Entre sus preocupaciones: facilitar el trabajo de los maestros, aliviar peso en la mochila de los niños (ahora motivo tan socorrido, no así en los años 40), hacer la enseñanza divertida, sugestiva, apoyando el aprendizaje con imágenes, luz, sonidos, juegos, y hasta una lupa. Fue así como inventó la Enciclopedia Mecánica.
Según su nieto, Daniel González, la Enciclopedia Mecánica, actualmente expuesta en el Museo de la Ciencia de A Coruña, “constaba de dos partes, la primera de conocimientos básicos: lectura, escritura, numeración y cálculo. Haciendo presión en abecedarios y números se formaban sílabas, palabras y lecciones. La segunda funcionaba con bobinas, cada una dedicada a una materia. Todo en el tamaño de un libro “de facilísimo manejo y peso insignificante” describía la propia autora.
El concepto de libro mecánico iba más lejos pues las materias debían poder ser intercambiables, pero, ante todo, el libro debía ser fácil de usar, intuitivo e interactivo para asegurarse un aprendizaje entretenido y no tan monótono como hasta la fecha.
La primera versión fue construida en cobre pero estaba pensada y diseñada una segunda versión de plástico con nailon duro que pesaría aproximadamente 40 gramos, fue diseñada por una empresa italiana, pero desafortunadamente nunca se llegó a finalizar.
Por tanto, el peso del libro y 5 ó 6 bobinas con asignaturas era muy reducido comparado con sus equivalentes libros de texto. Todo el diseño estaba inspirado en las necesidades de sus alumnos con especial énfasis en dos aspectos, el peso de los libros y el manejo y visión de los números y las letras”.