Salud
PSICOLOGÍA
Los niños tiranos y el síndrome del emperador
Los niños buscan constantemente sus límites para saber hasta dónde se les permite llegar y qué conductas pueden llevar a cabo sin reprimendas
Ser condescendientes con los niños puede hacer que sean ellos los que pongan las normas.
Ser condescendientes con los niños puede hacer que sean ellos los que pongan las normas.
Beatriz San Millán
30/07/2014 (23:00 horas)
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Existen niños tiranos o sumisos, tranquilos o inquietos, obedientes o desobedientes, silenciosos o ruidosos, hiperactivos o pasotas… Muchas veces, creemos que los niños sólo responden a uno de los extremos de una escala. Si un niño hace muchas trastadas o bien es desobediente o es hiperactivo pero no se comporta normalmente. En cambio, si no molesta y no hace ruido creemos que es un muermo que está todo el día sin hacer nada y que es un vago o un pasota, que le da igual todo.

Nos cuesta conformarnos con la conducta que tienen los niños porque nos gustaría que fueran como nosotros queremos que sean en cada momento, según nuestra paciencia y nuestro estado de ánimo y de energía. Si estamos relajados nos gustaría que fueran niños que les gusta jugar y moverse, sin embargo, si estamos cansados queremos que los niños sean tranquilos y no den guerra.

Respecto a nuestras ganas de educar, no siempre estamos a pleno rendimiento y algunas veces pueden escaparse detalles que otras no toleraríamos. Pero es adecuado prestar atención y ser estrictos con las mismas normas que establecemos en todo momento. La educación de los niños no pasa por la aleatoriedad, sino todo lo contrario. 

Los niños buscan constantemente sus límites para saber hasta dónde se les permite llegar y qué conductas pueden llevar a cabo sin reprimendas. Por lo general, tanto los niños que llamamos tranquilos como los que llamamos inquietos o, incluso, hiperactivos; necesitan saber dónde está el límite para su conducta. Parece que un niño que no da guerra no explora sus límites pero también lo puede hacer buscando el grado de inactividad que se le permite.

Por esta razón, es importante mantener una consistencia en las normas. Si queremos que aprendan unas pautas de conducta no podemos saltarnos las reglas unas veces y otras no, especialmente en los primeros momentos en los que se trata de instaurar una norma.

Cuando somos excesivamente permisivos y toleramos que el cumplimiento de las normas se vaya aplazando, indirectamente, enseñamos a los hijos que la disciplina no es importante y que, en cualquier momento, pueden cambiar las reglas sin ninguna razón aparente. Esto no significa que no podamos ser flexibles pero siempre que esté justificado y así se lo hagamos entender a los niños para que comprendan las excepciones.

Ser excesivamente condescendiente puede llevar a que los papeles se intercambien; que las normas las pongan los hijos y que los padres sean quienes obedezcan. Cuando no existen unas pautas claras de comportamiento y las consecuencias de la conducta no están bien establecidas, o no son lo suficiente consistentes, podemos dar a entender que la autoridad no está en nuestras manos y que cualquiera puede asumir el mando.

Si accedemos a los caprichos por evitar que lo pasen mal estaremos alimentando niños tiranos que se adueñarán de la casa y someterán a todos los habitantes del hogar a su mandato.

Los niños tiranos tienen el síndrome del emperador que consiste en creer que todos están bajo sus deseos y caprichos y que nada ni nadie les puede contradecir. Dominan a todos los miembros de la familia con su ira y su agresividad. Si alguien les contradice pueden estallar en cólera y responder no sólo con gritos sino, también, con violencia física. Son auténticos dictadores que no permiten que se les contradiga ni aceptan que alguien se pueda poner en su camino. Consideran que tienen total impunidad para comportarse de la manera que quieran y no tienen consecuencias negativas en ningún caso.

En muchos casos los padres son prisioneros en su propia casa y no se atreven a contradecirles ni a imponer la autoridad que perdieron tiempo atrás. La solución que les queda es denunciar a sus hijos pero no se atreven por el cariño que les tienen y por el miedo a que vuelvan y que las consecuencias sean aún peor.

Para los padres de los niños tiranos la vida en casa es una auténtica pesadilla puesto que no pueden hacer nada sin el permiso de sus hijos y tampoco pueden guiarse por un patrón de conducta sino por el estado de ánimo, casi siempre irascible, de sus hijos. Acaban cayendo en un estado de indefensión aprendida en la que pierden toda esperanza de control de su propia vida puesto que todo depende de la voluntad sus niños tiranos y de su humor, constantemente cambiante.

Para evitar niños tiranos es necesario enseñarles desde pequeños dónde están los límites de su conducta y ser claros y consistentes con las normas. De esta manera los hijos sienten que se les tiene en cuenta y pueden desarrollarse moralmente, distinguiendo correctamente el bien y el mal.

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