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Un gesto suyo significaba vivir o morir. Victor Capesius recibía a los trenes de la muerte en el infierno de Auschwitz y repartía al pasaje entre los barracones o las cámaras de gas. Este diablo exterminador es uno de los genocidas nazis menos conocidos y penados. Su letal trayectoria se desvela en 'El farmacéutico de Auschwitz' (Crítica), la primera biografía del cruel y obediente asesino que firma Patricia Posner (Londres, 1951). Fue juzgado tarde, mal e indulgentemente. Sin reconocer jamás sus crímenes, obtuvo la libertad con indignante celeridad y siguió despachando fármacos y pócimas en la botica que financió con las joyas y dientes de oro que extrajo de los cadáveres de sus víctimas.
Capesius reinaba sobre la vida y la muerte en Auschwitz. Se ocupaba de la farmacia del campo de exterminio y custodiaba el Zyklon B, el gas letal que segó mas de un millón de vidas. Fue además colaborador en los macabros experimentos eugenésicos de Josef Mengele, facilitando al 'ángel de la muerte' fármacos para su pruebas con embarazadas y niños. «Soy Capesius de Transilvania, conmigo conoceréis al demonio», gritaba en Auschwitz el también 'tesorero' de los bienes, joyas y el oro robado a los exterminados.
Jamás reconoció su culpa ni mostró arrepentimiento. Apenas pasó 30 meses en la cárcel y disfrutó de una vida normal. Y es que a pesar de los procesos de desnazificación, criminales como Capesius gozaron de cierto prestigio social. Tanto que en 1968, cuando había sido excarcelado y acudió con su familia a un concierto en Göppingen, recibió el espontáneo aplauso de sus vecinos. Lejos de tenerle por un asesino, para muchos de ellos Capesius fue un probo funcionario que le limitó a obedecer órdenes con eficiencia y eficacia germánicas.
Nacido en 1907 en Rumanía, Victor Enrnst Capesius trabajó antes de la guerra en su país como representante para las framacéuticas I.G. Faber y Bayer. De ascendencia alemana, se enroló en el ejército rumano y llegó a capitán de farmacia, hasta que se unió en 1943 a las temibles Waffen SS, parte de la genocida maquinaria militar del Reich. No cuestionó la 'solución final' diseñada por Himmler y otros jerarcas nazis que Hitler sancionó para aniquilar a millones judíos, gitanos y opositores al nazismo. El diablo transilvano fue un diente más del vasto engranaje extermindor.
Comenzó su sangrienta andadura en el campo de Dachau antes de ser enviado a Polonia. En Auschwitz se convirtió en el árbitro de la muerte. Decidía en los mismos andenes quién vería amanecer al día siguiente y a quién enviaba a la eterna noche de la cámara de gas. Fue un despiadado 'Dios de la muerte' a quien no tembló el pulso ni con amigos o conocidos. «Cuando Adrienne Krausz llegó a Auschwitz con sus padres y su hermana –conocidos de cuando Capesius trabajaba en Bayer– él colocó a Adrienne y a su padre a la derecha, lo que significaba la vida, y mandó ejecutar a la madre y a la hermana. Es sólo un ejemplo del poder con el que interpretaba a Dios», cuenta Patricia Posner, periodista y biógrafa del casi desconocido criminal nazi.
Entre sus muchas atribuciones Capesius tenía la custodia del Zyklon B, el gas letal utilizado en las cámaras de Auschwitz, donde se calcula que fueron aniquilados más de un millón de personas, el 90% judíos.
Como tantos de sus colegas Capesius se enriqueció con el exterminio arrancando los dientes de oro de los cadáveres hacinados en los hornos. El macabro tesoro se guardaba en un altillo oculto junto al su botica. Fue enviando saquitos con oro a su hermana e hizo acopio de este vergonzoso botín de sangre con el que cargó una pesada maleta cuando el campo fue liberado en enero del 45. Su biógrafa desconoce el valor de su expolio pero sabe que «fue suficiente para abrir su propia farmacia y un salón de belleza tras la guerra». La
Detenido y liberado por falta de pruebas tras la contienda, pasó por un ciudadano y boticario ejemplar. Años después fue reconocido por dos de su víctimas, Fritz Bauer, primer fiscal judío de Alemania, y Herman Langbein, un comunista austriaco confinado en Auschwitz, ambos empeñados en hacer pagar sus crímenes a los verdugos nazis fugitivos.
Conducido ante un tribunal, Capesius fue el único absuelto de la veintena de acusados de asesinato en el gran juicio de Auschwitz (1963-1965). Se desestimaron testimonios determinantes y se le condenó a nueve años por complicidad con los asesinos. «El único sentimiento que expresó en el juicio fue la indignación por sentarse en el banquillo de los acusados», dice Posner. Había cumplido una quinta parte de su condena cuando la Corte Suprema lo liberó a pesar de tener pendiente un recurso de resolución. El tribunal adujo que por sus negocios y arraigo familiar en Alemania no había riesgo de fuga. Murió en su casa en 1985.
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