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Empleados de la panificadora de Villalón hacia 1917. :: El Norte
Rebelión en los campos de Castilla

Rebelión en los campos de Castilla

En enero de 1918, el Gobierno intentó paliar la crisis de subsistencias tasando el precio máximo del trigo, lo que sublevó a los agricultores. Alentados por El Norte, miles se reunieron en Valladolid en un gran acto de protesta

Enrique Berzal

Valladolid

Martes, 30 de enero 2018, 07:47

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Matar la agricultura es matar la patria», «los agricultores no queremos enriquecernos, queremos vivir», «la clase agraria es la más castigada, la más exprimida y la menos considerada». Las frases no son de ahora ni las ha pronunciado ningún representante de las organizaciones agrarias de Castilla y León, aunque bien podrían hacerlo. Las publicó El Norte de Castilla hace justo 100 años, al calor de un conflicto en el campo que puso en guardia a la opinión pública y publicada. Un conflicto de enormes dimensiones al que este periódico no solo dio voz y espacio en sus páginas, sino que apoyó con fervor en sus reivindicaciones.

Para entenderlo en todas sus dimensiones es preciso reparar en la coyuntura bélica del momento, cuando las crecientes necesidades del bando aliado en la Gran Guerra, más conocido como la Entente, abrieron el mercado europeo a numerosos productos cuya expansión estaba ligada al mercado interior. Como solía ser habitual, los intereses agrarios de Castilla pasaban por reducir lo máximo posible la importación de cereales, lo que hacía necesario el mantenimiento de un arancel elevado. Algo de lo que no era partidaria la burguesía catalana, defensora de la rebaja del arancel como medio de abaratar las subsistencias y evitar los conflictos sociales y laborales.

Las primeras medidas del gobierno de la nación, sin embargo, no lograron contener la subida de los productos alimenticios. Ante ello, una nueva Ley de Subsistencias (1916) se complementó con la promulgación de la polémica tasa del trigo, que fijaba un precio máximo de venta en los centros productores de 36 pesetas los 100 kilogramos. La medida, adoptada a finales de 1916, cayó como una bomba en tierras de Castilla. Cuando en enero de 1918, en plena crisis de subsistencias, la Comisaría General de Abastecimientos, dirigida por Luis Silvela, recordaba a los gobernadores civiles la obligación de cumplir con dicha tasa, el campo castellano, y con él El Norte de Castilla, estallaron.

El 8 de enero de 1918, hace hoy 100 años, este periódico tomaba partido en contra de una medida que juzgaba ineficaz, arbitraria e injusta, pues entendía que la coyuntura que entonces se vivía nada tenía que ver con aquella de finales de 1916: «De entonces acá ha pasado más de un año y han cambiado muchas cosas. La primera, que la cosecha de trigo recolectada en 1916 fue una cosecha abundantísima, mientras que la de 1917 ha sido muy deficiente. La segunda, que los precios del trigo en el mundo entonces no son los de ahora, y como del trigo, de todos los demás artículos: todos han subido en un considerable tanto por ciento, lo cual significa que el dinero ha tenido un abaratamiento de igual cuantía».

La ineficacia de la decisión, apuntaba este periódico, se debía a su carácter restrictivo, pues no se aplicaba a la vez y en la misma proporción a todos los artículos, sino únicamente al trigo, cometiéndose así la injusticia «de tasar al labrador su trigo, único producto de su trabajo, rebajándosele nada menos que 10 pesetas en 100 kilos, casi en la cuarta parte del precio, mientras todos los demás artículos que él consume, para sí y para su industria, siguen cotizándose con aumentos mayores del 300 por 100».

El dardo que lanzaba este periódico iba dirigido a una diana con dos caras: la del comisario de Abastecimientos, Luis Silvela, y la del ministro de Fomento, Niceto Alcalá Zamora. A través de su director, Ricardo Allué, El Norte de Castilla apretó el acelerador de la protesta y el 20 de enero de 1918, en un artículo titulado ‘El problema de la cosecha futura’, aquel aportó los argumentos que muchos agricultores esperaban: que «el problema llamado de las subsistencias no se resuelve con solo eso. No es un problema de tasas, es, esencialmente, un problema de organización y de trabajo».

Aún más, que debido precisamente a la tasa impuesta, la cosecha inmediata sería, en el caso más favorable, «menor en un tercio de la cosecha media normal», por lo que «será casi imposible impedir que en el invierno venidero el hambre y la miseria se apoderen de los campos y extiendan su garra a las ciudades. Escasez de trigo, encarecimiento de pan, ruina y hambre en los campos: el conflicto de la mala cosecha se adivina con proporciones aterradoras».

La campaña de El Norte dio fruto y ese mismo día comenzaron a llegar a la redacción adhesiones de sindicatos agrarios de toda Castilla, especialmente de Valladolid, Palencia, Salamanca y Burgos, en su campaña contra la tasa del trigo: «Además de ser perjudicial para los intereses de los labradores, es vejatorio para la región castellana», se quejaba, por ejemplo, el presidente del sindicato agrícola de Torrecilla de la Orden, Lorenzo Martín, mientras el de Nava acordaba, en caso de no ser oídas sus justas reclamaciones, «limitarse a sembrar en lo sucesivo, hasta que cese el imperio de la descabellada ley de Subsistencias, el veinticinco por ciento de trigo y el resto de toda otra clase de cereales, que son más productivos y que remuneran al labrador de su trabajo, tan digno de valorar como el de cualquier otro industrial».

Advertencias

A la adhesión del sindicato de Los Balbases, por carta de Jonás Castrillo, le siguió la advertencia de Manuel Martínez desde Itero de la Vega: «No sea que como consecuencia funesta venga a cumplirse al pie de la letra aquello de que pan para hoy y hambre cruelísima para el día de mañana». El mismo Allué, en un nuevo artículo firmado el 9 de febrero de 1918 que denunciaba el «desbarajuste», la «ineficacia» y la «injusticia» de una medida que permitía comercializar pan de lujo no tasado pero elaborado con trigo y harina tasados, alertaba de que «los pueblos tratados con injusticia reaccionan violentamente. Y la violencia, cuando está desatada sobre el mundo en forma de guerra implacable, no se sabe nunca a qué extremos puede conducir».

Labradores y sindicatos agrarios de Villavaquerín, Fuentesaúco, Villabáñez, Medina de Rioseco, etc. se adherían a diario a la campaña de El Norte y animaban a sus colegas de otras tierras a organizar un acto multitudinario de protesta. Así lo manifestó la Federación de Sindicatos Católicos, entidad que agrupaba a 140 organizaciones, en este mismo periódico el 8 de febrero; para la Federación, «la tasa del trigo a los precios señalados en España hará desaparecer rápidamente las existencias, y es una irritante injusticia mientras no se halle modo de proporcionar a los labradores abonos, maquinaria, ganado, piensos y hierro a precios módicos; mientras no se aplique la tasa a los productos industriales, como los tejidos, y mientras no se tomen las necesarias medidas para que el sacrificio exigido al labrador beneficie al consumidor de las bajas clases sociales».

Para colmo, a principios de marzo la tasa fue renovada, los panaderos anunciaron el cierre de sus tahonas si no se les permitía elevar el precio del pan en relación con el de las harinas, pues los fabricantes de estas se negaban a facilitarlas a precio de tasa, y el comisario de Abastecimientos exigió a nuestra provincia cuatrocientos vagones de trigo a precio de tasa. Mismas órdenes llegaron a Segovia y Palencia. La requisa fue, de hecho, la gota que colmó el vaso. De inmediato, agricultores, fabricantes e industriales de Medina de Rioseco procedieron a organizar una Junta de Defensa, presidida por Justo González Garrido, y animaron a todos los pueblos del entorno a hacer lo mismo. Secundaron la protesta los Ayuntamientos de Villalón y Hontoria, los sindicatos de Castrojeriz, Cogeces, Paredes de Nava, Baltanás, Torrecilla de la Orden, Osorno y La Mudarra, entre muchos otros.

Mientras Antonio Royo Villanova, entonces senador por Valladolid, y Mariano Martín Fernández, diputado en el Congreso, trataban de hacer entrar en razón al comisario de Abastecimientos, las organizaciones agrarias anunciaban una magna asamblea de protesta. Esta, celebrada el domingo 17 de marzo de 1918 a instancias de la Federación Agrícola de Castilla la Vieja y las Federaciones de Sindicatos Católico-Agrarios de varias provincias, fue tan multitudinaria, que hubo que cambiar el Teatro Hispania de la Casa Social Católica de Valladolid, primer recinto escogido, por el campo de fútbol.

Asistieron más de 5.000 labradores de esta provincia y de otras castellanas, pero también del resto de España, «unidos en un mismo pensamiento y en una misma decisión»: protestar contra la tasa y la incautación del trigo: «Castilla se ha puesto en pie para defender su agricultura y la defenderá con tesón contra todo y contra todos», aseguraba este periódico.

Pese a todo, como ha señalado la profesora Pilar Calvo, los trigueros castellanos fracasaron en su intento de cambiar la situación, puesto que en abril el gobierno renovó la tasa y endureció sus medidas. Aun así, es de suponer, a tenor de la ausencia de campañas posteriores, que los agricultores terminarían encontrando subterfugios para eludir la polémica tasa.

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