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Phelps, con su cuarta medalla de oro.
Otro oro rejuvenece a Phelps
natación

Otro oro rejuvenece a Phelps

Gana por cuarta vez los 200 estilos, algo insólito, suma 26 medallas y se queda a 66 centésimas del récord mundial

J. Gómez Peña

Viernes, 12 de agosto 2016, 07:23

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Un día en la oficina para Michael Phelps. Se le ha acumulado el trabajo ahora que ha vuelvo de la jubilación. Primero hay que encargarse de la final de los 200 metros estilos. Se pone los cascos. El rap de Eminen, de Jay-Z. Se echa la capucha de su albornoz. Mirada encarcelada. Le temblequea la rodilla al ritmo de su concentración. En eso le toca el hombro Ryan Lochte, otro de los finalistas, su amigo, su compañero y víctima desde Atenas 2004. Lochte, pelo platino, le suelta una broma. Le hace reír. ¿Hablaban quizá de este su último duelo? Se acabó. A trabajar.

Salen a la piscina y toca lo de siempre. Victoria de Phelps. Cuarto triunfo en los 200 estilos en cuatro Juegos. Nadie ha hecho eso. Su oro número 22. Su vigesimosexta medalla. Y la gana rápido: en 1.54.66, a sólo 50 centésimas de su mejor marca y a 66 del récord mundial de Locthe. Vuelve a ser joven y tiene prisa. Hay que pasar por el podio, escuchar otro himno emocionado, saludar a Nicole y al pequeño Boomer, y volver a los cascos, el rap y la mirada asesina. Aun queda tarea por terminar. Hay que empaquetar para mañana el oro en los 100 metros mariposa. Así que regresa al poyete y a la piscina, nota el cansancio de una jornada tan intensa en el primer 50 -va el último- de la semifinal y aprieta el ritmo para acabar segundo, a apenas una centésima de Cseh. Con el vigesimosegundo oro en el bolsillo ya ha dejado medio hecho el vigesimotercero. Mañana toca oficina. Y también pasado, con el relevo con Estados Unidos. El sábado será su último día de trabajo. Nada le rejuvenece más a él que ha hecho viejos a tantos rivales.

Ryan Lochte, presente en los Juegos desde Atenas 2004 hasta Río 2012, tiene 8 oros, 3 platas y tres bronces. Con un archivo así de cargado cualquiera hubiera sido un mito. Él no. Ha tenido la mala suerte de coincidir en el tiempo con su amigo y rival. La sombra de Phelps lo ha tapado todo. A Lochte apenas le ha dado el sol. Ha sido uno de los rostros habituales que sonreían en el podio al lado del tiburón de Baltimore en el equipo de relevos de Estados Unidos. Un fantástico actor secundario. A Río ha venido acompañado por su novia, Kayle Rae Reid, una atractiva chica Playboy. Ni así ha captado la atención de los focos, que han preferido irse con un bebé de cuatro meses, Boomer, el hijo que le ha cambiado la vida a Phelps.

Lochte ha cumplido 32 años, uno más que Phelps, que sin embargo empezó antes en los Juegos, en Sidney 2000 con quince años. Por eso, cuando Phelps anunció su retirada tras los cuatro oros de Londres 2012, Lochte sintió al fin la luz en el rostro. Río sería, aunque tarde, su jardín. Phelps se convirtió en un muñeco roto. Salió el agua y rompió con su novia, Nicole. Su sostén. La que le equilibraba en tierra. Sin ella se perdió en el póker y la botella. Lochte, mientras, seguía a los suyo: sus pesas y sus series en el agua. Phelps era historia, agua pasada. Él nadaba ya libre, al sol. Pero no contaba con Nicole. Phelps, desesperado y sin rumbo, le pidió otra oportunidad. Ella asintió. Ahora son padres. Vuelvo a ser yo, anunció Phelps al volver de su jubilación. Oh, no. Eso debió de pensar Lochte. Ni después de muerto Phleps le deja vivir. Otra vez a su sombra. Y es cierto, el tiburón ha vuelto. Es como era.

Esta madrugada ha sumado su cuarto oro en Río. Ya va 22. Ya son 26 medallas. La última es la de los 200 metros estilos. La más contundente. La más reveladora de ese regreso. Con un registro de 1.54.66 se ha quedado a apenas 66 centésimas del récord mundial que estableció Lochte en 2011, justo un año antes de la primera retirada de Phelps y de su hundimiento. El segundo, el japonés Kosuke Hagino necesitó casi dos segundos más (1.56.61). El chino Shun Wang, bronce, se fue a 1.57.05. Lochte acabó quinto. Sabe que se ha terminado su tiempo, que Phelps no le dejará nunca de dar sombra. Le queda un consuelo. Durante la primera parte de la final estuvo por delante. En el 50 (mariposa), el brasileño Tiago Pereira, azuzado por su desatado público, le quitó un palmo a Phleps. Y en 100, tras la espalda, fue Lochte el que por un momento mandó. Quedaban la braza y el crol. Y Phelps. Ha perdido resistencia. Es la edad, 31 años. Mi cuerpo sufre. Se fatiga más, confesó tras la final.

Por eso no se ha atrevido con pruebas de 400 metros. Se ha concentrado en la explosividad que conserva pese al desgaste de 16 años como nadador olímpico. Nadie se le ha ni arrimado en esa travesía. Ha ahogado a generaciones de rivales.

En la braza cogió el mando. Y en el crol surfeó sobre su propia espuma. Abrumador. Lochte le vio marcharse. Es una visión que conoce. Le acompaña desde Atenas 2004. Phelps nació diseñado para la natación. Lochte ha tenido que encerrarse en el gimnasio para esculpir un cuerpo de gigante y contrarrestar con fuerza el talento de su colega y verdugo. «Ningún nadador del mundo ha hecho lo mismo que yo. No hay nadie que levante neumáticos de camión, que arroje barriles o que arrastre las cadenas de un buque», cuenta. Con esas ruedas puede; con Phelps no ha podido nunca. Lochte es más fuerte en tierra firme; pero aquí se trata de dirimir los duelos en el agua, el hábitat del delfín Phelps, que vino a Río con 18 oros y 22 medallas. Ya tiene cuatro más: 22 oros y 26 medallas. Y le quedan dos días más en la oficina. Después se irá tras volver a sentir joven una vez más.

Aprendí a nadar hace veinte años. Se me hace difícil pensar que dentro de dos días todo se acabará, dijo.

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