Opinión
OPINIÓN POR DAVID FERNÁNDEZ
Se acabó 
En cuanto pasa la festividad de Nuestra Señora (puente de agosto para los menos habituales a los asuntos religiosos), siempre se me vienen a la cabeza esas palabras: ¡Se jodió el verano!
20/08/2013
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EL PODER DE LA PALABRA
Quizás algunos diréis que aún quedan bastantes semanas por delante para disfrutar del buen tiempo y de la longevidad de las horas de sol, pero yo no me voy a ese tipo de estío.

Desde muy niño el verano para mí no eran los días que te ibas a la playa a cualquier rincón de España o del mundo, ni el periodo de tiempo que transcurría entre la finalización del curso en junio y el comienzo del siguiente en septiembre. No. Mi verano comenzaba a principios de julio, acabadas las fiestas de León, cuando me cogía la maleta y me iba para el pueblo. Pueblo de los de verdad, sin apenas coches, sin ruido y poco menos que casi sin vecinos. Allí esperaba cada año encontrarme con los visitantes foráneos que visitarían mi pueblo, su pueblo, el de sus padres, el de sus abuelos…

Y ningún año fallaba. Allí estábamos todos mediados el mes de julio. Días de marchas interminables en bicicleta bajo un sol aplastante, refrescantes y traicioneros chapuzones en la piscina o en el pilón y también noches de aventuras de cada uno, historias de miedo, o expediciones al monte o al río linterna en mano en busca del mejor escondite, o de la mejor de las aventuras que contar…

Esos buenos momentos siempre se acababan la semana después del día de Nuestra Señora. Eran días tristes en los que en apenas tres o cuatro días todos los visitantes abandonaban el pueblo y volvíamos a quedar allí solo dos o tres niños. Comenzaba una larga espera de once meses hasta volver a empezar…

Por desgracia el paso de los años pondría más meses en ese intervalo de tiempo. La edad laboral y la inherente formación de parejas estables iban llegando a cada uno de nosotros. Hubo unos años en los que apenas vino ninguno de esos compañeros de veraneo. No obstante, y para mí satisfacción, la gran mayoría de los que nos rasgamos las rodillas hace años en aquellas carreteras mal asfaltadas (aún hoy lo están) seguimos volviendo cuando nuestros compromisos laborales, familiares o económicos nos lo permiten. Siempre se vuelve a los buenos recuerdos.

Yo soy uno de los que sigo, por suerte, pudiendo disfrutar de ese verano en el pueblo aunque sea a jornada parcial. Es gratificante ver como las siguientes generaciones de niños de las diferentes familias siguen viniendo a pasar varias semanas a ese pequeño lugar de la ribera del Esla. Niños de todas las edades que disfrutan haciendo lo que en su día hicimos otros. Con ciertas innovaciones tecnológicas como los móviles, ordenadores, internet, etc. Pero al fin y al cabo se trata de lo mismo, de divertirse en aquel contexto de libertad y amplitud. Sería estupendo para todo niño vivir al menos un verano como este. No por ser el que yo viví, sino porque es el mejor. Demostrado está: todo el que prueba, repite.

Estos días de vacaciones me preguntaba un amigo cómo era que cogía vacaciones en agosto y no iba a la playa. Yo le respondí que no concebía un agosto fuera de mi pueblo. Levantarme con el sol saliendo por encima del Esla, desayunando en compañía del periódico o del abuelo, quien a esa hora ya vuelve a desayunar después de llevar ya un rato segando alfalfa por la fresca para los bichos. Ahí está con ochenta palos encima, de sol a sol. Desde segar alfalfa a hoz a tocar el bombo por las fiestas de los pueblos. Poder disfrutar de ver a los pequeños preparar las hazañas que en su día antes hicimos las anteriores generaciones, disfrutar de las fiestas, pequeñas y humildes, pero que son las nuestras, y por último poder coger un libro y leer bajo el frescor de las noches rurales bajo el oscuro cielo estrellado tan sólo iluminado por la luna y el reflejo de la Vía Láctea.

Y ése es mi verano. Verano que esta semana tocará a su fin. Semana en la que comenzará el retorno a tantos lugares de España y del extranjero de nuestros visitantes estivales. Verano que quedará para el recuerdo nuevamente en el corcho del merendero donde se recopilan las mejores fotos de toda una vida de aventuras al sol.

David Fernández Menéndez

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