Reportajes
ENTREVISTA
La autonomía astur-leonesa era natural y era factible
"En León siempre había una corriente de simpatía hacia Asturias (...) si no se avanzó más en esa corriente asturiana fue por razones partidarias", asegura Martín Villa
Martín Villa, empresario y político leonés. (Foto: Juan Lázaro)
Martín Villa, empresario y político leonés. (Foto: Juan Lázaro)
Carolina Martínez
22/02/2013 (20:48 horas)
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Rodolfo Martín Villa, (Santa María del Páramo, León, 1934), hombre clave de la Transición Española como ministro de Gobernación e Interior con Adolfo Suárez entre 1976 y 1979, fue también ponente en el debate final del Estatuto de Autonomía de Castilla y León como diputado por su provincia natal. Vicepresidente y ministro con Leopoldo Calvo Sotelo, Martín Villa se incorporó después a la filas del PP. Ha presidido Endesa y Sogecable, y recientemente el Gobierno le ha elegido como uno de los quince consejeros del llamado ‘banco malo’. En esta entrevista defiende la constitución de las autonomías aunque considera que algunas han actuado con planteamientos incluso “aldeanos”, y apuesta por asumir sin miedos algunas de las soluciones del Estado federal, como un Senado representativo de las comunidades en igualdad de condiciones y la delegación de la capacidad para recaudar determinados impuestos, en su totalidad.

Con la perspectiva que da el tiempo, ¿cree que el desarrollo que ha tenido el Estado de las Autonomías ha sido el que previó el constituyente o se ha ido más allá? 
 
Las previsiones, por la propia naturaleza del tema, tampoco fueron muy precisas. Muchos estamos de acuerdo en que desde el punto de vista técnico lo peor de la Constitución es el título VIII. Pudo hacerse una redacción perfectísima desde el punto de vista jurídico-formal pero hubiera obedecido a la posición de los partidos nacionales o la de los nacionalistas, pero todos quisimos que fuera una constitución de consenso, no impuesta. En el proceso constituyente le atribuimos a todo lo autonómico, a mi juicio, un exceso de buena salud. Parecía que la descentralización nos iba a traer la colección de todos los bienes posibles sin mezcla de mal alguno. La realidad ha hecho ver que ha comportado no pocas soluciones pero también excesos y desequilibrios. De la misma forma que fue excesiva la buena salud que atribuimos a lo autonómico en el momento fundacional me temo que ahora estamos atribuyéndole un exceso de males. Algunos se los merece y otros no.
 
¿Qué ha dado buen resultado y qué cambiaría ahora?
 
Lo que se pretendía de acercamiento de buena parte de las decisiones a los ciudadanos ha sido bueno. Ha habido, en los momentos de bonanza, cuando parecía que no había límite de financiación, hasta una cierta competencia, lo que ha sido positivo. Por lo demás, disponen de la “parte del león” de los ingresos públicos justificada porque tienen, entre otras, las competencias de educación y sanidad. Ha sido malo que buena parte de las comunidades han actuado mirándose al ombligo, con planteamientos excesivamente localistas, y en algún caso incluso aldeanos. Se han creado innecesarias macroestructuras administrativas, sin apoyarse en algo que ya existía, que era todo el conglomerado local, los ayuntamientos y las diputaciones. Es más, las comunidades nacen para ser un contrapunto al centralismo del Estado pero muchas de ellas practican un centralismo interno muchísimo mayor. 
 
El sentir de la calle es que las comunidades nos han costado mucho.
 
En parte, el sentir de la calle es bastante acertado, pero no exageremos. Cuando se habla de las consecuencias de esa macrocefalia mastodóntica y rechazable no se hace la cuenta económica, pero aunque económicamente no hubiera tenido las consecuencias que le atribuye la opinión pública, eso en sí mismo es malo. El Presidente Zapatero tuvo la ocurrencia de la creación del Ministerio de Igualdad que abandonó al poco tiempo y se suprimió el Ministerio. Desde entonces, existía en Andalucía la Consejería de Igualdad con Delegaciones en sus ocho provincias. No sé si se han suprimido. Cuando se llega a estos extremos es que estamos haciendo las cosas muy mal, tanto si cuestan mucho como si no.
 
Usted tuvo un papel protagonista en el nacimiento de la Comunidad, especialmente, en la provincia de León, una provincia que tardó dos años en integrarse en el proceso preautonómico y después, a principios de 1983, revocó su acuerdo, ¿desde la reflexión de estos años qué cree que motivó las dudas de los leoneses?
 
La verdad es que en nuestra tierra lo autonómico no era precisamente un ideal de nuestros paisanos a la muerte de Franco. En Cataluña, País Vasco o Galicia al grito general de libertad y amnistía se sumaba un tercero: estatuto de autonomía. Los que pedían los estatutos sólo para estas comunidades, en base a pretendidos derechos históricos, se olvidan de que antes de la Guerra Civil, en el 36, estaban preparados estatutos de autonomía para toda España, con excepción de Castilla y León, y Madrid. Eso explica que el sentimiento de autonomía no era lo primero de nuestros paisanos. Es una comunidad muy extensa. En el mismo León hay tres provincias: el Bierzo de vocación gallega, el norte astur-cántabro, y una gran parte, de vocación castellana. Sin embargo, históricamente lo que hoy es Castilla y León ha sido siempre una unidad política excepto en dos ocasiones muy cortitas y por razones de herencia dinástica. Llevamos toda la vida juntos. En mi caso, consideré que era bueno para el equilibrio político español que hubiera una Castilla y León fuerte, y una Castilla y León sin León estaba debilitada desde el origen. 

"En el mismo León hay tres provincias: el Bierzo de vocación gallega, el norte astur-cántabro, y una gran parte, de vocación castellana" 

Pero usted mismo tuvo dudas al principio. 
 
Dude usted del que no tiene dudas, pero en el León uniprovincial y comunidad autónoma nunca estuve. En León siempre había una corriente de simpatía hacia Asturias. Dudas en esa dirección era normal tenerlas. Era interpretar la historia desde el principio: el reino de Asturias y luego de León, que es antes que el de Castilla. Si no se avanzó más en esa corriente asturiana fue por razones partidarias. Las preautonomías se constituyeron por los diputados y senadores de sus provincias. Si Asturias era única, la izquierda tenía mayoría. Si Asturias iba con León, tenía mayoría UCD. 
 
El Estatuto llegó a la recta final de 1983 no reconocido por León, Segovia y algunos municipios de Burgos, ¿cómo recuerda ese debate en el Congreso y su aprobación final? Tanto usted como el PSOE se emplearon a fondo para rechazar los planteamientos de Alianza Popular.
 

Es cierto que AP se decantó por la solución uniprovincial. Es cierto que también después de la desaparición de UCD buena parte de mis compañeros, legítimamente, tomaron también esa posición. León fue una de las diez o doce provincias españolas donde UCD tuvo diputado, lo que me permitió participar en el último tramo de la discusión en el debate en el Congreso de los Diputados. Pero como mis compañeros de partido tomaron la opción leonesista, dimití. La última actuación que tuve en el Congreso fue ser ponente en nombre del Grupo de UCD, a favor del Estatuto de Castilla y León. En aquel tiempo, Aznar es diputado, por Ávila, pero aún no tiene las responsabilidades políticas que luego alcanzó y que, muy bien, ejerció. El PSOE tenía más de 200 diputados. En León, fueran como fueran los sentimientos, también había ganado el PSOE, que apoyaba la creación de Castilla y León.
 
¿Se buscó una región centro fuerte para contrarrestar la posible evolución de Cataluña? ¿Eran razones de Estado?
 
A veces se exagera mucho con lo de las razones de Estado. Hubo, al menos desde mi punto de vista, el deseo de que hubiera en la meseta una comunidad autónoma fuerte y una fuente de debilidad clarísima era que León no entrara.
 
Una de las frases que más se recuerdan cuando se cuestionaba la organización y delimitación territorial de Castilla y León fue la que dijo usted al calificar a la comunidad de Castilla y León como una “mancomunidad de diputaciones, y si no al tiempo”.
 
Yo lo que discuto, que fue lo que dije y lo sigo manteniendo, es la existencia de una administración de la Junta en las provincias excesiva y grandiosísima. Hubiera sido mucho mejor que la administración de la Comunidad hubiera sido la Diputación en lugar de las delegaciones territoriales. Intentábamos aumentar la representatividad de las diputaciones, haciendo a los diputados elegibles por sufragio universal, y que ésos fueran los procuradores en Cortes por cada provincia. En su trabajo, tres semanas al mes, se ocuparan de los problemas de su provincia y con que acudieran una semana a las Cortes de Castilla y León sería suficiente. No es exactamente una mancomunidad de diputaciones, pero en nuestra comunidad la raíz provincial es muy fuerte. 
 
El sentimiento autonómico ha tardado mucho en aparecer si es que consideramos que ha aparecido. ¿Considera que hay sentimiento autonómico?
 
Hay una vida autonómica fuerte, muchas decisiones se toman en la Junta y no en el Gobierno: la escuela, el hospital, la universidad… No sería capaz de medir sentimientos pero hay una realidad muy importante.

"No sé cuál es la fuerza real de UPL porque ya no estoy en política. Es verdad que en León sigue habiendo ese sentimiento y esa posición que cuestiona la Comunidad"

¿En León todavía se cuestiona la Comunidad a través de Unión del Pueblo Leonés?
 
No sé cuál es la fuerza real de UPL porque ya no estoy en política. Es verdad que en León sigue habiendo ese sentimiento y esa posición. Cuando voy, aún sale esta conversación, y hay alguna gente que es opuesta a mi posición de entonces, ahora lo hacen de una forma más cariñosa, pues ya estoy fuera del juego.
 
Respecto al Estado autonómico y al mapa autonómico, ¿cambiaría algo? ¿Es partidario de devolver competencias al Estado?
 
Creo que el mapa está ahí y no se debiera tocar. Si se suprimieran la Rioja o Cantabria como comunidades, el Gobierno que lo intentara fracasaría y crearía problemas más importantes de los que pretendiera resolver. Respecto al tema general, creo que hay una cuestión, que aunque no es la más importante tiene un gran reflejo en la opinión pública y publicada, que es la organización administrativa de las comunidades. La única competencia que claramente no tropieza con el Estado es la de organizar sus propias instituciones. ¿Y qué han hecho? Repetir miméticamente la estructura del Estado. No creo que eso sea culpable del deterioro económico pero ¿son necesarios 17 defensores del pueblo, 17 consejos económicos y sociales y 17 tribunales de cuentas? La equivocación más importante lo fue en la cuestión educativa. Para que los bachilleres y los universitarios circulen por todo el territorio nacional tiene que haber una cierta unidad en la configuración de los planes de estudio, selección del profesorado y organización de los centros. Eso debiera ser competencia del Estado central. Tampoco se ha acertado con la Justicia. Hay un órgano constitucional, que es el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Parece que debe ser independiente del Gobierno central pero también debe serlo de la Comunidad autónoma. Todas las competencias en materia de justicia deben ser del Consejo que debiera estar constituido ajeno a la política partidaria, cuestión que debe abarcar también a la formación del Tribunal Constitucional y del Tribunal de Cuentas, y extenderse a todos los órganos reguladores de más reciente creación.
 
¿Qué le parecen las propuestas que van en la dirección de un Estado federal?

 
Parece que a veces las palabras nos condicionan, nos hacen prisioneros. Algunas soluciones del Estado federal son buenas. Ojala tuviéramos en España un Senado, donde estuvieran todas las comunidades, todas, y que allí, en condiciones de igualdad, se discutieran las relaciones de las comunidades entre sí y con el Estado. Sería absolutamente bueno. Los estados federales son fundamentalmente homogéneos en la distribución de competencias y tratan de llevar los sentimientos hacia otros derroteros. Somos distintos, pero no desiguales. ¿Cómo se explica a mis paisanos de Ponferrada que ellos son menos eficientes para gestionar que sus vecinos gallegos o a nuestros paisanos de Miranda que son menos importantes que los de Vitoria? No es una reforma jurídica difícil, aunque políticamente complicada. Coincido con Rubalcaba, que no ha hablado tanto del Estado federal pero sí de que algunas de sus soluciones son buenas. También considero que el Gobierno podría delegar la recaudación de determinados impuestos a las comunidades. También esta podría ser una solución de tipo federal. Hoy el Estado tienen la antipática misión de recaudar y las comunidades la simpática misión de gastar, y, además, en exceso.
 
¿Qué relación tiene con León? ¿Visita su tierra?

 
Voy todos los años a la entrega del premio “Leonés del Año”. Es una obligación que me encanta. Cuando fui presidente de Endesa visité mucho Ponferrada, con mucho gusto, y sigo manteniendo los contactos con amigos y con mi familia. Todos los míos han nacido en León, y buena parte de ellos, allí están enterrados.
 
¿Cómo valora la evolución política de la Comunidad?
 
Creo que la Comunidad ha sido muy representativa de las virtudes de la tierra. Ha sido bastante ejemplar en no incurrir en esas megalomanías que hemos visto, o al menos en incurrir menos. Creo que todos los gobiernos de todos los presidentes han sido ejemplares. Pero echo de menos que Castilla y León no haya tenido una presencia mayor en la política nacional, alguien con autoridad que planteara sentimientos y soluciones distintas a las de los nacionalistas. Siempre he creído que hay dos personas en el socialismo que han cumplido ese papel: Rodríguez Ibarra, con el que discrepo en muchos aspectos pero que pudo decir muchas cosas desde Mérida que desde Madrid es difícil decir, y Francisco Vázquez que denunció el centralismo excesivo de las Comunidades Autónomas. Hubiéramos necesitado algún Presidente y algún alcalde que hubiera desempeñado ese papel desde nuestra tierra. 
 

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