Opinión
OPINIÓN POR JUAN GARCÍA CAMPAL
¿Y, ahora, qué hacemos? 
Ahora que ya se nos van acabando los tradicionales narcóticos entregados al consumo del común: la cosa navideña y el año nuevo, ¿qué? ¿Nos damos ya a la sobredosis de realidad, o la mareamos esperando a que ésta se demore unos días más merced a la mágica realeza?
03/01/2014
  Preparar para imprimir  Enviar por correo
DEL CUADERNO CASI DIARIO

La verdad, no parece que la cosa monárquica, ni en tripartita alianza, represente esperanza alguna ya por más tardías asunciones que diga hacer de las “exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad”. Porque uno oye eso y se pregunta: ¿pero era o es cuestión de reclamación? ¡Haberlo dicho! ¿Dónde estaba o está escrito eso de que habíamos de reclamarlas, que no doy con ello?, y más a quien se constituye inviolable e irresponsable. Pensaba yo que las tales cívicas y democráticas características, ejemplaridad y transparencia, no sólo eran deberes intrínsecos, sino también singularidades esenciales de la supuesta noble condición de tan alta alcurnia, que venían de lejos. ¡Oh, crédulo de mí!

...

En verdad, así, tal que en lejanas infancias aprendimos que los reyes, los magos, son los padres; ahora, ya uno más hombre, pero no menos niño, recuerda que, en la "res pública", quienes somos, y aún debemos ser más, soberanos, somos los iguales, los ciudadanos.

...

Bien está, no obstante, tal frustración ante tan nimia expectativa. Se reafirman así lógicas y científicas certezas: que nadie es, por principio o presunto tinte sanguíneo, más que nadie, ni, aún menos, mejor. ¡Ay!, eso de que los actos nos hagan, digan quienes somos, no deja de ser una real jugarreta. Pero no pasa nada. En verdad, así, tal que en lejanas infancias aprendimos que los reyes, los magos, son los padres; ahora, ya uno, más hombre, pero no menos niño, recuerda que, en la “res pública”, quienes somos, y aún debemos ser más, soberanos, somos los iguales, los ciudadanos.

Y aclaro –por si duda alguna hubiera- que siempre que escribo o digo “ciudadano”, o “ciudadanía”, voy algo más allá de cualquiera de las acepciones que para dichas palabras fija el DRAE; utilizo siempre dichos términos en el sentido en que se podría fijar la idea de ciudadanía republicana. Esa ciudadanía que, según Jürgen Habermas indica, “para ser verdaderamente libres, además de poder regir nuestra vida en el ámbito privado, también hemos de regir nuestra vida en la esfera pública. Necesitamos también poder ir constituyendo, a través del diálogo y la deliberación intersubjetiva, las condiciones jurídico-políticas en que convivimos, pues sólo a través de nuestra autonomía pública podremos ser autónomos en nuestra vida privada. Y viceversa: sólo siendo autónomos “privadamente” podremos llegar a ser autónomos en la esfera pública”.

Vamos, insisto, que no me refiero en ningún caso, ni de lejos, ni a cualquier sinónimo, ni a ningún eufemismo de los muchos que plasman, o sustituyen, la cierta  concepción –a los hechos me remito- que de nosotros, los ciudadanos, tiene el poder real y su amplio cortejo de servidumbre: que no somos más que siervos, súbditos, y que, con dejarnos votar periódicamente, bien se nos pagan largos silencios, obediencias y resignaciones. Jamás entenderíamos los complejos albures que zarandean la nación, bástenos confiar en los adalides que guían los designios de la patria y pagar los trastos rotos y el roscón. De ahí que fomenten la creencia de que la esencia de la democracia es dilucidar quién gobierna –nos enajenamos, transferimos nuestra responsabilidad ciudadana mediante el voto-; y no cómo gobierna –otorgamos nuestra confianza, pero no como cheque en blanco, sino como parte de un contrato del que nadie, y aún menos los elegidos, pueden variar las condiciones sin consecuencia alguna. Hacerlo sería, como es, trampa, fraude.

...

Otra cosa será lograr que enmudezcan los espejos y adormecer la conciencia

...

Así las cosas, la cosa pública, lo público, lo nuestro, la política, cada cual habrá de decidir su hacer. O bien asume su ciudadanía, reacciona y convierte sus inquietudes y percepciones en actos ciudadanos, políticos, de defensa de lo conquistado y reconquista de lo hasta ahora expoliado por y para los verdaderos y mayores responsables de este estado de ruina; o bien asume, con todas sus consecuencias y voluntariamente, su condición de vasallo. No dejará ahora de haber rebajas que le permitan hacerse con asequibles orejeras, gafas de madera y tapones para sus ya sordos oídos.

Otra cosa será lograr que enmudezcan los espejos y adormecer la conciencia, pero eso ya es cosa íntima, privada. Así que, ¡hala!, a decidir, frente a sí, qué hace ahora con las monsergas.

Juanmaría García Campal

Cuaderno casi diario

Más artículos del autor:
    Bocas
  Preparar para imprimir  Enviar por correo