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Lorca, segundo por la derecha, con Domínguez Berrueta (impulsor del viaje) y sus compañeros Gómez Ortega y Luis Mariscal.
El día que García Lorca 'robó' reliquias de Santa Teresa de la Encarnación

El día que García Lorca 'robó' reliquias de Santa Teresa de la Encarnación

Se cumple un siglo de la visita al monasterio abulense del poeta. «Esto no lo ha visto nadie más que el Rey y nosotros», escribió

francisco gómez

Domingo, 16 de octubre 2016, 13:26

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«Valentísima vencedora del duende». Es la definición que de Teresa de Jesús hizo ni más ni menos que Federico García Lorca. El poeta granadino sintió una especial predilección por una religiosa de la que admiraba su modo «sutil» de buscar a Dios desde su Torre y su enérgica forma de ser. Una admiración que bien podría haber surgido de un acontecimiento del que se cumple ahora justamente un siglo. Y es que en octubre de 1916 Federico visitó Ávila en un curioso viaje de estudios. Pero hizo mucho más: logró entrar en clausura en el convento de la Encarnación. Y todavía más: confesó por escrito a sus padres haber robado para llevar a Granada con ayuda de su navaja reliquias de aquellos muebles que la Santa habría tocado.

Son los detalles descubiertos por la hermana María José Pérez, de la comunidad del Carmelo Descalzo de Puçol, en Valencia. Hasta ahora, los estudiosos conocían sobradamente la existencia de ese viaje en octubre de 1916 por tierras de Castilla y León por parte de García Lorca, pero la existencia de una carta fechada en Ávila el 19 de octubre de ese año supone un torrente de curiosidades sobre la relación entre el poeta, la ciudad y la Santa.

En octubre de 1916, García Lorca tiene 18 años y ha obtenido matrícula de honor en la asignatura Teoría de la Literatura y las Artes, que imparte en la Universidad de Granada un salmantino, Martín Domínguez Berrueta, impulsor de una nueva y revolucionaria pedagogía. El premio del profesor a los alumnos más destacados es precisamente un viaje para conocer algunos de los lugares artísticamente más destacados de España. En una primera parte, en verano, Federico y sus compañeros (Luis Mariscal, Ricardo Gómez de Ortega, Francisco López Rodríguez y Rafael Martínez Ibáñez) visitan Baeza, Úbeda, Córdoba y Ronda. En la segunda, entre el 15 de octubre y el 8 de noviembre recoden, entre otros lugares, Ávila, Medina del Campo, Salamanca, León, Burgos y Segovia.

Ávila, segunda parada

Ávila sería la segunda parada tras haber viajado en tren hasta El Escorial. La carta que remite García Lorca a sus padres destaca que la ciudad está precisamente celebrando las fiestas de la Santa, recoge que los abulenses «hablan divinamente y están enormemente educados» y se deshace en elogios a su patrimonio. «La ciudad es una joya del arte, es como si la Edad Media se hubiera levantado del suelo: palacios señoriales, las murallas están intactas y rodean toda la ciudad», escribe.

Aunque todo admira al poeta granadino, en su misiva él mismo subraya como el gran acontecimiento del día el hecho de, gracias a las gestiones de su profesor («este don Martín es el demonio»), haber conseguido entrar en clausura, en el convento de la Encarnación.

«A la clausura no entra nadie y hemos entrado nosotros. Es estupendo. Todas las monjas estaban allí cubiertas con largos velos. Nos acompañaron las monjas más viejas. Una iba delante tocando la campanilla para que las monjas se retiraran y no nos vieran», relata Federico en la carta. Una misiva en la que califica a Teresa de Jesús como «la gloria más alta de España, la mujer más grande del universo», y describe su intensa emoción «de ver y tocar la cama donde descansó, las sandalias, la celda donde vivía y donde se le apareció Cristo atado a la columna, y el locutorio donde hablaba la santa con el sublime místico san Juan de la Cruz y san Pedro de Alcántara».

Tanto, que el poeta confiesa a sus padres cómo a instancias de Martín Domínguez Berrueta cortó «astillas de todo lo que usó la santa», usando la navaja que llevaba. Astillas que llevó a Granada, junto con otros escapularios y recuerdos regalados por las monjas.

«Estoy contentísimo porque he visto un convento de clausura perpetua como una monja que estaba allí ya 48 años sin salir de allí, todo por dentro», insistía Lorca, que también confiesa a sus padres que «sacamos fotografías de las monjas a hurtadillas». Por todo ello, García Lorca, eufórico, concluye: «Hemos puesto una pica en Flandes, eso no lo ha visto nadie más que el Rey y nosotros».

Ávila fue una de las ciudades en las que Lorca ofreció a su paso un recital de piano, antes de seguir camino hacia Medina del Campo y, de ahí, llegar en tren a Salamanca, a la ciudad natal de su profesor. Allí, Berrueta conseguiría una entrevista con Miguel de Unamuno, en lo que sería primer contacto del joven poeta con el pensador. Quizá el rector le contagió en aquel encuentro algo de su desazón, la que llevaría a Lorca a escribir poco después en su libro Impresiones y paisajes: «Recordemos la Salamanca ultrajada, con el palacio de Monterrey lleno de postes eléctricos, la casa de las Muertes con los balcones rotos, la casa de la Salina convertida en Diputación. ¡Desdichado y analfabeto país en que ser poeta es una irrisión!».

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