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Presidente Trump

enrique vázquez

Viernes, 20 de enero 2017, 17:39

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"Pese a nuestras torpezas, el papel desempeñado por los Estados Unidos es la mayor bendición que haya recaído sobre el mundo desde hace muchos siglos o, tal vez, la mayor de toda la historia escrita". La afirmación es de Michael Hirsh, un agudo ensayista y periodista político, y fue deliberadamente escogida por el dúo Hardt-Negri en su muy impresionante libro "Multitud" (hay edición española disponible) cuando abordaban el crucial asunto del porvenir de la democracia en la era de la globalización armada.

Sobra decir que Donald Trump no pierde su tiempo en leer buenos libros y es la antítesis de un intelectual, pero la afirmación ayuda a abordar el escenario creado con la llegada a la Casa Blanca de un individuo inclasificable, incompetente, chabacano y millonario.

La frase es como un producto acabado del pensamiento liberal-americano multi-uso (lo mismo puede arropar a un demócrata que a un republicano, mientras ambos sean sinceros defensores del capitalismo, o a un potencial socialdemócrata, aunque sea incipiente, tipo Obama, o a un conservador clásico, pero leído) y hoy nos sirve para recordar que Trump es, también en esto, una excepción: no le importa nada que la democracia rusa sea manifiestamente mejorable mientras su amigo, socio y potencial aliado Vladimir Putin, haga lo que hace.... y pese a las interferencias de Moscú en el proceso electoral. Y su visible hostilidad a China no se deriva de que su régimen político sea técnicamente comunista y, como tal, de partido único, sino de su agresiva (y exitosa hasta más no poder) política comercial.

El arte de simplificar

Desde la coherencia de su elemental ideología, Trump ha sabido brillar en el arte sutil de la simplificación. El americano medio, sobre todo el trabajador blanco de los Estados del interior del país, está desconcertado por la desindustrialización y la falta de oportunidades claras para sus hijos y protagoniza el proceso de fin de los buenos y viejos tiempos. Eso fue igualmente advertido por la campaña del senador progresista Bernie Sanders, quien puso en serios apuros la victoria de Hillary Clinton en las primarias demócratas. Pero los remedios de Sanders eran de cepa socialdemócrata, algo casi revolucionario para la mentalidad del americano medio, por no hablar de la del partido republicano.

Trump añadió sagazmente a su campaña todo el colorismo populista, inteligible y un punto casposo preciso para conectar con la base republicana conservadora y refractaria al obamismo, cuyo tufillo intelectual no soportaba. Desafió a sus propios asesores de imagen, ganó y ya como presidente electo, extremó sus excesos, cayó en el nepotismo y se permitió ya abiertamente indicar qué cosa será su administración incluyendo amenazas prácticas a la UE, como anunciar que firmará con Gran Bretaña un Acuerdo Preferencial de Comercio, es decir que respalda a Londres en su actitud frente a Europa y está encantado con el brexit.

Un criterio benévolo pretende que la realidad, siempre testaruda, impondrá sus reglas y que el Trump presidente no será el Trump candidato, el conocido proceso tan habitual y de hecho aceptado por el electorado, que se conforma con la mitad de la mitad. Pero nada es menos seguro: la Casa Blanca tiene un inquilino desinhibido, mal informado, extremista y elemental. Un peligro.

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