Opinión
OPINIÓN POR JUAN GARCÍA CAMPAL
Adiós a La Crónica o de cuando la libertad se encoge
Hoy tendremos en las manos el postrer número de La Crónica de León, el que será fruto de los últimos esfuerzos de los compañeros que, como héroes, han resistido hasta el final. Cuidado en cómo hoy lo cogen y lo hojean, y lo ojean y lo leen y lo pliegan al final. Cuidado, hoy lleva, nos trae, mucho más de lo aparente.
31/07/2013
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DEL CUADERNO CASI DIARIO
Cójanlo como quien acoge entre las manos las del ser que se va para no volver.

Hojéenlo con el mejor de sus tactos, es hoy herida abierta, dolor pulsante, piel sensible, afligida.

Ojéenlo como quién mira lo cierto que por imposible se tenía, como quien tardíamente ha de decir con la mirada lo callado por tiempo, como quien toma conciencia plena de lo que se pierde en este acto de despedida.

Léanlo con fruición, como quien buscase transcribir el mensaje que cifrado entre sus líneas nos envía cada una de las personas que hasta hoy lo han hecho posible cada día: sus incertidumbres, sus rabias, sus esperanzas.

Esperanzas, rabias e incertidumbres tan intensas como las de los millones de trabajadores víctimas de esta puta crisis que no han creado ellos, que no hemos creado, pero que todos pagamos. No es que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, es que nos están cercenando el mayor posible: el trabajo, el derecho, no privilegio, al trabajo.

Pliéguenlo como quien cierra uno de esos libros a quien uno siempre le pide cien páginas más, como quien pliega su camisa preferida, o mejor, como quien dobla la camisa o blusa preferida del amor. Porque si algo hoy rezumará La Crónica de León, además de lo ya dicho, es amor por la profesión periodística, por la vida y por la libertad de expresión de cada uno de los que hoy, hoy también, lo han hecho posible un día más, el último, para todos nosotros.

Colaborando con ella, La Crónica, aprendí lo poco que de esto sé. Allí llegué por inexplicable invitación de Oscar Campillo; allí seguí con José Luis Prusen; a él regresé con José Luis Estrada.

Muchos nombres más serán citados en las varias despedidas y reconocimientos que ahora, hoy, se harán. Yo tan sólo haré mención, con inmensa gratitud y mejor memoria, de dos: Esther Arias y Carmen Ordoñez, de redacción, por su inigualable paciencia para conmigo y por el gran ejercicio de aprendizaje que me supuso ajustar mis textos al número exacto de caracteres que me eran indicados.

De allí marché por quien no merece ser nombrado en este artículo –su nombre lo ensuciaría- y para mí fue el iniciador del camino que hoy termina. Como para mí, el mayor problema de La Crónica, su mera posesión, es que dejó de ser útil a la propiedad cuyos intereses iban o van por otros lados. Estimo que nunca se le tuvo como empresa, negocio, principal, sino como fuerza subsidiaria.

En tiempos de dictadura se cancelaban, prohibían y hasta se daba voladura a algún periódico (Madrid), hoy, se les deja hundirse cuando ya no hay puerto del poder que asediar o defender para mejor consecución de otras utilidades.

Mañana, cuando amanezca, quizás de forma imperceptible, en estos leones de nuestros anhelos y desvelos, la libertad de expresión se habrá encogido y habrá crecido el silencio. Sí, sin duda. Porque, parafraseando a Arthur Miller,  cuando cierra un periódico, una ciudad, una provincia, deja de hablar con ella misma, y la libertad, las libertades, la de expresión principalmente, se asusta y se recoge sobre sí misma, temerosa, silenciosa.

Sí, por desgracia, hoy es uno de esos días en que la libertad se encoge.

Juanmaría García Campal

Cuaderno casi diario

juancampal@gmail.com

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