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Antonio Papell.
«Los países civilizados hacen reformas, no rupturas»

«Los países civilizados hacen reformas, no rupturas»

El escritor y analista político Antonio Papell publica 'Elogio de la Transición', donde subraya los logros de la Constitución del 78 y pide su actualización para afrontar los retos de la crisis y el populismo

Álvaro Soto

Domingo, 19 de junio 2016, 01:44

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Sostener que la Transición española fue una historia de éxito no resulta algo demasiado popular en los últimos tiempos. Por esa razón cree el analista político y escritor Antonio Papell (Palma de Mallorca) que un libro como su Elogio de la Transición (Foca) resulta ahora más necesario que nunca. Sin esconder los puntos oscuros, que existieron, en el paso de la dictadura a la democracia, la obra subraya sin embargo cómo el esfuerzo de reconciliación de los españoles, guiados por el rey Juan Carlos y el presidente del Gobierno Adolfo Suárez, abrieron la puerta a las décadas más brillantes de la Historia del país.

La oportunidad para escribir este libro era candente, destaca Papell. Hasta 2008 había un consenso unánime en aceptar la Transición. Pero con España en quiebra, que lo está, y con datos que lo demuestran, como que somos junto a Grecia el único país de la eurozona que no ha recuperado el PIB de 2008, se ha producido una ruptura del consenso constitucional y ha surgido un populismo que pone en duda la Transición y la Constitución. Sustentado en la desafección provocada por la crisis, este populismo, subraya Papell, ha recuperado aquella idea minoritaria en su momento de que la Transición había sido un apaño de franquistas reconvertidos y revolucionarios que querían instalarse en las moquetas del poder. Pero no. La Constitución no fue un hallazgo casual, sino la conclusión de un trabajo muy positivo del Rey, la sociedad civil y Suárez, una figura que debe ser reivindicada.

A juicio de Papell, la Constitución del 78 fue la mejor constitución posible para aquel tiempo y aquel lugar. Sin embargo, los problemas han llegado del mal uso que se le dio. Lo que ha fracasado ha sido la gestión de la Constitución, destaca el autor. Ha habido un episodio de mal gobierno. Ni Zapatero ni Rajoy han acertado a dar con la solución de la crisis, se volatiliza el 15% del PIB y hay seis millones de parados. Y si encima, las instituciones fallan, como ocurrió con el Rey, que cometió ligerezas difíciles de justificar, por esa rendija surge primero el 15M y después, Podemos, un partido legítimamente populista que cuestiona lo anterior y, según las tesis de Laclau, quiere que los de abajo ocupen el lugar de los de arriba, argumenta.

Entonces, ¿se enfrenta España a un momento de reforma o ruptura? Los países civilizados hacen reformas, no rupturas. No hemos votado esta Constitución, dicen los de Podemos. Y tampoco los norteamericanos la suya, que tiene 200 años. Es una afirmación absurda. Por supuesto que hay que hacer cambios, pero no hay que hacer una Constitución como la de Venezuela, que es un engendro.

Papell cree que habría que la necesaria reforma de la Constitución debería normativizar el Estado de las Autonomías, que en la Carta Magna es procesal y debería llegar hasta un punto final. Y por debajo de la Constitución, habría que cambiar, por ejemplo, la Ley Electoral y la Ley de Partidos, democratizándolos con primarias, acabando con las listas cerradas y bloqueadas y permitiendo una mayor permeabilidad, de manera que la gente valiosa de la sociedad civil pudiera participar, siquiera unos años, de la vida pública. El problema de la política es que muchas personas no quieren estar en ella porque tendrían que entrar en los partidos, y dentro de los partidos, los que llevan muchos años no quieren dejar su sitio a nadie, explica el escritor, que no obvia un asunto polémico, el de las puertas giratorias, con una opinión matizada respecto a la mayoritaria: Alguien de la sociedad civil tiene que poder entrar en el Gobierno y luego volver. No hay que controlar tanto las puertas giratorias como las incompatibilidades. En cualquier caso, no se puede convertir la política en un coto cerrado.

La necesidad de una mayor transparencia y, sobre todo, una verdadera lucha contra la corrupción son también retos imprescindibles para dotar de más calidad a la democracia española. Hay que crear un sistema lo suficientemente controlado para que la corrupción sea imposible y exigir a los partidos que tomen medidas rotundas. Aquí ha habido mucha hipocresía y cinismo. Lo del 3% de Cataluña, por ejemplo, era de dominio público, pero se hizo la vista gorda porque convenía. Hay que perseguir la corrupción primero por la vía penal, pero sobre todo, estableciendo mecanismos de control, como la Intervención General del Estado, apunta Papell.

Todas las sensibilidades

La llegada de los nuevos partidos a la arena pública viene, en opinión de Papell, de la incapacidad de las formaciones tradicionales para abarcar en su seno todas las sensibilidades socialistas, en el caso del PSOE, y todas las conservadoras, en el PP. Los partidos tradicionales no han sabido dar respuestas a capas muy concretas de la población, como los jóvenes, y de ahí nace Podemos, por ejemplo. Hay que tener en cuenta que su génesis es la misma que la del Frente Nacional. Nadie sabe qué ocurrirá con ellos en el futuro, aunque es probable que acaben bien integrados en los cauces de participación tradicionales porque al final todo se dan cuenta de que donde la ciudadanía vive bien es en Dinamarca y en Holanda, no en Venezuela. Incluso los más rebeldes de Podemos lo que quieren es vivir en Dinamarca.

¿Y qué ocurrirá tras el 26-J? Veo imposible que el PSOE apoye a Podemos. Si el PSOE queda tercero, el PP gobierna. Si queda segundo, intentará la misma opción con Ciudadanos que tras el 20-D. Esa fractura entre los constitucionalistas y los no constitucionalistas está muy clara. Que el PSOE haga presidente a Iglesias es inconcebible, primero por sus propios votantes y después, porque supondría la muerte del propio PSOE.

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