Opinión
OPINIÓN POR LUIS ARTIGUE
Club La Sorbona
Yo provengo de un lugar en el que se te van los ojos.
15/05/2013
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LA NOTICIA ILUMINADA DEL DIA
 Sí, yo procedo de un pueblo o resumen del mundo en el que todo tiene su momento, su gracia, su misterio y su rito. Un enclave rural más surrealista que costumbrista en el que los contrastes y las rarezas parecen meros condimentos para la realidad, ese plato cocinado a fuego lento por madres legendarias cuya mirada acaricia…

   Las trotamundos de alterne, como enseñándonos que el mundo es ancho y ajeno, llegaron para quedarse una noche, de repente. Abrieron un local transfronterizo, oscuro y pérfido junto a la carretera. Luego otro, y otro, y otro… Desde entonces para nosotros PrettyWomanes más realidad que metáfora. Desde entonces nuestro corazón es una casa de citas.

Para cuando llegamos a la adolescencia, que fue mucho antes de que la adolescencia llegara a nosotros, había computadas –nunca mejor dicho- en esa reducida población más prostitutas que habitantes. De hecho así lo atestiguó un artículo a toda página publicado entonces en El País, en el que, debajo de una foto de nuestro Toro de Osborne, se decía que este minúsculo poblachón era el de mayor ratio de prostitutas por habitante de esta España surrealista y nuestra –siempre me pregunté quién y cómo haría ese censo-.

Un pueblo largo y lento como un blues, uno apegado a sus raíces y sus pequeñas cosas, tuvo de pronto que decidir si cerrarse o abrirse ante la llegada de lo nuevo (nosotros decidimos abrirnos así, como se deciden estas cosas: sin pretenderlo pero mereciéndolo).

Pero aquello no sólo cambió nuestras noches sino también los días pues pronto descubrimos que las noctámbulas trabajadoras del amor, de día se convierten en vecinas integradas que luchan con denuedo por ganarse esa normalidad que de ordinario se les niega. Las curanderas del analfabetismo sexual, sin maquillaje de guerra, compraban y sonreían. Las doctoradas en fuego amigo, sin ropa minimalista, jugaban a la brisca. Las lúbricas hetairas, como procesión de almas en pena, iban a misa y lloraban ante la Virgen María Inmaculada en un acto tan contradictorio y emocionante que parecía la verdad misma.

Yo, como digo, crecía entonces cerca de la realidad y el mito en un lugar en el que la hospitalidad era otra religión. Por eso por años que pasen nunca olvidaré las Nocheviejas en casa de mis padres con tostadillo, y música, y ecuatorianos, moros, empleadas de la pasión efímera, algún indigente llegado cada año a la misma hora, y la abuela, y nosotros… Nosotros aprendiendo que la vida es muchas cosas a la vez.

  Crecí pues mientras el multiculturalismo y el interculturalismo se adueñaron de nuestra vida diaria con esa naturalidad de lo verdaderamente surreal. Transitaba por las calles y casas mientras éstas se empezaban a llenar de moros vendedores de alfombras y tecnología casera, ecuatorianos aferrados a su musical indigenismo, tratantes, chulos con mascarilla y dignidad de nobles vestidos con traje y corbata y sujetando en la mano izquierda su botella de oxígeno, veraneantes asturianos buscando sol o calor y, sobretodo, venus negras tiernas y canallas como versos de Baudelaire que ya siempre conformarán mi cimiento y mi principio.

Escuchaba sus historias, procedencias y sueños, y la imaginación me desobedecía. Mis emociones se contradecían. Mi inteligencia era espoleada por aquel tiempo a base de palos y sorpresas cada día, y conocí entonces la amistad, y el amor, y el brillo de lo distinto, y el poder de lo contado y de lo imaginado, y ese lazo invisible e imprescindible que une a las familias fundadas por un padre que no sabe dividir.

Yo crecía y me formaba… Pero tuve que interrumpir mi formación para ir a la universidad.

Desde entonces todo ha cambiado en mí pero mi mundo sigue como siempre. A veces regreso al pueblo –con sus putas, tan entrañable- y siempre creo ver allí un instructivo resumen del mundo. Y vuelvo atrás la vista para repasar mi vida. Y entonces recuerdo siempre algo que me dijo una vez mi abuela Margarita: “tú, creciendo aquí, tenías que ser escritor… ¡No te quedó más remedio!”.

   Yo provengo de un lugar que entonces era sórdido y ahora es mágico.   

   Lograr contar lo que somos y que esa historia deje de ser lacerante, escabrosa o dura para pasar a convertirse en comedia puro es el cimiento de la felicidad y la mejor forma de armarse contra las crisis.

   Se trata de saber contar nuestra historia con alegría.   

    Por eso acabo de publicar esta novela. 

    Sí. Se titula CLUB LA SORBONA…  Y la he escrito para ti.

Luis Artigue

www.luisartigue.es

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