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LAURA CASTRO
Cangas de Onís
Lunes, 8 de enero 2018, 17:12
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Recuperar y conservar el patrimonio paleontológico del Parque Nacional de los Picos de Europa. Esto es lo que se ha propuesto un grupo de seis investigadores, cinco de la Universidad de Oviedo y uno del Instituto de Ciencias de la Tierra del Jauma Almera de Barcelona. Son espeleólogos, paleontólogos, geólogos y morfólogos que seguirán los pasos de lo hallado por otros colegas en exploraciones anteriores. «Sabemos que hay restos óseos de mamíferos en varias zonas del Parque que tienen entre cientos y miles de años de antigüedad. Se trata de un patrimonio muy valioso, que se sabe que está ahí pero al que no se le ha sacado ningún provecho», explica Daniel Ballesteros, uno de los investigadores del proyecto.
Por el momento están en una fase inicial de documentación, pero esperan ponerse en marcha con el trabajo de campo a finales de invierno o principios de primavera. Visitarán un total de siete cuevas, tres de ellas en la vertiente asturiana de los Picos y las otras cuatro repartidas a partes iguales entre las vecinas comunidades de Cantabria y Castilla y León. Tendrán hasta septiembre de 2018 para recoger todos los restos óseos de esos mamíferos cuaternarios de los que ya tienen constancia y esperan lograr nuevos hallazgos. El proyecto está financiado por el propio Parque Nacional y por los gobiernos de las tres comunidades que lo integran con un montante de entorno a 18.000 euros.
Aunque todavía no tienen claro el periodo exacto al que pertenecen los restos, sí que saben las especies que encontrarán. De los huesos de rebeco esperan obtener información para establecer la época en la que empezó a aparecer esta especie en los Picos de Europa. Además, confían en hallar otros de especies como el extinto oso de las cavernas y la cabra montesa, que desapareció de la cordillera Cantábrica en el siglo XIX. Asimismo, tienen constancia de restos de osos pardos que, al igual que sucede con los rebecos, permitirán establecer un periodo de aparición en la zona de los Picos. Por último, «la estrella», como la calificó Daniel Ballesteros. «En una de las cuevas hay un cráneo de un gran bóvido o herbívoro gigante que probablemente sea de la familia de los bisontes», explicó el espeleólogo.
Todos estos restos óseos ayudarán al equipo investigador a hacerse una idea de cómo eran los Picos de Europa hace miles de años. «A través de ellos sabremos el tipo de vegetación que había y cómo era el clima. Y podremos hacer una comparativa con el paraje en la actualidad», concluyó Ballesteros. Los restos encontrados se llevarán a los distintos institutos arqueológicos de cada comunidad, según el espeleólogo de la Universidad de Oviedo, aunque es una cuestión que todavía está pendiente de determinar.
El Oriente de Asturias despierta interés también entre los arqueólogos que desde hace varios años realizan excavaciones en diferentes puntos de la comarca. Entre ellos, la cueva del Alloru y la Sierra Plana de La Borbolla. El equipo liderado por el catedrático de Prehistoria de la Universidad de Cantabria, Pablo Arias, se vio obligado a regresar al entorno de la cueva el pasado diciembre tras descubrir en las excavaciones de noviembre una construcción del período Neolítico.
En un primer momento barajaban la opción de que se tratase de una tumba, pero tras los últimos hallazgos de grandes postes no les queda duda de que es una cabaña. Así lo indicó a El Comercio Pablo Arias, quien finalizó la temporada de hallazgos en la zona hace unas semanas con una amplia recogida de muestras de sedimentos. De nuevo, no descartan volver para continuar avanzando en los hallazgos de la cueva del Alloru.
Todo lo recopilado a lo largo de estos meses está siendo analizado en distintas universidades internacionales. De hecho, tal y como explicó Arias en noviembre, las pruebas del carbono 14 se llevan a cabo en Oxford y la medición de los isótopos de nitrógeno y estroncio se realizan en Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. El objetivo de este equipo de trabajo, integrado por arqueólogos de Cantabria, La Rioja y Portugal, es dar respuesta a cómo vivían los últimos cazadores-recolectores que habitaron estas tierras hace entre 9.000 y 5.000 años, justo antes de la llegada de los primeros agricultores.
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