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Kyle Chalmers celebra su medalla de oro.
Un juvenil derrota al profesor
natación

Un juvenil derrota al profesor

El australiano Kyle Chalmers, con 18 años recién cumplidos, bate a Adrian y McEvoy en los 100 libres

j. gomez peña

Jueves, 11 de agosto 2016, 16:08

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Aunque no nadaba Michael Phelps, los cien metros libres son una de las grandes citas de la natación olímpica. En la final estaban un viejo estadounidense criado en los brazos de Phelps, Nathan Adrian, y el australiano Cameron McEvoy, el favorito. Australia, país acuático, confiaba en él para romper la maldición: desde 1968, desde Michael Wenden, no habían ganado la prueba reina de la velocidad. En Pekín 2008 falló Sullivan y en Londres 2012, Magnussen. Y en Río el que falló fue McEvoy, séptimo en una final discreta. Adrian, al menos, se llevó el bronce con 47.85. El resto fue sorpresa: la plata se la quedó un belga, Peter Timmers (47.80), que ni se lo creía. Bélgica le tiene alergia al agua: la de Timmers es la tercera medalla en su breve historia natatoria. Es el triunfo de la mente, declaró. Es el momento para retirarme, se felicitó. Ni lo hubiera soñado. ¿Y el oro? Más inesperado aún. Lo que no hizo McEvoy lo consiguió su compatriota Kyle Chalmers, un descubrimiento de sólo 18 años. Nadie le esperaba y ganó con 47.58, nuevo récord del mundo... en categoría juvenil.

Australia, al fin, enterró su gafe en los 100 metros libres. Ya tiene un delfín. Chalmers, que vino a Río con el sueño de meterse en esta final, no cabía en su enorme arquitectura: 1,93 metros y 90 kilos. Mirada metálica. Ojos de 18 años recién cumplidos que lo descubren todo. Acabó con la maldición porque ni la conocía. No es un obseso de la natación. Prefiero mirar el baloncesto o el fútbol, confesó. No se dedica a estudiar las propiedades del agua. Y el caso es que le dio una lección al australiano esperado, al científico McEvoy, otro chico con historia.

Tiene 22 años, buena planta (1,85 metros y 75 kilos) y le llaman El Profesor. Cameron McEvoy es mucho más que un finalista olímpico: entre sus momentos más memorables no están los récords en la piscina o asistir a las hazañas de Phelps, sino el descubrimiento de las ondas gravitacionales. Eso sí que es excitante, sorprende. Con su estudios en Física y Matemáticas Aplicadas en la Universidad de Griffith tiene claro cuál es su viaje en esta vida: Quiero pasar mi tiempo estudiando el universo. Relativiza su dedicación temporal a la piscina. Si te elevas y lo miras desde arriba, ves a unos cuantos tipos yendo y viniendo en un cubo de agua. Demasiado pequeño para McEvoy, adicto a la cosmología y la fusión de partículas.

En su perfil digital ha puesto su altura en términos de átomos de hidrógeno. Así se presenta. Los seres humanos somos polvo de estrellas. Viene de la universidad, de sufrir una enfermedad cerebrovascular y de una infancia de puntillas. Nació con las pantorrillas demasiado cortas. El gimnasio le equilibró. Luego, él puso el trabajo para ser el nadador más veloz del mundo. A los niños hay que enseñarles que el talento no basta, defiende. Tiene la vocación de su mote: profesor. Pero en la final de los 100 libres la clase magistral corrió a cargo de un alumno de apenas 18 años, Kyle Chalmers, el nuevo mesías de la natación australiana. El chaval agarró el oro con el récord de el mundo juvenil. Tiene tiempo para asaltar la plusmarca absoluta, 46.91, en poder del brasileño César Cielo. El Profesor McEvoy, derrotado cuando era el máximo aspirante, se encogió de hombros y le quitó importancia. Einstein le ha enseñado que todo es relativo.

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