¡En efecto León no tiene mar y ese mar que no tenemos jamás está en calma!
Vale, hay una guerra electoral en marcha pero al poeta en buena hora le han publicado un nuevo libro, sí, a él, a uno de esos héroes que no podemos seguir: se trata de una figurada corona de laurel para este escribidor en silla de ruedas que, sin proponérselo ni merecerlo, nos ha enseñado con su arduo rodar y pervivir que existe una quietud llena de ritmo.
Me inicié en la obra de LMR gracias a otro heterodoxo, el añorado Antonio González-Guerrero, que me regaló en su día un libro del omañés publicado por la Agrupación Hispana de Escritores y titulado OBDULIA AZUL. Desde entonces leo con oscuro fervor a este sentimental venido desde su pueblo o desde la leyenda al que las circunstancias han convertido en bárbaro, como él mismo se define. Y le disfruto con una sonrisa colmada de su lado más crápula –los libros eróticos CASA DE CITAS y ELOGIO DEL PROXENETA-, y le descifro iluminadoramente en su registro más críptico y perturbador —CÁNCER DE INVIERNO, etcétera—...
Pero su poesía última, más directa y confesional en el sentido dela escuela confesionalista norteamericana fundada por Robert Lowel y seguida con talento por Theodore Goethe y Anne Sexton y Silvya Plath, más decisiva también por ser el sustento de su vida y el condimento de la nuestra, es rica en metáforas que si se cayeran al suelo harían un agujero: se trata de una poesía nihilista y muy personal o “del yo” que, frente a discursos totalizadores, trata de hacer una purga emocional y corporal además de dar testimonio y de propagar la conciencia de que cada persona es alguien en especial; que nadie es nadie.
El contenido de los poemas aparece como eminentemente autobiográfico y se caracteriza por una audaz introspección lírico-psíquica en una serie de materias íntimas consideradas tabú como la enfermedad radical, los traumas de convalecencia, los delirios de autodestrucción, la sexualidad desgobernada o el suicidio.
La alta creación, y este poeta bien lo sabe, brota perdurablemente en la gente talentosa que, además, ha sido formada en la universidad del dolor. Y es el dolor, para liberarlo o soportarlo, para maldecirlo o conjurarlo, el país pirata desde el que escribe este omañés sangrante que, como decía Juan Carlos Onetti, sólo mientras escribe se sabe aún agarrado a la cola de la vida y por eso no derrama los versos en vano porque le hacen falta todos, y a nosotros también.
Les recomiendo este libro...
Y le cambio al cielo un artículo por una estrella incendiada que te ilumine la vida.
Luis Artigue
www.luisartigue.es