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El escritor Hipólito G. Navarro.
Hipólito G. Navarro, el señor de los cuentos

Hipólito G. Navarro, el señor de los cuentos

«La literatura sin humor caduca», dice el escritor onubense, que abandona doce años «de barbecho» con una nueva colección de relatos

Miguel Lorenci

Viernes, 7 de octubre 2016, 00:12

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«El humor es el mejor conservante natural de la literatura». Lo dice Hipólito G. Navarro, (Huelva, 1961) a quien le cuadra el título de 'señor de los cuentos'. Consagrado como uno de los mejores narradores españoles en la distancia corta, el humor es un ingrediente perenne en sus relatos. Tras 12 años «en barbecho», regresa a la arena editorial con 'La vuelta al día' (Páginas de espuma), una treintena de narraciones con las que vuelve a rendir homenaje -«el enésimo»- a su idolatrado Julio Cortázar.

Sabe Navarro que hay poquísimos lectores de cuentos, «acaso 3000 en toda España -dice-, pero muy fieles, verdaderos cómplices». Y él trata de agradecerles esa fidelidad «con unos artefactos narrativos que han de funcionar a la perfección». «La mecánica no puede fallar y el lector tiene derecho a exigir que funcionen, como cuando compra un coche y exige que al pulsar el botón baje la ventanilla». «Cualquier creador tiene la obligación moral de la perfección. No puedes dar una línea por perdida, como el pintor no puede perder una pincelada ni el escultor un golpe de cincel» argumenta.

Esa responsabilidad de hacerlo bien le paralizó durante casi 12 años, después de que la crítica lo ensalzara con sus anteriores colecciones de cuentos, «sentí que el listón estaba altísimo». «La responsabilidad me pudo, por no decir el miedo a defraudar, y si los cuento están aquí es por la insistencia del editor y de los amigos. No quería publicarlos», confiesa.

Tras muchos años y muchos libros preocupado por el «qué» ahora su preocupación primordial es el «cómo». «En el cuento todo está dicho. Los temas universales no varían: el amor, el odio, la muerte, el aburrimiento la venganza, los celos... se trata de contarlo de otra manera, de hacerlo distinto y atractivo para el lector, de cambiar el cómo y dar con tu singularidad», arguye.

«El humor nos salva de casi todo, y a mi de todo», dice. «Es el conservante natural de la literatura; tanto, que la que no lo tiene caduca» sostiene Hipólito González Navarro que sazona con humor cada relato. «La improvisación es también otra de mis armas creativas», señala Navarro.

Sabe que «no hay receta» para los cuentos, y que eso es parte de su magia. «Si la hubiera, si el cuento fuera un bicharraco domesticable, sería lamentable. La ausencia de fórmulas es una maravilla. Si tienes una receta, la repites y se te ve el cartón, como les ocurre a muchos autores que hacen churros en vez de cuentos», denuncia. «Mi desafío es no repetirme, que cada cuento sea absolutamente distinto. No aburrir ni aburrirme jamás» propone.

Lo que sí le amarga es poner el punto final. Tanto, que sus cuentos son los de nunca acabar. «Los doy por terminados cuando se publican, pero me pasaría toda la vida corrigiéndolos» explica Navarro que, como un 'Bartleby el escribiente' del siglo XXI, trabaja pon el corrector del Boletín Oficial de la Comunidad Andaluza. «Un trabajo que te obliga a ser escrupuloso y metódico por que tiene un feliz efecto paradójico: hace que tu mente se dispare hacia mundos opuestos a los decretos, las normas y la jerga oficial», se felicita. «No olvidemos que Stendhal buscaba la perfección leyendo el Código Civil» bromea.

«Del cuento no se puede vivir» lamenta. «Y eso que de 2000 a 2007 creímos que sí era posible vivir de la literatura» dice rememorando como en aquella época ofrecía lecturas y conferencias aquí y allá. Cómo llegó leer sus relatos en Pekín en un auditorio abarrotado. «Pero cuando el escritor se despertó el chino ya no estaba allí» ironiza hoy retorciendo el microcuento de Augusto Monterroso.

El cuentista hondureño está en su altar, en el que reina Julio Cortázar, a quien Navarro no ha dejado de homenajear desde que tiene uso de razón. Coloca también en lugares preferentes a Medardo Fraile, a Juan Carlos Onetti y, desde luego a Anton Chéjov. Pero si tuviera que elegir un relato como «el padre de muchos cuentos», optaría por 'Bienvenido Bob', de Onetti, un cuento «brutalmente maravilloso» sobre el implacable paso del tiempo.

Mago de la distancia corta, no renuncia al relato de largo aliento pero aclara que escribe novelas «para desengrasar y liberarme de la tensión de los cuentos». Hasta ahora se ha atrevido a publicar únicamente una, 'Las medusas de Niza' (2001), pero los mismos críticos que la premiaron elogian series de relatos como 'Los últimos percances' (2005), 'Los tigres albinos' (2000), 'El aburrimiento, Lester' (1996) y 'Manías y melomanías, mismamente' (1992). «Escribir largo es mucho más fácil», dice aclarando que no publica esos textos kilométricos que son un semillero, «el germen de algunos cuentos que nacen a una poda drástica».

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