Opinión
OPINIÓN POR JUAN GARCÍA CAMPAL
En un paraíso llamado Felechas
“Hay días que son como el sueño de una noche de verano. Así fue el sábado pasado en Felechas, lo que vivimos quienes estábamos allí resultó, entrañable, emotivo e inolvidable”, así describe Marta Muñiz Rueda en su sensibilidad pluriartística lo que fue un día de esos que limpian el alma, que esponjan el corazón, que -aun el ser y estar del mundo- te hacen, en ellos, florecer una esperanza y más de una sonrisa.
05/08/2014
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DEL CUADERNO CASI DIARIO
No les voy a contar todo lo en él acaecido. Sería abuso, se alargaría el espacio y siempre quedarían pobres mis palabras. Por eso tan sólo les referiré de algunas cosas que se han quedado prendidas en mi alma ya prendada de esa aldea amable y acogedora en sus gentes y paisajes.

Quedaron, desde antes de mi llegada, los hórreos que, silenciosos, me llamaron al sí desde su antigüedad, que desde su digna vetustez me sedujeron a trastocar tiempos y planes. ¡Ah, el elocuente silencio de las cosas! ¡Ah, esos hórreos! donde en palabras de Toño Morala “el abuelo, sentado en la tenodia, ve pasar los días y los ungüentos para tanta lucha y trabajo”, donde, “sobre el subidero labrado a golpes de cincel y maza, la abuela retorna la nostalgia de los hijos emigrados y, por entre sus arrugas, las lágrimas gritan tanta injusticia”.

Quedó el buen hacer en común de la Asociación Cultural La Brusenda. Sin él, sin su Encuentro de música tradicional, sin la invitación de Elena Martínez, quizás yo jamás hubiera visitado ese paraíso.

Quedó el acogimiento de sus gentes. Desde el primer momento, desde el hecho mismo de aparcar el “catamarán”, hasta la lluviosa despedida. Porque sí, en el paraíso, como en la cotidiana vida, a veces llueve y truena y enfría y solea y entibia. Lo que viene a enseñar que, de alguna manera, estar en el paraíso depende mucho de lo que cada cual haga con sus días.

Quedaron, fijados como roncón gaitero, las danzas, canciones y sones, los ritmos de pandereta y rabel que desde diversos rincones de León, así como de Llodio o Navarra, llegaron a compartir, a festejar y ser festejados.

Quedaron, cómo no, los versos bálsamo de Marta Ruiz Rueda, los recios y sabios de Toño Morala, los de métrica exacta y, a veces, desolada de Azarías DLeyre, los de Beatriz Sánchez y Julia Conejo. Y los versos modelados en barro de Paco Flecha también quedaron. Sí, si unos soñamos o contamos el mundo, otros lo modelan.

Pero, ay, quedaron también los mayores que atesoran la historia, los trajes, los bailes, las canciones y los niños que juegan y regalan sonrisas o timideces y descubren la vida a cada paso y nos descubren, rememoran, lo que fuimos, lo que somos y lo que aún podemos ser.

Quedó sí, también, el perro solitario que se dejaba acariciar mientras se buscaba la vida y nos regaló la siesta a su hartazgo, a su misión cumplida.

Y sí -sé que algunos lo esperáis- quedó, de este sábado de agosto, el abrazo de Julio, la fraternidad de Julio, la memoria de Julio que entró en erupción, en emoción, al oír la tonada, el cantar, “La mina y el mar”. Fueron, son, muchos años en la mina de La Camocha, los que Julio pasó, mucho lo que vio, mucho lo que conquistó y ahora ve como se sustrae el fruto de tantos años, de tanta lucha, de tanta vida. Sí, lloró Julio y lloré yo, y lloramos los dos abrazados, solidarios, como lloran los hombres cuando la memoria de la vida florece en plenitud. Instantes de fraternidad.

Y sí –algunos no lo creeréis- quedaron los milagros del paraíso. En plena aldea, en la montaña leonesa, sin moverme de ella, estuve en Granada. En su carmenes, en el que ya digo mío, el de La Victoria, en el Albayzin y en el Sacromonte y en el Realejo. Cómo no estar en Granada si estás sentado junto a Javier Rueda, si vives el milagro de estar disfrutando de su conversación, si sin querer te lleva “Tras los paisajes de Lorca”.

Sí el domingo estuve en el paraíso. Se llama Felechas. Comprenderán el retraso. A veces, me entrego al regusto de lo placentero de esos regalos que sin saber porqué te trae la vida. Sí, “hay días que son como el sueño de una noche de verano”. ¡Gratitud!

Juanmaría García Campal

Cuaderno casi diario

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