y a esa cacofonía se sumó también Jagmeet Singh, el candidato del Nuevo Partido Democrático (NPD), también tirado al río.

Las televisiones no fueron las únicas confundidas con el resultado de un país más dividido que nunca. En Ottawa se sentará un primer ministro sin un solo apoyo local. La mancha azul de los conservadores se extiende en el mapa por Alberta y la Columbia Británica, mientras Ontario y Quebec del lado Atlántico han salvado al Partido Liberal. Eso, sin perder de vista que la provincia francófona ha resucitado al nacionalismo del Bloc Québécois, que promete no hacer la menor concesión a las provincias petroleras del lado oeste. «Aprobar gaseoductos sería moralmente inaceptable», sentenció su líder Yves- François Blanchet.

Tal es el desencuentro que en el Oeste canadiense ya se empieza a hablar de un 'Wexit', al estilo del 'brexit', para abandonar la confederación. Algo que tampoco importaría en Quebec, donde la mitad de la población eligió dos veces la independencia en referéndum. Y Trudeau no ayuda. Al reclamar la victoria sobre la voz de su rival, afirmó haber oído «alto y claro» a sus paisanos de Alberta, «parte esencial de este gran país», una lectura sin humildad que no reconocía el mandato fracturado de las urnas para gobernar en minoría. Su partido pierde votos en todas las provincias, y en la mayoría con dos dígitos, lo que ha resultado en 13 asientos menos, según el escrutinio provisional.

El doble lenguaje de su discurso, con esa confusa mezcla de triunfalismo y conciliación, seguía la tónica de un mandatario que hace cuatro años entusiasmó con su «¡Canadá está de vuelta!». En este tiempo no sólo ha perdido el lustre, sino que muchos dudan de su autenticidad. A Trudeau le gusta disfrazarse, como han comprobado, y no sólo para pintarse la cara de negro en las fiestas o ponerse un turbante en la India -fotos que han dañado su imagen-, sino también para pasar por multiculturalista, feminista y medioambientalista, se temen.

Polémica con los indígenas

Mientras alardea de paridad en su Gobierno, él y sus muchachos presionaban a la ministra de Justicia y fiscal general Jody Wilson-Raybould, una indígena premiada el lunes por los votantes con un escaño como independiente y quien dimitió tras denunciar las intimidaciones para que no llevara a juicio a la constructora SNC-Lavalin. Eso, pese a que Trudeau había implementado sendas leyes de ética y transparencia.

Pero sus arrepentimientos ante los indígenas se convirtieron en lágrimas de cocodrilo al regatearles las reparaciones, al bajar los impuestos a la huella de carbono por renovar los subsidios a las petroleras y aprobar nuevos gaseoductos. Las muchas fotos que desenterró para manchar la reputación de su rival con acusaciones de racismo también se convirtieron en otra prueba de hipocresía al publicar la revista Times otras suyas con la cara pintada de negro.

Scheer, sin embargo, no supo capitalizar el desencanto de la Trudeaumanía y se quedó con un empate técnico que le convierte en «el Ejecutivo a la espera», advirtió. «Cuando tu Gobierno caiga, los conservadores estaremos listos y ganaremos». Para evitarlo el Partido Liberal tendrá que hilar muy fino con pactos puntuales ley a ley, a la vez que afina el arte imposible de contentar a todos sin dejar de ser el chico bueno que, según tuiteó Barack Obama días antes de las elecciones, «el mundo necesita».

Un mánager musical y modesto político resucita las esperanzas del nacionalismo

Canadá puede haberse desencantado con Justin Trudeau, pero Quebec ha encontrado un nuevo amor en François Blanchet. Sobre los rescoldos de la pasión que un día despertó el nacionalismo del Partido Quebequés (PQ), este manager de la industria musical -que dice no tener ningún interés en formar un nuevo Gobierno- ha sabido devolver la vida al movimiento nacionalista, dado por muerto en la provincia francófona.

Tan muerto que Blanchet fue el único aspirante a liderar el Bloque Quebequés cuando se abrieron las nominaciones. En enero el partido lo nombró candidato por defecto. La mayoría de los canadienses ni siquiera le conocían hasta que le vieron en los debates, siempre cortés y elocuente mientras Trudeau y su rival conservador Andrew Scheer se pisaban el uno al otro. Y si hay algo que molesta a los canadienses son los malos modales. Por eso Blanchet ha tenido que trabajar en las malas contestaciones que daba a la prensa mientras se encargó de Medio Ambiente bajo el Gobierno de Pauline Marois, que premió su trabajo al frente de las juventudes del PQ.

En la madrugada de este martes (hora española), mientras celebraba triplicar el número de escaños del Bloque Quebequés -hace un año se quedó con diez y resurge con 32- observó al público y dijo: «Estamos muy vivos, porque veo muchos jóvenes entre vosotros». Tocaba templar el entusiasmo. Blanchet es un soberanista de corazón con sólido historial que no abandona la idea de que sus paisanos de la región francófona «elijan los atributos de la soberanía tan pronto como sea posible».

Prueba de ello es el guiño que lanzó al final de su mensaje a Cataluña y Escocia, porque «todo lo que nos acerque a ellos son buenas noticias», explicó. Pero ahora lo que toca es aprovechar la coyuntura para obtener el mayor número de concesiones que beneficien a Quebec, ya vengan de la izquierda o de la derecha, dijo sin remilgos.

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