Así, en esta ocasión, a vueltas mi cabeza y mi corazón con la remodelación de la Plaza del Grano, acudí a buscar consejo en las palabras del que fue cronista oficial de la ciudad y, a mayores, parroquiano de la de Santa María del Mercado, Victoriano Crémer.
Y es curioso releer cómo ya el maestro Crémer, a la hora de escribir, “Historia pequeña de León”, avisaba de cómo suele ser la cosa en este “León monumental y artístico que se nos cae de entre las manos; el León que nos está(n) destruyendo en aras de una aparente modernidad y comodidad, cuando lo que priva, en realidad, es la cuantía del negocio”.
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pues nuevamente asistimos a cómo “Ayuntamientos y particulares rivalizan en borrar del mapa de León toda señal de su auténtica grandeza monumental”. Leyendo a Crémer, servidor encuentra consuelo a sus rarezas al comprobar cómo encuentra alivio en esos “algunos leoneses sensibles” que como uno “no se explican cómo un pueblo puede permanecer impasible ante tamaño despojo”.
Mas, si por un lado da consuelo el maestro, por otro casi cercena esperanzas, pues bien recuerda “que lo grande, lo tenebroso mejor es que todo este despojo leonés se ha venido originando y practicando, ante la indiferencia de los propios leoneses y ante la impavidez de los muy distintos miembros de las diferentes Comisiones de Monumentos, que se nombraban entre los varones más esclarecidos de la nómina de León”./ “De modo que cuando en León se menciona a tal o cual Comisión de Monumentos” –o asimilada-, “responsable de la vigilancia y seguridad de nuestros bienes artísticos y monumentales, el personal se ríe. Como las hienas, conociendo los beneficiarios del despojo, pero se ríe…”.
Por eso, pareciéndome vigente su enseñanza, considero conveniente aquietar aguas y sujetar verbos. Alarma, pero no asusta, oír al presidente de la Asociación de vecinos del Barrio del Mercado decir “porque si quieren tener un Gamonal ellos, igual tenemos nosotros mucha gente que también pueda reprimir ese Gamonal. Porque si nos están amenazando con un… casi una guerra, la guerra la podemos tener todos, los que están a favor y los que están en contra”. Debería recordarse, por bien del común de vecinos y el de la ciudad toda, que caducó tiempo ha el de los somatenes, que estamos en tiempos de innecesaria adhesión inquebrantable a nada y que, para defender derechos y, si fuera caso, reprimir desordenes está el Estado, ya al fin proclamado de Derecho, dotado de fuerzas de seguridad. Apacigüe, por tanto, el señor presidente vecinal sus ardores guerreros.
Deberían, sí, templarse los apasionamientos, dejarlos para otros más placenteros menesteres, y tener muy presente las bondades del café como nexo para el diálogo. No enerva, facilita la escucha, agudiza el entendimiento y sintetiza el verbo. Estoy seguro que hablando, sin prejuicios, con voluntad de bien común, sería posible llegar a un acuerdo de mínimos y prioridades. Prioridades, sí, que haberlas haylas a tutiplén y más entre las personas que entre las cosas.
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Sí, maestro, sí, en este León de nuestros amores y labores, como en el resto de España, escribir también sigue siendo, todavía, un “ejercicio de resistencia”, pues a poco que uno sea leal y sincero consigo mismo y haga pública su opinión crítica con respecto al quehacer del vario poder con mando en plaza, “así que cualquiera de los textos o de los contextos se desordena, aparece el pretexto legal (o no tanto) para rendir al insumiso”. Como bien sabe también usted que, a poco que dos se unan, se hace nómina de desafectos, vamos, lo arraigado que está en la patria, chica y crecida, lo del conmigo o contra mí.
Sí, Crémer, sí, tal y como usted bien dijo y aunque, de momento –que aún falta mucho por ver en ese reminiscente “mañana colmado de días azules y soleados” que anuncia el jefe nacional de lo popular- “no existen, quizá, leyes draconianas, como por ejemplo, por mal ejemplo, aquella de Orden Público o la no menos infamante contra Vagos y Maleantes" -(ya las andan remozando bajo el eufemístico título de Ley Seguridad ciudadana)- "que tan adecuadamente se ajustaban a los esquemas de un orden oficial y que tan eficazmente servían para enderezar entuertos críticos”; sí existe una perversa tergiversación del lenguaje con que disimular la realidad y una más que arraigada costumbre de anatematizar al crítico y al libre. Vamos, que seguimos, si no igual, sí avanzando, pero hacia atrás.
Juanmaría García Campal
Cuaderno casi diario