Sin embargo no debemos olvidar nunca que hay quienes, como peones de albañil, han construido León con sus manos.
Por ejemplo este neurocirujano con manos de pianista, y rostro casi indio como el de César Vallejo, y una luz humilde en los ojos que algo tiene de esos amaneceres con fulgores incas y algún cóndor andino que nos emocionaron al contemplarlos desde lo alto del Machu Pichu, y un fervor conversacional por la ponderación que parece genuina y poderosa marca de la casa de los nacidos en el Perú, es una estrella en el firmamento de la medicina, y el co-creador del servicio de Neurocirugía de nuestro Hospital...
Aprovechando este otoño con luz de increíble belleza tomamos un café en una terraza, me explica que, además de su exigente trabajo, acababa de poner aquí en marcha una unidad de investigación médica, y me doy cuenta de que posee el don de conversar haciéndote ver sin decirlo que lo que importa es el otro.
Y, mientras me narra su historia, recuerdo que me ha intervenido varias veces, y en su honor escribí en mi novela Las perlas del loco Ventura lo siguiente: «Un neurocirujano, con su caja de herramientas, entró ayer en mi cabeza para tapar una gotera: por suerte al salir se dejó la luz encendida»…
Y recuerdo el miedo previo a las operaciones que me puso en la cara una sonrisa parecida a un tajazo en un tomate; la sonrisa en la boca y no en los ojos como las de los recién electrocutados. Y fue en su honor también la pintada que, como quien habla con la pared, escribí en el retrete de la habitación del hospital y que está en mi primer libro de poemas, ya agotado, Por si acaso la vida: «Por favor muerte/ que soy virgen: házmelo sin dolor».
Escucho al Dr. Cosamalón, hombre dotado con paciencia de miniaturista, tipo que explica con voz y maneras sencillas lo complejo como Octavio Paz, hablando con sutileza de todo lo que le ha traído hasta aquí, de las conspiraciones del azar que forjan una exitosa profesión.
Y me doy cuenta de que hay gente que ha construido León como es con su esfuerzo, y su talento, y su perseverancia, y su fe pero no son burócratas ni políticos sino sólo gemas que brillan calladamente como estrellas en medio de esa nata negra que es, a veces, la noche.
Uno vuelve siempre a los puntos cardinales que le han dado oportunidades de existencia, y uno de ellos es el Dr. Cosamalón que me ofreció una segunda oportunidad, y el cual por eso sin saberlo forma parte de la felicidad sonora con la que escribo... Otro de esos puntos cardinales eres tú: sí, en el quirófano de neurocirugía vi a la muerte encapuchada diciendo ven con una mano, pero le di la espalda y he vuelto a ti.
Luis Artigue