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El pederasta de Ciudad Lineal, durante el juicio.
El «hombre malo»

El «hombre malo»

Descrito como "el hombre malo" por sus víctimas y como "monstruo" por su exmujer, el pederasta de Ciudad Lineal era impulsivo, carente de empatía, narcisista, bisocial y perfectamente consciente de lo que hacía

efe

Jueves, 23 de febrero 2017, 12:37

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El gimnasio fue la mayor obsesión de Antonio Ángel Ortiz, pero también fue su trampa cuando una tarde salía de él y dos agentes le identificaron en un control preventivo. Sin saberlo, habían encontrado al enemigo público número uno, aquel al que sus cuatro víctimas llamaban "el hombre malo".

Sucedió el 28 de agosto de 2014. Ortiz entregó su DNI a los agentes, deambuló dos horas por el barrio y se escondió en su coche donde pasó la noche. Seis días después, huyó a Santander a refugiarse en la casa de su tío. Ya era consciente de la presión policial y de que estaba en el punto de mira. Hasta que a las 07.30 horas del 24 de septiembre los 'geos' entraron a por él. Aquel día Madrid respiró aliviada.

Actuó como si la cosa no fuera con él mientras era esposado, tumbado sobre el suelo. Fue la primera imagen del pederasta, el hombre que sembró el pánico durante un año en los distritos de Hortaleza y Ciudad Lineal, literalmente "tomados" por la Policía con un despliegue de agentes de paisano sin precedentes, especialmente tras la tercera agresión, el 17 de junio de 2014.

No fue fácil dar con este "depredador sexual" y también padre de dos hijos. Vivía con su madre pero disponía a su antojo de otra vivienda, el denominado "piso de los horrores", donde llevó, a al menos, a una de las niñas. Divorciado, su exmujer descubrió al "monstruo" -así se refirió- cuando fue condenado en el 2000 a nueve años de prisión por abusar en 1998 de un niña de seis años. Cumplió seis años en la cárcel.

Pederasta en serie

Su 'modus operandi' era siempre el mismo: abordaba a las niñas cerca de parques y las persuadía con probarse ropa o gastar una broma a un familiar. Las subía a un coche, las agredía sexualmente y horas después las abandonaba de noche en plena calle. A varias las suministró fármacos para adormilarlas y a algunas las duchó para no dejar rastro. Esta manera de actuar hizo que la Policía se percatara de que no estaba ante hechos aislados, sino ante un pederasta en serie, algo insólito en Madrid, y que elegía las víctimas más frágiles.

Su 'firma de autor' no era suficiente para localizarle, por eso los detalles que aportaron las cuatro niñas de entre cinco y nueve años sobre su aspecto fueron cruciales: musculado, que sudaba mucho, con venas muy marcadas y una verruga en la cara. Ese mismo culto al cuerpo lo mantuvo los dos años que ha estado en prisión provisional, como así quedó patente el día que apareció en el juicio con una actitud que no dejó indiferente a nadie, precisamente por su indiferencia.

Valga como ejemplo su entrada diaria a la sala. Vestido siempre con chándal, aparecía cada día escoltado por dos agentes. Les ofrecía sus manos para que le quitaran las esposas y se sentaba en el banquillo. Siempre tranquilo, impasible, sin inmutarse, como si la cosa no fuera con él, como si no se estuviera juzgando al pederasta más mediático de la última década en España. Impertérrito.

Pero conforme avanzaba el juicio, Ortiz fue cambiando. Como no había hablado hasta el momento, eran sus gestos y su mirada lo único que podía delatarle. Y poco a poco se empezó a sentir más incomodo, a revolverse en la silla, a mirar al techo. Coincidió con los relatos más duros contra él, con la exposición de las principales pruebas de cargo. Se le estaba haciendo largo.

Narcisista y carente de empatía

De hecho, esa personalidad fue objeto de un exhaustivo estudio psicológico. Impulsivo y carente de empatía. Narcisista y bisocial. No tenía ninguna patología mental que afectara a sus capacidades. Una persona cuyo deseo prevalece siempre sobre los demás y que destaca por su incapacidad para sentir culpa y asumir responsabilidades. Era perfectamente consciente de lo que hacía.

Tal vez por ello optó por no abrir la boca desde su arresto. Guardó silencio hasta en cinco ocasiones, una ante la Policía, tres ante el juez instructor y el primer día del juicio, hasta que sorprendentemente hizo uso del turno de última palabra en la vista.

Fueron 17 minutos de actuación, con lágrimas finales incluidas, en los que Ortiz se confesó inocente y calificó los hechos de "barbaridad": "Lo siento mucho por sus familias. Me parece terrible lo que les ha pasado". Pero nadie le pudo creer ya. Cuatro niñas encerraron en una frase todo su inocencia y su miedo cuando le reconocieron. "Ese es el hombre malo".

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