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Endiablado pronósticos en Cataluña

El panorama es inquietante, y más de uno pensará que el abismo va a abrirse de nuevo bajo nuestros pies.

ANTONIO PAPEL

Lunes, 11 de diciembre 2017, 20:30

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Las encuestas publicadas en vísperas de las elecciones catalanas del 21-O arrojan un resultado endiablado, de muy difícil gestión. Este análisis se basa en los sondeos del CIS (confeccionado entre el 23 y el 27 de noviembre) y los publicados este domingo por La Vanguardia (GAD 3, elaborado entre el 4 el 7 de diciembre) y por El Nacional (Feedback, entre el 1 y el 8 de diciembre). El Nacional es, como se sabe, un periódico digital editado y dirigido desde septiembre pasado por José Antich, quien fue director de La Vanguardia entre 2000 y 2013.

Las diferentes opciones obtendrían los siguientes respaldos (recuérdese que la mayoría absoluta, en un parlamento de 135 asientos, requiere 68 escaños): la opción constitucionalista (Ciudadanos en alianza con el PSC y con el Partido Popular), conseguiría 59-60 escaños según el CIS; 60-61 según La Vanguardia; y 55-59 según El Nacional.

La opción soberanista, formada por ERN, JxCat e incluida la CUP, conseguiría 66-67 escaños según el CIS; 66-67 según LV y 69-71 según EN. Sólo esta última encuesta admite la posibilidad de un gobierno soberanista.

El tripartito transversal de izquierdas, formado por ERC, PSC y Catalunya en Común-Podem, obtendría 62 escaños según el CIS; 61-62 según LV y 62-64 según EN. Si la CUP participase también hasta formar un cuatripartito de izquierdas, los resultados serían: 71 escaños según el CIS; 66-67 según LV y 71-73 según EN. En definitiva, no pude haber gobierno de izquierdas sin la CUP.

En consecuencia, estos avances demoscópicos indican:

Uno, que las variaciones con relación a los resultados de las elecciones autonómicas de 2015 son escasas, por lo que las posiciones están estabilizadas y los inquietantes sucesos acontecidos en los últimos tiempos, que han incluido una DUI enmascarada y la aplicación del artículo 155 CE, no han modificado apenas la fractura simétrica de la sociedad política catalana.

Dos, que la división del soberanismo convencional en sus dos partidos originarios -ERC y la 'lista de país' vertebrada en torno al PDeCAT- no altera apenas el computo conjunto; asimismo, es claro que la operación "turística" de Puigdemont, que es bochornosa para muchos demócratas, ha resultado rentable a los herederos de CDC, que, tras haber quedado relegados muy atrás, ahora disputan la primogenitura de su hemisferio a los republicanos.

Tres, que la opción soberanista está en el filo de la navaja y en todo caso necesitaría a la CUP. La CUP sería asimismo indispensable en una confluencia de izquierdas ERC-PSC-CeC.

Cuatro, que la opción constitucionalista que propugnan Ciudadanos y Partido Popular, y que no ve con demasiados buenos ojos el PSC, no parece viable por insuficiente. Tan sólo podría formalizarse si los populistas de Coláu-Iglesias le dieran apoyo, algo evidentemente inimaginable.

El panorama es, en definitiva, inquietante, y más de uno pensará que el abismo va a abrirse de nuevo bajo nuestros pies. Pero en el fondo, no hay sorpresa: mientras en Cataluña las opciones políticas se estructuren en torno al binomio independentismo-unionismo, la polarización será el ingrediente dominante de los procesos electorales, que desembocarán en el empate técnico, en la práctica ingobernabilidad.

Lo que tales resultados indican (como antes los del 2015, y antes aún los del 2012), es que el catalanismo se ha deslizado hacia el nacionalismo independentista, aunque sin lograr la masa crítica necesaria para consumar ese tránsito. De modo que, si no se quiere debilitar aún más a Cataluña, ahondar en la fractura política, social y afectiva que ya se ha producido, así como lesionar la economía y el bienestar del país, se impone aplazar al unilateralismo, siquiera por la patriótica razón de que ha de anteponerse el interés objetivo de Cataluña y los catalanes a la mitología de la ruptura. En definitiva, hay que regresar al viejo estándar derecha-izquierda para que decante una opción de gobernabilidad y estabilidad, que no se producirá mientras prevalezca el argumento territorial.

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