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El naufragio de Pablo Iglesias

El éxito de partida de Podemos consistió en que supo mostrarse como una opción nueva, distinta y no asimilable a las ya establecidas, que ofrecía respuestas imaginativas

Martes, 21 de noviembre 2017, 13:23

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La última encuesta electoral del CIS dejaba a 'Podemos' (18,2%) práticamente empatado con Ciudadanos (17,5%). La de Metroscopia publicada a mediados de noviembre, ya recogía toda la devastación padecida por el partido populista a causa de su conducta en Cataluña, y la organización caía estrepitosamente al cuarto lugar del ranking, después del PP, dl PSE y de Ciudadanos (22,7%), con un escuálido 14,1%.

Algunos observadores ya anunciamos, al asistir a la alianza ente Podemos e Izquierda Unida muñida por Julio Anguita, que con aquella alianza, que destruía definitivamente la pretensiones de transversalidad que había mantenido Podemos desde su fundación, la formación de Pablo Iglesias acabaría confinándose en el nicho de la extrema izquierda, que en España es significativo pero irrelevante a efectos de gobernabilidad. De hecho, Anguita, coordinador general de izquierda Unida entre 1989 y el 2000, llevó a su movimiento político a lo más alto en 1996. una cumbre que no paso del 10,54% de los votos y 21 escaños.

El éxito de partida de Podemos consistió en que supo mostrarse como una opción nueva, distinta y no asimilable a las ya establecidas, que ofrecía respuestas imaginativas y diferentes a los grupos más necesitados de respuestas por efectos de la gravísima crisis económica.

Lo ha explicado a la perección Luis Alegre e su comentado prólogo a la obra de Carlos Fernández Lieria "En defensa del populismo": "En las calles latía una mayoría social que reclamaba cambios; que denunciaba que 'no nos representan'; que se escandalizaba ante el desmantelamiento de la sanidad y la educación pública; que consideraba intolerable que los bancos nos pudieran echar de nuestras casas a través de una ley injusta [.]. Sin embargo, el único modo de transformar esa mayoría social en poder política era dejar de jugar en los márgenes de un eje ya dado (en los que sólo se puede aspirar a un resultado marginal). Si se quería ganar el partido, no se trataba sólo de jugar bien, sino, ante todo, de pintar de otro modo las líneas del campo".

Iglesias ha hecho todo lo contrario: se ha aliado con la extrema izquierda, con el clásico PC, ubicado en el sistema y vinculado históricamente al régimen del 78, y dede esta posición excéntrica ha jugado a ser antisistema, para llo cuyal disfrazado de enfant terrible, ha cometido el error adicional de simpatizar con el nacionalismo. Su condescendencia con la 'derecha decidir', es decir, con el derecho de autodeterminación, no sólo no es 'moderno' sino que se vincula a los sectores más reaccionarios de Europa. Y, por su supuesto, su papel en Cataluña junto a la ambigua Colau le ha granjeado la inquina del resto del Estado español.

El independentista Dante Fachín ya no es el líder de Podemos en Cataluña, pero la alianza con Colau deja a Iglesias en un territorio detestado por la opinión pública española. La rebelión de Carolina Bescansa, autoritariamente silenciada por Iglesias, confirma el diagnóstico y demuestra que un sector nada desdeñable de Podemos está horrorizado por el desvío de su líder hacia la nada soberanista.

Esta curiosa mezcla de actitud antisistema y de ligazón siquiera teórica con la extrema izquierda de origen leninista ha roto definitivamente los puentes entre Podemos y la socialdemocracia, que ya quedaron muy dañados cuando Iglesias se negó a respaldar el pacto PSOE-Ciudadanos que hubiera llegado a Sánchez a la presidencia del Gobierno, lo que representaba el espaldarazo al Partido Popular para seguir en el poder.

En definitiva, Podemos avanza precipitadamente hacia la irrelevancia, y cada vez es más imposible un gobierno estatal de izquierdas formado por PSOE y Podemos, no sólo inconciliables sino radicalmente discrepantes en lo fundamental. La modernización que llevaba Iglesias bajo el brazo al llegar a la política ya no suscita siquiera interés porque él, manifiestamente, no cree en el 78, y esta sociedad no admitiría una propuesta 'a la venezolana'. Además, con la recuperación económica, Podemos perderá el voto reactivo de los indignados. Ahora sólo está por ver cuánto tiempo tardará Alberto Garçón en imponer sus criterios sobre la vaguedad inasible de su socio chavista.

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