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r.fariñas
Lunes, 29 de mayo 2017, 13:01
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Caía la noche sobre León. Las bengalas iluminaban el camino. Allí esperaba Guzmán, que por fin se veía correspondido.
Tocaba fiesta en su plaza, la fuente vallada era el último obstáculo de un autobús que accedía a la glorieta rodeado de un mar de bufandas.
De nuevo el alé, alé, alé Leonesa, alé, alé retumbaba en la capital leonesa, pero esta vez tenía sabor diferente, sabor añejo, ese sabor que deja un manjar que llevaba 43 años sin probar.
Los jugadores bajaron del autobús descapotable y lo hacían como jugadores de pleno derecho de Segunda División. Rápidamente, se auparon a los bordes de la fuente y empezaron a guiar los gritos de una hinchada entregada como nunca, sufridora como siempre, y que por fin se veía recompensada.
Yeray llevaba la voz cantante, Gallar se fotografiaba como el ídolo de la afición, Guille Vallejo, Ortí y Forniés daban el sabor a la fiesta. Otros, más tímidos, se limitaban a seguir los gritos de sus compañeros.
Varias vueltas, muchas salpicaduras, algún que otro baño y felicidad, mucha felicidad, de un equipo que vuelve a la élite, de una ciudad que saborea el éxito, de un Guzmán, que de nuevo, se siente orgulloso de ser de la Cultural.
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