Reportajes
REPORTAJE
El 'campo de concentración' de San Marcos
El actual Parador se convirtió en el más tétrico de los lugares, donde fueron encarcelados combatientes de todas partes y algunos nombres ilustres, como Crémer
Luis V. Huerga
19/07/2011 (12:52 horas)
Vote 
Resultado 4.5 puntos4.5 puntos4.5 puntos4.5 puntos4.5 puntos (40 votos)
  Preparar para imprimir  Enviar por correo
El actual Parador fue durante la Guerra Civil uno de esos muchos edificios que representaron represión, torturas y cárcel para miles de personas llegadas desde todos los puntos de la geografía española. Según consta en los archivos de la Asociación de Estudios Sobre la Represión en León (Aerle), prisioneros gallegos, asturianos, extremeños, andaluces, riojanos o catalanes, fueron encerrados en San Marcos desde que el ejército nacional tomó la ciudad de León. Algunos documentos de la época catalogaron a este lugar como un “campo de concentración”.

El caso de San Marcos puede que sea uno de los más significativos de la guerra en la ciudad, un testimonio vivo de aquella época gris que aún sigue en pie y que durante los diferentes capítulos de la Historia española ha servido como sede de servicios tan antagónicos como cárcel (el escritor español del Siglo de Oro, Francisco de Quevedo, fue recluido en este edificio), de cuartel de Caballería, hospital, sede de la Diputación, casa de misiones, Ministerio de Guerra o Escuela de Veterinaria, entre otros.

Alrededor de 7.000 hombres y 300 mujeres pasaron por el campo de concentración que el bando nacional estableció en San Marcos. Más de mil fueron fusilados en el puente que lleva el mismo nombre que el monumento histórico, algunos de ellos arrojados al río y otros inhumados en la fosa común del cementerio de Puente Castro que da servicio a la ciudad de León.

El escritor leonés, Victoriano Crémer, explica en ‘El libro de San Marcos’ su propia experiencia. Crémer dice que “más de cien hombres” habitaban en “no más de cincuenta metros” en el campo de concentración porque, asegura, “de prisión celular nada y de cárcel modelo mucho menos”, mientras los guardianes gritaban a los reclusos que se comieran los unos a los otros para que hubiera más espacio habitable.

El escritor y periodista relata también la convivencia en el interior, con una sutil ironía que no quita peso a la dureza de la situación. A los internos poco les faltaba para dormir por turnos y devoraban sin piedad las piezas de ajedrez hechas con miga de pan, que si ningún ratón o rata descubría antes, servía para calmar los estómagos pero para dejar vacíos los tableros improvisados para matar el tiempo casi eterno de la fría y húmeda cárcel. “Se producían salidas para prestar declaraciones de las cuales no se regresaba o se volvía para como no prestar”, cuenta Crémer uno de esos “monos” que a veces se sintió a miradas de las “gentes naturalmente adictas, o sea, de derechas” que visitaban San Marcos, ya que su imagen no era más que la de alguien “pelado al cero, barbudo, andrajoso y maloliente”.

Interior de San Marcos durante la guerra.

Una historia que llegó a Cuba

La Red, sin embargo, también ha servido para encontrar testimonios desde el otro lado del charco, de aquellas personas que sin ser españolas vivieron la guerra como si fuera suya. Rusos, italianos, alemanes, portugueses, norteamericanos y cubanos, como este ejemplo. Se trata de José María Fernández Souto.

Este hombre, nacido en La Habana (Cuba) en 1918 se trasladó a Asturias después del fallecimiento de su madre. Como activista del Frente Nacional, participó en la Guerra Civil. Era el único cubano de su batallón en el Frente Norte y luchó en el límite de Asturias con León hasta que fue apresado, no sin antes tratar de huir y esconder su fusil en el tronco hueco de un castaño. Después de pasar por el campo de concentración de Algodoneras, en Gijón, fue trasladado a San Marcos.

En el blog http://cubanosenlaguerracivil.blogspot.com Fernández Souto relata, en una entrevista en el año 2007, cómo fue su estancia en el campo de concentración, el hambre y la relación con los confesores que había en San Marcos. “En el Patio del Museo había como unos seis o siete confesionarios de esos. Pero nos trataban bien. Sólo que nos fichaban si no ibas al confesionario porque nos consideraban enemigos de su modo de pensar, tenías que tener un escapulario o algo de que ya te habían confesado”, cuenta.

En este blog el cubano también recuerda cómo el que tenía dinero “pagaba cinco o seis monedas por las medallas de haber confesado con los curas. Dos o tres veces me confesé yo porque después las medallas las pagaban. El republicano que tenía dinero y podía pagar una medalla, lo hacía para no verlos ni confesar con los curas; pagaba la medalla y ya no le pasaba nada. Pero a última hora el que no tenía medalla lo pasaba mal, hasta culatazos”.

Comida sí; "pagándola, claro"

Y al igual que cuenta Crémer, el combatiente asegura que la comida era una de las cosas que más preocupan a los internos. Fernández Souto relata que para solucionar el hambre, el dinero también hacía milagros dentro de San Marcos. “Había un vecino que era de los fascistas. Era un soldado pero me conocía muy bien y me dijo que no se podía traer nada a los presos pero que él sí me traería cosas a mí, pagándolas claro; traía azúcar, vino y a veces pan con algo. Lo traía todo escondido debajo del capote y lograba pasarlo porque era de los escoltas”.

El cubano, todavía preso, regresó en 1939 a su tierra natal. Lo hizo en un barco que tardó quince días en llegar a la isla, el Marqués de Comillas, con otros quince compatriotas, durmiendo todos en el suelo. Ahora recuerda a España con cariño, a pesar de lo que vivió. “Yo amo a España porque di inclusive la vida por aquello. Por eso allí me siento querido por los españoles. Nosotros luchamos muy duro allí, contra el fascismo y contra todos los ‘antipueblos’ que salían de allí y siempre estuve al lado del socialismo y sigo siendo el mismo”.

  Preparar para imprimir  Enviar por correo
Vote 
Resultado 4.5 puntos4.5 puntos4.5 puntos4.5 puntos4.5 puntos (40 votos)