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Placa conmemorativa en la casa del escritor y poeta berciano Ramón González Alegre en Villafranca del Bierzo (León), del que se cumple el 50 Aniversario del fallecimiento.

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Placa conmemorativa en la casa del escritor y poeta berciano Ramón González Alegre en Villafranca del Bierzo (León), del que se cumple el 50 Aniversario del fallecimiento. César Sánchez

Las cartas del poeta olvidado

El centenario del nacimiento de Ramón González-Alegre se conmemorará con la publicación de un epistolario con su correspondencia personal y de su novela inédita

D. ÁLVAREZ

Domingo, 29 de julio 2018, 12:28

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En el mes de septiembre se cumplirá medio siglo desde que la voz del poeta berciano Ramón González-Alegre se apagó, poco antes de cumplir los 49 años y tras «haber vivido los más amargos momentos que puede vivir un literato en un medio hostil», como él mismo dejó escrito pocas horas antes de que la tinta de su pluma se agotara. Condenado al ostracismo por su adscripción ideológica, el aniversario de su nacimiento, del que se cumplirá un siglo el 30 de noviembre de 2019, servirá para traer de relieve la figura de «un hombre con una personalidad poliédrica y provocadora que renunció a todo por la literatura», según recuerda el historiador Vicente Fernández, uno de los mayores conocedores de la obra del escritor nacido en Villafranca del Bierzo.

González-Alegre fue «uno de los grandes escritores del Bierzo» y se mantuvo en contacto con la poesía europea y hasta con la llegada de China, explica Fernández. Pese a su «inmensa querencia por las letras», su padre le obligó a seguir la tradición familiar de la abogacía, profesión que puso al servicio de varias compañías navieras en Vigo, donde se afincó tras pasar por La Coruña y Vilagarcía de Arousa (Pontevedra). «Podía haber vivido muy bien como un pequeño burgués, pero renunció a eso por la poesía y lo fue dejando poco a poco», explica el historiador, que recuerda que el poeta era conocido en Galicia como «un falador», tanto por su «impresionante cultura» como por su «personalidad desbordante» a la hora de afrontar la puesta en escena ante el público.

En su obra, valores como la sencillez, la emotividad, la fantasía, la imaginación y el verbo fluido dibujan un paisaje y un paisanaje que se mueve a caballo entre sus dos vertientes, la gallega y la berciana. «Disfrutó mucho escribiendo sobre el Bierzo; en Galicia sufrió mucho, sobre todo en los últimos años», explica Fernández, que recuerda que el debut de González-Alegre llegó de la mano de 'Clamor de tierra', un libro con una «poesía muy emotiva» que supone un canto a su comarca natal, publicado a los 30 años.

Además de la «poesía de contenido intimista relacionado con lo religioso, lo espiritual y la figura de Dios» con la que se dio a conocer y cuya obra cumbre llegaría en 1964 con 'El ágape de Dios', González-Alegre trabajó casi todos los géneros, desde la narrativa al ensayo. «Su aspiración máxima era el teatro con acción, meter la poesía en el teatro», explica Fernández, que recuerda que el berciano dejó escritas cuatro obras de teatro, varios libros de viajes y antologías sobre poesía y teatro, con las que se granjeó las enemistades que tan caras le costaron en sus últimos años.

En el mundo del periodismo, González-Alegre publicó en varias cabeceras de la prensa gallega y nacional, sobre todo en el diario ABC, y dirigió su propio espacio radiofónico diario sobre literatura. Aunque su mayor contribución en este aspecto fue la creación de la revista Alba, elemento esencial del resurgir de la literatura gallega tras la Guerra Civil.

Condenado al ostracismo

«A él lo acusaron de antigalleguista, pero la primera poesía de denuncia social en gallego la escribió él», recalca Fernández, que añade que el berciano fue el primer editor de Xosé Luis Méndez Ferrín, uno de los actuales referentes de la literatura contemporánea gallega, y abogó por el retorno de los restos de Alfonso Castelao en pleno franquismo. «Lo que pasó es que animaba a la gente a escribir en castellano como manera de llegar a lo universal y eso le valió para que le dieran mucha caña», relata el historiador, que enfatiza que «Vigo llegó a ser una cárcel para él», dese la que, arrinconado, llegó a preguntarse «¿dónde están los verdaderos amigos?».

«Quería irse a Madrid para estar en contacto con los círculos literarios de allí, porque cuando estaba fuerte era capaz de mantener un pulso dialéctico con cualquiera, pero aprovechando su debilidad, los sectores que ideológicamente estaban en una línea contraria a la suya, le condenaron al ostracismo», afirma Fernández. En ese sentido, el poeta, que se definía como cristiano y de derechas, denunció el uso de la poesía como arma política, especialmente por los círculos literarios vinculados al comunismo. «Para él toda la poesía era social, a él le interesaba la poesía verdadera y no la política», explica Fernández, que recuerda que, no obstante, el berciano mantuvo una estrecha relación de amistad con autores como Victoriano Crémer y Gabriel Celaya.

Además, el destino también le castiga con varios proyectos caídos, como la adaptación al teatro de la novela de Camilo José Cela 'La familia de Pascual Duarte', cuyo estreno ya se había anunciado, fue suspendido a última hora. «Hubiera supuesto un gran espaldarazo para él», afirma el historiador, que relata que el escritor de Iria Flavia también se vio implicado en otro de los tropiezos que salpicó el caminar de López-Alegre. Una de las colecciones de novela popular de Alfaguara, la editorial creada por Cela en 1964, iba a ser la encargada de publicar 'La cabeza', el primer paso del poeta berciano en este género, pero el cierre de la colección pocos meses antes de que el libro viera la luz dejó la novela sin publicar.

Sus últimos años estuvieron marcados por la muerte de uno de sus hijos y por la enfermedad del hígado que llegó a convertirlo en la sombra del hombre que había sido. «Vio que todo llegaba a su fin», asegura Fernández, que considera que «pese a su evidente deterioro físico, lo que más le hizo sufrir fue el aislamiento que sufrió en Vigo», según confiesa en su correspondencia personal, en la que denuncia a las camarillas de escritores que lo mantienen aislado. «Es una época dura a todos los niveles, se da por vencido, la realidad se lo lleva por delante y pierde la fantasía», explica Fernández, que considera que buena muestra de ello es el tono que se percibe en los artículos inéditos sobre el Bierzo y la Maragatería escritos en 1967, que el Instituto de Estudios Bercianos (IEB) rescató en 2013, cuando dedicó sus Jornadas de Autor al villafranquino.

En esos escritos de denuncia social, el poeta describe, a través de una «relación desnuda y muy cruda con la realidad», las inhumanas condiciones de vida de los habitantes de esas zonas donde no llegaban las comunicaciones ni los transportes y donde sobrevivían dolencias ancestrales como el bocio. «Es la única obra donde no hay nada de poesía, el lirismo desaparece», asegura Fernández, que atribuye ese «realismo descarnado» a la situación personal que vive el escritor. «La vida le había arrancado la poesía», resume.

Tras su muerte, la figura de González-Alegre recibió pequeños homenajes en Villafranca y Vilagarcía, dos de las poblaciones que más importancia habían tenido en la vida del autor. «Después de eso se murió para siempre, nadie se acordó de él», lamenta Fernández. Además, con la llegada de la Transición y la emergencia de grupos galleguistas, «lo que estaba de moda eran los intelectuales de izquierda como Alberti o Neruda», relata el historiador, que subraya que «la referencia para el progresismo español no podía ser un escritor católico». «En vida no tuvo el reconocimiento que merecía y después ha sido ninguneado por la historia de una manera nefasta», lamenta Fernández, que concluye que «el mundo iba por otro lado y en Galicia se sumó el estigma que le impusieron sectores del galleguismo».

La lenta recuperación

El cajón del olvido en el que había caído González-Alegre se abrió en 1995, cuando la Xunta de Galicia le rindió el primer gran reconocimiento con la reedición en formato facsímil de los 16 números de la revista Alba publicados entre los años 48 y 56. En 2013, le llegó el turno al IEB y a sus Jornadas de Autor y el pasado verano fue de nuevo la villa que lo vio nacer la que le dedicó su Fiesta de la Poesía, a la que acudieron dos de sus hijos y durante la que se descubrió una placa honorífica en su casa natal.

En esa línea de recuperar la obra completa del autor y reivindicar su figura, el centenario de su nacimiento servirá de punto de inflexión, avanza Fernández, para implicar a «instituciones que están en deuda con él» y promover su nombre como merecedor del premio de las Letras Galegas. Además, el propio historiador pedirá el permiso de la familia para publicar el epistolario con la correspondencia personal de González-Alegre. En esa cartas, a las que Fernández ya ha tenido acceso, el berciano se muestra «con sinceridad plena» ante compañeros como Ramón de Garciasol o Ramón Carnicer, otro villafranquino ilustre.

También hay otras misivas menos amistosas, como las que intercambia con Celso Emilio Ferreiro, unas cartas en verso que serían el equivalente en la época a las actuales 'batallas de gallos' del mundo del 'hip-hop'. «Son fundamentales para conocer al personaje y su faceta humana», explica el historiador, que asegura que la efeméride también rescatará del olvido 'La cabeza', la novela inédita del berciano, cuya publicación coincidirá con los actos programados con motivo del centenario.

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